Mala hierba

El error de inflar las expectativas está -o estaba- en la naturaleza misma de Podemos, concebido y recreado para el todo o nada en la versión que encarna Iglesias

Kepa Aulestia

Sábado, 2 de julio 2016, 08:12

Las dificultades que encuentran los miembros visibles de Podemos para explicarse el resultado obtenido el 26 de junio son reveladoras de la propia naturaleza de la formación emergente y de los esquemas que venían manejando sus dirigentes. Las disensiones entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón ... constituyen una anécdota. La diatriba sobre los posibles perjuicios de la entente con Izquierda Unida oculta el verdadero problema.

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Lo mismo ocurre con los devaneos entre populismo y socialdemocracia, o sobre si la consulta soberanista debía ser una línea roja. Porque lo que ha fallado es la pretensión de saltar de la nada al Gobierno. La concepción del poder político como algo absoluto que se tiene o no se tiene, y que cuando se tiene lo permite todo. La conversión de una supuesta y engreída superioridad moral -la de la inocencia- en un emplazamiento dirigido al país entero en nombre de «la gente». La encuesta que la dirección de Podemos pretende dirigir a las bases es, en ese sentido, un subterfugio para atomizar las respuestas y eludir la cuestión de fondo.

Por mucho que el consejo ciudadano de Podemos tratara ayer de hallar la causa de su decepción, solo podrá encontrarla si Podemos se transforma a sí misma. En realidad, las elecciones no se ganan o se pierden en las urnas. El resultado electoral se sanciona sobre todo por la reacción, por los gestos, las frases y los silencios de los comparecientes en la noche de autos. El aturdimiento de Podemos va ya para una semana. Una semana de contención y de tensiones en medio de admoniciones a la autocensura. Las expectativas eran tales que se comprende la desilusión. Lo que revela precisamente la causa principal de la crisis. Haber creído que el 'sorpasso' respecto al PSOE de Pedro Sánchez, primero, y la victoria total, después, estaban al alcance de su mano.

Si hubiese sido solo un error de apreciación, el problema podría zanjarse con el inevitable ajuste de cuentas, bien contra los augures, bien contra los timoneles de la campaña. Pero ese error de apreciación está -o estaba- en la naturaleza misma de Podemos, concebido y recreado para el todo o nada en la versión que encarna Iglesias.

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Es imposible esclarecer los motivos de un revés subjetivo cuando no es tal objetivamente. Unidos Podemos cuenta nada menos que con 71 escaños en el Congreso. Es imposible dilucidar las causas del escrutinio cuando en el resultado concurren circunstancias varias y hasta contradictorias. Votantes que dejan de votar por un motivo y por el opuesto, electores que no se animan a coger esa papeleta por otro sinfín de razones. En tales circunstancias resulta inútil el empeño por localizar los puntos de fuga. Pero, sobre todo, es absurdo llegar a una conclusión unívoca al respecto mediante la transacción entre posturas diversas dentro del colectivo, o mediante la imposición de un análisis certero por mayoría, aunque esa mayoría se vea refrendada por una consulta entre los inscritos.

Lo único que parece claro es que Podemos ha de asumir un papel de oposición y ha de ejercerlo descendiendo unos cuantos escalones en la arrogancia de representar a 'la gente'. También porque entre el 20-D y el 26-J se le acabó la bula de la novedad y el recurso al victimismo. Ha de entender que la oposición de un quinto de los diputados forma parte de un poder institucional que no es absoluto ni puede serlo en una democracia representativa. Ha de hacerlo admitiendo que debe cumplir con el papel asignado por los votos, sin aferrarse al objetivo originario de asaltar los cielos a la primera ocasión. Porque puede que nunca lo consiga, y esa es la prueba a la que debe someterse desde ya.

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A Podemos no le queda más remedio que empeñarse en la representación de ideas y propuestas que considere más justas, sin pretender exclusivizarlas ni convertirlas en una verdad totalizadora. Para lo cual deberá transformarse a sí misma, abandonando la visión de un ascenso paulatino e imparable, como si se tratara del destino que les espera en la Historia.

Cuando Podemos empezó a constituirse en círculos, destacaba el celo que sus fundadores ponían en que no se les colara nadie con antecedentes políticos. Sonaba a purga preventiva y, sobre todo, a un modelo de control centralizado. El 'homo politicus' no ha evolucionado nada desde que comenzó a organizarse en comunidad. El dirigismo, el sectarismo, la intolerancia y esa fuerza centrífuga que se deshace de las posturas inconvenientes forman parte también de los instintos de Podemos. El 'hombre nuevo' fue una utopía atroz, y lo sigue siendo.

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Frente a la España de los 'buenos y de los malos' a los que Mariano Rajoy se atrevió a referirse en algunos momentos de la campaña electoral, nadie debería invocar ese mismo argumento en sentido inverso. La mención a la «mala hierba» que hizo Pablo Echenique sugiere la existencia de un huerto cultivado a conciencia, del que habría que desterrar todas aquellas plantas que molestan, considerándolas invasoras aunque sean endémicas. El enojo porque alguien de la dirección hubiese filtrado el mensaje del secretario de Organización es indicador de en qué consiste la transparencia partidaria también para Podemos.

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