La doble vuelta electoral, del 20-D al 26-J, ha hecho de la política un territorio desconcertante. Es indudable que se ha producido un cambio de paradigma respecto a la democracia bipartita. Aunque la polarización en la que se han empeñado PP y Podemos ... aspira, inequívocamente, a superar la fragmentación parlamentaria mediante el dominio alternativo de dos formaciones. A las primeras de cambio nadie está dispuesto a compartir junto a otras siglas el espacio que cree pertenecerle. En esto la política es la de siempre. Incluso por momentos parece más descarnada, más implacable que la anterior. No queda margen para la concesión pluralista, desterrada como mero rasgo de ingenuidad. Se trata de hacerse con los terrenos de los demás a toda costa y sin contemplaciones. La anunciada como 'nueva política' responde al viejo propósito de acabar con los adversarios y, si acaso, simular tratos con ellos cuando no se alcance el objetivo. Podemos asemeja un ejército pertrechado ideológica y moralmente para hacerse con el botín electoral de aquellos que reivindica como aliados. El interés partidario no deja espacio a ese mínimo pudor que obligaba a la vieja política, hasta en los momentos de mayor confrontación, a respetar el honor del contrincante y no irrumpir en casa ajena. Los populares se han venido arriba tras descubrir que los otros son incapaces de echarlos abajo, y Rajoy clama por que se achiquen los espacios de la diversidad de siglas. Él e Iglesias aparecen entronizados días antes del escrutinio final, acariciando el segundo las virtudes del bipartidismo conquistadas a los socialistas. En la era de los platós de televisión y de las redes sociales afloran vestigios incluso anteriores a las razones de Maquiavelo. La nueva-vieja política merecería aun un margen de confianza y alguna indulgencia si, a cambio de su resabiada irrupción, diera lugar a una política realmente distinta. Pero, con la salvedad de contadas medidas de transparencia administrativa, la pugna polarizada e insaciable ha dejado de lado el principio de responsabilidad. Como si los emergentes solo tuvieran que dar cuenta de sus actos en una especie de 'juicio final' que saben que nunca les llegará en vida. No hay propuestas ni compromisos. Solo queda sitio para las proclamas y los actos de fe. Para acabar el 26 de junio en un plebiscito a ciegas entre Rajoy e Iglesias. Ha cambiado todo, sí, pero no ha cambiado nada. La política continúa siendo un arte que, entre lo posible y lo imposible, se realiza de espaldas al personal. Aunque el personal busque la redención en la política llamada nueva.
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