Sin manual de instrucciones

La sonrisa de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón es irónica y no tiene miramientos, porque parte de un supuesto previo a las urnas: han derrotado en su moral al PSOE

Kepa Aulestia

Sábado, 4 de junio 2016, 08:38

Los ciudadanos han dejado de reclamar soluciones efectivas a los problemas que atraviesan, por lo que el escepticismo disipa el sentido tradicional del voto útil. Iniciar el verano con unas elecciones aligera la carga trascendental del momento, como si formasen parte de las fiestas patronales. ... En las quinielas se apuesta a si Unidos Podemos adelantará al PSOE, muy por encima de todas las demás incógnitas que deberán despejarse tras el escrutinio del 26-J. El 'sorpasso' aparece como la única perspectiva inmediata de cambio. En tales condiciones es lógico que Pablo Iglesias e Íñigo Errejón presentaran esta semana su campaña como la de la sonrisa y el corazón. Los representantes de la indignación no necesitan escenificar ningún drama. Ahora les toca a los demás partidos mostrarse angustiados por lo que pueda venirles encima. A todos menos al PP, y si acaso al PNV. El PP porque se alimenta de las expectativas de Unidos Podemos. El PNV porque espera hacerse a un lado en la disputa por 'ese otro voto' que no considera suyo.

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El estreno de la película documental de Fernando León de Aranoa, 'Política, manual de instrucciones', constituye una plataforma de lanzamiento impagable para Podemos, después de que una parte de su público potencial se haya mostrado crítica en las encuestas por la oportunidad perdida tras cuatro meses del 20-D. Permite recuperar visualmente la autenticidad de un partido-movimiento que surge cuando no parecía posible algo así en tiempos de globalización. Y sobre todo permite demostrar que no hay un 'manual de instrucciones' para desmontar el fenómeno 'podemita'. La naturalidad con la que sus creadores evitan desmentir directamente las acusaciones que se vierten sobre ellos, en cuanto a su inspiración leninista, la financiación de sus actividades anteriores a la gestación de Podemos o sus propósitos inmediatos, supera los usos y costumbres de la política tradicional señalando, simplemente, que nadie está en condiciones de lanzar la primera piedra.

El PSOE de Pedro Sánchez es objeto directo de un desafío que parecía atenuarse cuando Pablo Iglesias comenzó a sufrir los efectos demoscópicos de sus excesos de soberbia entre ronda y ronda con el Rey Felipe VI. El problema es que, acuciados por Podemos, los socialistas se debaten ellos solos entre la necesidad de demostrar que son lo que son y la de esforzarse en ser algo distinto. Empeños ambos un tanto inútiles ante una sociedad libre y hasta celosa de extraer sus propias conclusiones.

La polarización no se está produciendo entre un partido solvente en cuanto a su gestión, cohesionado internamente e inmaculado en su trayectoria -el PP- y la opción de Unidos Podemos en lo que tenga de inédita, poco fiable y populista. Tampoco entre, variando el ángulo de visión, una formación sometida al dictado de la 'troika' a través del tamiz del impasible Rajoy, a los viciados ejercicios de un poder que se ha perpetuado gracias y a pesar de la corrupción y a los afanes recentralizadores de una España añorante. Todo eso forma parte de la realidad. Pero las elecciones se juegan entre otros dos polos: la omnipresencia institucional del gobierno en funciones que más haya dado de sí en términos de campaña en las últimas décadas de la Europa televisada -incluida la Bélgica sin gobierno y la Italia de Berlusconi procesado- y la omnipotencia alternativa de Podemos y sus publicistas.

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Lo contagioso en Podemos no es el relato, es su dicción. Mientras el acuerdo entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón transita de una alianza instrumental hacia una confluencia estable, el líder de Izquierda Unida parece reproducir en sus intervenciones esas frases escritas a cincel que caracterizan a los dirigentes de Podemos, empleándolas con la misma entonación de Iglesias. El empaste en el lenguaje es inevitable, porque se habla de otra manera, y todos los confluyentes tienden a emplear los mismos códigos. La inocencia propia frente a la responsabilidad de los demás. La voluntad bienhechora frente a cualquier reserva mental. El bosquejo de un futuro que ya se verá cuándo acontece -porque es en este punto donde los de Podemos parecen dispuestos a admitir discrepancias internas-. Y el emplazamiento final 'a la gente' para que secunde el imparable ascenso de 'los prometidos'.

No hay un manual de instrucciones para hacer frente a Podemos. Pero tampoco Podemos cuenta con una guía infalible para alcanzar sus metas cuando éstas no están prescritas de antemano. La situación recuerda a lo que ocurrió el 20 de diciembre. Una fuerza emergente puede obtener muy buenos resultados, en este caso mediante un acuerdo al que se negó entonces con Izquierda Unida. Pero la clave está en optimizarlos después de las elecciones, a la hora de constituir una mayoría de gobierno. Julio Anguita ha declarado que «el objetivo es formar un contrapoder y gobernar». Se supone que en ese mismo orden. Se trata posiblemente de una variante desvariada de la ilusión del momento. La sonrisa de Pablo Iglesias e íñigo Errejón es irónica y no tiene miramientos, porque parte de un supuesto previo a las urnas: han derrotado en su moral al partido de Pedro Sánchez. Pero 'Podemos Unidos' tiene que decidirse antes del 26 de junio sobre si su objetivo es acabar con el PSOE o si quiere contar con él para gobernar ya mismo el país, al margen de que el 'sorpasso' se dé o no, al margen de que Iglesias lidere o no la alternativa al centro-derecha.

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