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CARLOS BENITO
Miércoles, 19 de agosto 2020, 07:15
Dicen los expertos (es decir, cualquier vecino de Haro al que uno le pregunte por el tema) que La Herradura ya no es lo que era, que lleva tiempo de capa caída, que es muy difícil encontrar hoy el bullicio y la exaltación de antaño. ... Pero una cosa está clara: la famosa ruta de bares de la localidad riojana, con ese itinerario en curva que invita a reengancharse y quedarse encerrado para siempre en un bucle beatífico de vinos y pintxos, sigue siendo el punto ideal para apostarse a la captura del veraneante vasco. Uno se planta allí, a ser posible pertrechado de alguna provisión interesante, y las piezas de caza van pasando con sonrisas espléndidas y crecientes, como si el trazado de La Herradura se les hubiese trasplantado misteriosamente a la cara.
Y, de paso, se pueden ir comprobando los vínculos, duraderos y complejos, que esta comarca ha mantenido con Euskadi a lo largo del último siglo. En el exterior del bar Pirolo, por ejemplo, se congrega un grupo de señores. ¿Algún vasco entre los presentes? Todos a una, con sincronía de cuadrilla veterana, señalan hacia Fernando Tubía, que lleva el jersey apropiadamente anudado sobre el pecho.
- Este es de Eibar.
- ¡No, yo soy de Haro, de la calle del Pilar!
- ¡Tú eres ya de Ipurua!
Fernando es uno de los numerosos jarreros que emigraron a trabajar en la industria vasca. «Yo me marché en el 62, a la metalurgia, y ya me quedé allí. Fueron muchos, sobre todo alrededor del 55: ¡yo fui de los últimos! Después me casé con una de aquí que enganché los fines de semana y ahora tengo aquí la segunda vivienda». El confinamiento del coronavirus lo pasó en Eibar, suspirando por la huerta que tiene en Gimileo y que después se encontró invadida por la hierba. «¡Ya lo creo que eché de menos todo esto! En Haro todo es bueno: La Herradura, el vino, la huerta, tomates buenos, puerros elegantes...», enumera Fernando, al que los amigos han dejado solo, en una desbandada unánime y repentina: «Tienen horario fijo, ya estarán en la siguiente 'iglesia'», se ríe.
Aparece otro poteador y se saludan. Casualidades de la vida: Guillermo López también viene de Eibar, pero dicen los dos que se ven mucho más en La Herradura que allá en su pueblo guipuzcoano. El caso de Guillermo es diferente: es uno de los incontables vascos que empezaron a pasar temporadas en La Rioja, esencialmente para tomar el aire: «Llevo viniendo 37 años. Fue por la salud del chaval, que cogía muchos catarros, y aquí se curó, pero ya seguimos viniendo». Porque resultó que el aire, limpio y sano, no era la única sustancia atractiva y vivificante de esta comarca riojana: «A mí lo que más me gusta de Haro es el vino. Vamos a ver, yo empecé a chiquitear a los 12 años con mi padre. Soy chiquitero de toda la vida y La Herradura, aunque está perdiendo, tiene un ambiente recogido que me encanta».
- ¿Y chiquitea todos los días?
- Noooo... ¡Chiquiteo por la mañana y por la tarde!
El tasquero del Pirolo, Bienvenido Soldevilla, es todo un maestro en el arte sofisticado de picar a los vascos para que no decaiga la conversación. A los bilbaínos, por ejemplo, siempre les recuerda que los fundó don Diego López de Haro y que Haro es ciudad y Bilbao no. Bienve evoca cómo, antaño, La Herradura se abarrotaba de los veraneantes de todos los pueblos de alrededor, en los que no había bares, y también recuerda los buenos tiempos de esas barriadas de Haro que más parecen enclaves vascos, como la urbanización Villa Begoña. «Lo malo es que, a veces, se han muerto los padres y los hijos han dejado de venir».
No es el caso de Iñaki Kareaga, de 23 años, que se ha traído a sus amigos de Galdakao a pasar el día, con primera parada en La Herradura. «Estamos en la casa del aitite, en Villa Begoña. Nuestro plan es comer cordero en Rivas de Tereso y luego emborracharnos un poco por aquí», anticipa Iñaki, mientras a sus colegas ya se les empieza a dibujar la sonrisa de La Herradura. Otros son veraneantes de primera generación: es el caso de Óscar Aristarán, de Trapagaran, que se está zampando unos champiñones en el Chamonix con sus padres, su suegra y la chica que cuida a esta. Su mujer tiene prevista la llegada para mañana. «Mis padres tienen una casa en otro pueblo de La Rioja, Ribafrecha, porque mi padre montó allí hace 50 años una fábrica de yeso, pero a mi mujer y a mí nos gusta venir a Haro los fines de semana. Y, ahora, hemos alquilado una casita para todos durante una semana. Me encanta potear por aquí, la gente es muy maja».
- Pero hombre... ¡si está bebiendo blanco!
- Sí, pero es rioja, ¿eh? Por la mañana suelo tomar Muga blanco, pero este es un Villa Tondonia de diez años que me han recomendado. ¡Y qué bueno está!
El aire, el vino, la gente, hasta los puerros: todas las respuestas sirven como justificaciones válidas del amor por Haro, pero la más peculiar la aporta Miguel Atsotegi, un durangués que hace once años se hizo cargo del hotel Arrope. Es otro de esos vascos que heredaron el vínculo con Haro y lo han hecho todavía más fuerte: «Mi abuelo tenía problemas respiratorios y lo mandaron para aquí. Yo veraneaba en Haro de siempre y trabajaba en Bilbao en una agencia de publicidad, pero en 2009 tuve la posibilidad de coger esto y la suerte de que el banco me prestó dinero. Estoy aquí como un señor: ayer mismo fui a Bilbao y volví escopetado. ¡Qué estrés!». Vale, pero... ¿dónde está la explicación singular? «Mi ama, que nunca habla de estas cosas, me dijo hace poco que me engendraron en La Rioja. '¿Te acuerdas o qué?', le pregunté, muy sorprendido. Y me dijo: 'Perfectamente'».
*El reportaje fue realizado antes de decretarse el uso obligatorio de la mascarilla*
Distancias. Haro es la localidad más importante de la comarca de la Rioja Alta y está situada a 94,6 kilómetros de Bilbao (una hora y cuatro minutos de coche) y 50,4 kilómetros de Vitoria (43 minutos de viaje).
Población. Tiene 11.408 habitantes censados, pero se estima que en los meses de verano supera las 30.000 personas.
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