Populismo a dos aguas

La civilización bien entendida tiene que ver con la certidumbre. Es una aspiración humana, casi un derecho, que ni el populismo de derechas ni el de izquierdas deberían despreciar

Kepa Aulestia

Sábado, 12 de noviembre 2016, 08:16

El pasado sábado tuvieron lugar manifestaciones, también en Euskadi, contra el TTIP. Tres días después aquella protesta se quedó sin sentido. 'Los pueblos deciden' -como rezaba el lema de la convocatoria-, y ganó Donald Trump. Mañana mismo podría añorarse el 'mal menor' de un Tratado ... tan opaco. A no ser que, dado que los extremos tienden a juntarse, la contestación 'de izquierdas' al libre comercio se sienta hoy reconfortada con la victoria, en este aspecto, de sus oponentes conservadores. El proteccionismo y la autarquía como paradigmas compartidos frente a la globalización. Aunque lo más preocupante es que la victoria de Trump induce fatalismo a este lado del Atlántico. Como si solo nos quedara el recuento de los estropicios inmediatos para exportadores y ahorradores, perplejos por el disímil comportamiento de las bolsas en Nueva York y en Europa.

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La palabra civilización tiene muy distintas acepciones en su uso habitual, incluidas las excluyentes, las que ligan el término a una cultura o tradición religiosa negándosela a las demás. Hace exactamente 20 años Samuel Huntington acuñó el concepto de 'choque de civilizaciones', idea que Trump maneja a su modo. Pero cuando se dice que alguien o algo no son civilizados, además de servir de argumento para la intolerancia, se denuncia el grado de incertidumbre que aporta el sujeto o el objeto en cuestión. La civilización bien entendida tiene que ver con la certidumbre. Es una aspiración humana, casi un derecho, que ni el populismo de derechas ni el de izquierdas deberían despreciar.

Anteayer el expresident de la Generalitat y líder del Partido Demócrata Europeo Catalán, Artur Mas, advirtió en un vídeo de que «lo que parece imposible a veces se hace posible», mientras felicitaba al presidente electo de EE UU deseando, al mismo tiempo, que «lo haga muy diferente de como lo ha hecho de candidato». Aunque esa defensa sobrevenida de lo reprobado por muchos como la terca utopía de unos cuantos nada tenga que ver con la Europa posterior a la II Guerra Mundial ni con la tradición catalanista. Por su parte, Pablo Iglesias ha negado que el populismo contenga un sentido ideológico preciso, alegando -con Chantal Mouffe- que es un recurso compartido por los extremos para que aflore el 'pueblo' como sujeto. Frente a la arrogancia de lo previsible se alza la desfachatez de quienes emplean la incertidumbre como palanca de cambio. De modo que sería la rabia de los más desfavorecidos la que explicaría el fenómeno, frente a los sectores más acomodados de la sociedad. A pesar de que, no nos engañemos, tanto los actores del populismo como gran parte de sus seguidores se ubiquen en los tramos confortables de la pirámide social. Debe ser la nueva versión del «intelectual colectivo» de Gramsci.

El populismo, convertido en 'método' para arengar a las masas, entraña una innegable carga ideológica. Empezando porque introduce una gran dosis de nihilismo en la vida pública. Nada de lo posible merece la pena. Reniega de la responsabilidad política porque su objetivo es el poder absoluto, sin medianías ni componendas en el mientras tanto. Todo queda en suspenso hasta que yo conquiste la Casa Blanca. Basta percatarse de las dificultades que evidencia el partido de Iglesias y Errejón para trabajar en la oposición, léase en los ayuntamientos y juntas generales. Del mismo modo que Trump no ha dicho hasta ahora cómo piensa cuadrar el incremento de la inversión pública con la rebaja de impuestos, la 'vertiente izquierda' del populismo tampoco se siente obligada a precisar hasta dónde alcanza el principio de legalidad en su universo simbólico, después de que Ramón Espinar haya sido exonerado de toda culpa moral con su triunfo en Madrid.

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La 'vieja política' incumplía sus compromisos, es verdad. La 'nueva política' ni siquiera se ve en la necesidad de exponerlos, de modo que nadie podrá acusarla de su incumplimiento. Es otra manera de jugar a la política, ventajista a más no poder. A pesar de que Pedro Sánchez se echara atrás de señalarlo con su dedo, el populismo existe desde el momento en que lo reivindican sus protagonistas. Podemos hacer que no lo vemos, arrugándonos ante su empuje. Pero está ahí y nos emplaza a sumarnos a sus filas -eso sí, con el carné en la boca- si no queremos ser arrollados.

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