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Redención

Los supuestos activistas de ETA que queden tras el desarme nunca dirán qué pretenden en concreto, porque en realidad son peones de un final desordenado

Kepa Aulestia

Sábado, 8 de abril 2017, 07:10

El desarme de ETA tiene todo a su favor, porque nadie puede estar en contra de que la banda terrorista se deshaga de las armas y explosivos que decía tener bajo su control. Lo importante es que ya lo que resta de ETA no tenga con qué matar. Así de sencillo, así de simple. La geolocalización de un arsenal que no merece calificativos es toda una metáfora de la distancia a la que los etarras que simulaban quedar en activo viven su propia realidad, como si no fuera con ellos. Son otros los que hasta ayer mismo se habían pronunciado sobre las intenciones de la banda, anunciando incluso que ésta ya no tenía depósitos. Un coro de voces no muy empastadas explicando lo que iba a ocurrir hoy, como si estuvieran al cabo de la calle y sin sentirse en la necesidad de dar cuenta de las fuentes que manejaban. Todo como si ETA se hubiera retirado del frente de batalla para dejar que la sociedad civil ocupase sus trincheras, enterada de que ya había acabado la guerra y ahora se trataría de celebrarlo. Ahora vendrán los exegetas del «final ordenado» de la violencia para contarnos que su propósito se ha cumplido plenamente, de que era esto lo que tenían planeado, de que la banda etarra se ha rendido siguiendo el ritual trazado a semejanza «de los procesos de este tipo». Basta un cajón de armas, que ojalá no se vean nunca, un mediador internacional y unos entusiastas de poner fin al conflicto para consagrar lo que pase hoy como modelo vasco de solventar estas cosas. Solo que no serviría para terciar ni de lejos en las matanzas que desangran la humanidad en distintas partes del mundo.

Lo de hoy se asemeja a una Pastoral suletina, que se alarga sin remedio y cuyo desenlace redime por igual a protagonistas y espectadores. Porque en el fondo se trata de eso, de hallar la redención a cuenta de algo que podría haberse realizado sin tanta parafernalia, con una entrega más sobria de lo que nadie conoce en realidad y sin que responsables institucionales se las den de discretos mientras insisten en que de ellos es el guion de la obra representada. La ceremonia redime del pasado a quienes participan en la celebración como si se tratara de una bendición general, y de ella se benefician también quienes, como de rondón, pasaron no se sabe cuándo las coordenadas de unos zulos que prefirieron eludir desde hace tiempo por razones de seguridad. Resulta paradójico, pero tan profiláctica entrega de las armas redime a ETA lo mismo que lo hubiera hecho una foto de los representantes de sus Estados enemigos haciéndose cargo de ellas. Porque no hay escapatoria al relato que imponen los desarmados a través de la comunidad que se siente redimida en la solemnidad de un hito que oficia el último que llega y es declarado apto para hacerse cargo técnicamente de las armas, como cuando la hostia sagrada pudo tocarse con las manos en la Eucaristía.

Claro que los desarmados redimidos pueden caer en la tentación de prolongar la Pastoral, aferrados a esa idea tan mesiánica de que el camino comienza tras el perdón. Que ahora toca a otros hacerse perdonar mediante la liberación de los presos, la vuelta de los refugiados y la desmilitarización de Euskal Herria. Pueden caer en la tentación de erigirse, una vez desarmados, en los gestores últimos del proceso de paz que, según los cánones al uso, daría comienzo a partir de hoy. Siempre contando con que habrá planes sucesivos para la convivencia que descarten de inicio a quienes ya se sabe que discrepan en lo fundamental. La normalización exigiría que lo que en la jerga etarra se denomina «las consecuencias del conflicto armado» discurriera, tras el desarme, por cauces ordinarios, como la Justicia y los tribunales. Pero hete ahí que quienes todavía no han activado la cláusula de libertad de sus presos para que progresen de grado y acorten su estancia en prisión, ni se han visto en la necesidad de preocuparse de las circunstancias legales que atraviesan los llamados exiliados, clamarán por ese atajo que presenta la decisión unilateral de desarmarse de los suyos como una concesión en demanda de una contraparte bilateral. Aunque nunca dirán qué quieren en concreto, porque en realidad son protagonistas de un final desordenado.

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