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gaizka olea
Jueves, 10 de febrero 2022, 09:13
La historia ha sido cruel con Lekunberri, sitio de paso, tierra de frontera, ubicado en una planicie en un territorio, el norte de Navarra, donde ... las líneas están marcadas más por las ondulaciones de sus colinas y sierras que por las llanuras. Muchos ejércitos han pasado por allá, por el eje que comunica Pamplona con la costa en Gipuzkoa por el fantasmagórico paso de Dos Hermanas, y siempre han dejado algún perjuicio a la villa, destruida una y otra vez. Pero era un buen lugar para asentarse y de sus cenizas resurgía una y otra vez el nuevo sitio, Lekunberri, en euskera.
Tan espectaculares son el pueblo y su entorno que ha merecido el reconocimiento como mejor pueblo rural turístico por la Organización Mundial de Turismo, premio que comparte con la villa fortificada castellonense de Morella. Lekunberri es la típica localidad de carretera y su parte vieja ha crecido en uno de los costados de la vía Leitza-Irurtzun, la más cercana al monte.
Es allí donde encontramos una sucesión de viejos y nobles caseríos edificados según la arquitectura de la comarca: sólidos, de muros blancos y ventanas no demasiado grandes, con la cuadra en el piso inferior. Ya no, pero aún es posible imaginar la salida del ganado hacia los pastos. En esa misma porción de terreno rectangular acotada hoy por la línea del ferrocarril de Plazaola están la iglesia y el lavadero, mientras que al otro lado se alza el hotel Ayestarán, una reliquia aún en funcionamiento de los tiempos en que recibía a reyes y demás ilustres, como el escritor Ernest Hemingway. Detrás de ella están los pastos y las huertas, poco a poco devoradas por los chalets y los adosados, esa plaga moderna que ha cambiado definitivamente el aspecto de nuestros pequeños pueblos.
Esa línea ferroviaria, en desuso desde ha décadas, es uno de los principales ganchos turísticos de Lekunberri, pues el trazado del tren minero ha sido transformado en una vía verde muy asequible para peatones y ciclistas que transita por lo que espera uno del paisaje del norte de Navarra: prados y bosques de robles y hayas.
En su tramo navarro, la vía verde tiene una longitud de 28 kilómetros y pendientes leves, salvo en el tramo que asciende al alto de Mugiro. Atraviesa una veintena de túneles, de los que los más largos cuentan con su propia iluminación, aunque nunca está de más llevar una linterna. Atravesamos un espacio rico en vida, ya que además de las ovejas y vacas que pastan en los campos, es posible detectar ciervos, corzos, jabalíes, tejones, martas y lirones, mientras que en el río Larraun hay truchas, barbos, desmanes, y en los árboles juegan multitud de aves.
Cerca de Lekunberri, a un paso de la vía verde, se encuentra el desvío a la cascada de Ixkier, un salto de agua que antaño alimentaba un molino, del que es posible encontrar algunos restos, así como viejas piedras de molienda. Es un lugar encantador, verde, húmedo y con un punto melancólico.
Pero si no te van las grandes caminatas o eres de los que se conforman con un revitalizante paseo matutino, te quedará tiempo para acercarte a la cueva de Mendukilo, en la cercana localidad de Astiz. Esta oquedad era destino habitual de espeleólogos, pese a que los vecinos de esta comarca de montaña la conocían desde siempre y la utilizaron como establo.
La gran boca penetra en el interior de la montaña y permite descubrir un lugar mágico lleno de estalactitas y estalagmitas, así como singulares formaciones rocosas, hasta llegar a la fortaleza del dragón (no olvidemos que estamos muy cerca de Aralar y de las simas donde ocurrieron las peripecias del desgraciado Teodosio de Goñi), una enorme sala de 60 metros de largo y hasta 20 de altura.
El itinerario está habilitado para caminar y la visita se desarrolla con un guía, en grupos de un máximo de 40 personas. El recorrido dura unos 60 minutos y tiene como punto de partida la casa de acogida, donde por medio de audiovisuales y una zona de exposición se comprende el origen y posterior uso de Mendukilo.
Si has llegado hasta este punto, es más que aconsejable que sigas la carretera que lleva hasta Irurtzun, al menos hasta Madoz. Por medio, en un camino que serpentea entre muros de piedra seca y bosquecillos, descubrirás pueblos encantadores como la propia Astiz, Alli y, sobre todo, Oderiz, una veintena de caseríos en torno a un frontón enorme. Todo el territorio está plagado de caminos por los que perderse y llegar, puestos a ello, hasta nuestro siguiente destino: Aralar.
El punto culminante de esta sierra está presidido por el santuario de San Miguel in Excelsis, situado a 1.355 metros de altura sobre el valle de la Sakana, con vistas formidables sobre los pueblos de Uharte Arakil o Etxarri Aranaz. Frente a Aralar, cerrando el valle por el sur, se alza la imponente sierra de Andia.
Aralar es, sobre todo, un lugar mágico repleto de restos neolíticos de la cultura pastoril, bosques impenetrables y rebaños de ovejas y caballos. El mito se vuelve cristiano cuando, según la leyenda, San Miguel salvó de morir en las fauces de un dragón a Teodosio de Goñi, un noble que allá por la Edad Media penaba su condena cargado de cadenas en una cueva cercana por matar a sus padres mientras dormían, creyendo que quienes ocupaban el lecho eran su esposa y su amante. El propio Teodosio, cuenta la leyenda, levantó la primera ermita en lo alto de la montaña y allí dejó sus cadenas.
El templo, destino obligado para los creyentes de la comarca, es una hermosa y modesta edificación sujeta a remodelaciones permanentes, como la que siguió a su destrucción por parte de las tropas de Abderraman III el año 924. Lo que podemos ver hoy es una iglesia construida allá por el siglo XII, un edificio de tres naves en el que destaca la viajada imagen del arcángel, que cada año es llevada a más de 300 pueblos o instituciones de la comarca navarra colindante con Gipuzkoa.
Pero lo que realmente deslumbra de la sierra es su paisaje y la posibilidad de recorrer decenas de senderos de diferente dificultad. Las cimas colindantes animan a los caminantes a emprender rutas para hollar estas cumbres a través de zonas de pastos y hayedos, y siempre pendientes de descubrir alguno de los dólmenes y menhires erigidos por sus moradores de antaño, que ya entonces barruntaban el carácter mágico de la montaña. En el sector navarro de la sierra se han contabilizado medio centenar de estos enterramientos neolíticos.
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