Una patria distinta
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El pulso interno en el nacionalismo ha entrado ya en el choque de dos modelos de país y de sociedad y distorsiona el debate nacional clásicoDe nuevo, un Aberri Eguna distinto, marcado por la pandemia y con el telón de fondo de la disputa entre el PNV y EH Bildu ... por la hegemonía en el nacionalismo. Ante una clamorosa ausencia de concertación estratégica, iniciativas como Euskal Herria Batera plantean una mayor unidad de acción en clave soberanista y conectan en este momento más con los movimientos tácticos de EH Bildu que con los del nacionalismo tradicional. Pero lo cierto es que la disputa en el seno del universo abertzale ya no afecta a los ritmos de l proceso de construcción nacional. El pulso arrancó al inicio de la Transición cuando rivalizaron los estatutistas y los que pretendían imponer un proyecto esencialista negador de la pluralidad envueltos en la bandera del derecho de autodeterminación y dando cobertura al empleo del terrorismo. Durante años, el dosel sagrado del nacionalismo, según el sociólogo Ander Gurrutxaga, albergaba en su seno a corrientes posibilistas y rupturistas, que gestionaban los momentos y las coyunturas en función de sus intereses y necesidades. Se pagó un precio altísimo, que fue la persistencia del terrorismo de ETA. Pero la 'eficacia' del modelo de institucionalización del autogobierno del país permitió la cohabitación entre los nacionalistas y los no nacionalistas y fue capaz de gestionar la paradoja sin romper el país. A diferencia de lo ocurrido en Cataluña.
El Covid ha cambiado a todos el orden de prioridades. Debería cambiar a la sociedad y, por ende, también a la política. Y, claro está, también al mundo nacionalista. Quizá nunca estuvo tan alejado el terreno hipersimbólico en el que todavía se mueven con ciertos complejos algunos sectores del nacionalismo -anclados más en el pasado- del principio de realidad que marca el día a día de la ciudadanía. El nacionalismo ya no puede repetir la eterna narrativa agónica de la resistencia de un pueblo que se diluye, porque este marco no es real. La tensión identitaria ha perdido peso, evidentemente, no solo gracias al final de ETA, que ha liberado muchas energías. También porque la coalición PNV-PSE introduce amortiguadores y una variable de apaciguamiento y porque la sociedad cambia empujada por las nuevas generaciones.
Del discurso de resistencia patriótica del Aberri Eguna de 1976, con el recuerdo de la dictadura de Franco aún bien fresco, hasta este Domingo de Resurrección, ha llovido considerablemente. Pero que haya perdido fuerza el nervio de la identidad no quiere decir, ni por asomo, que haya desaparecido del mapa. La ciudadanía vasca sigue siendo mayoritariamente nacionalista en términos sociológicos y políticos, incluso a pesar de que, quizá, el apoyo a la independencia tenga menos fuerza que nunca. El imaginario de ver a España como el 'enemigo' -que durante años se cultivó con esmero, en especial durante la dictadura- se ha reducido considerablemente. Aceptando este cambio de paisaje, sería un craso error pensar que los factores identitarios se han evaporado. Incluso en un momento de crisis y de incertidumbre sobre el futuro, con la globalización desbocada y al galope, la identidad y sus múltiples aristas pueden convertirse en un cómodo refugio y catalizar sentimientos de malestar, de descontento y de frustración. No hay que perder de vista que, en determinados momentos de presión, las sociedades también crean determinadas válvulas de escape para no terminar reventando.
Otra cuestión es que el 'dosel del bienestar' empiece a sufrir un progresivo desgaste de materiales aunque, a veces, no sea perceptible a primera vista ese fenómeno, que avanza inexorable sobre determinados cimientos que parecían inmutables. Las improvisaciones de los gestores públicos en el conjunto de la UE contra la pandemia son capaces de erosionar a cualquier gobernante y, en Euskadi, la vacunación o el efecto acordeón de ciertas medidas sanitarias de restricción pueden pasar factura al nacionalismo gobernante, como a cualquier familia ideológica comprometida en la responsabilidad de la gestión de los intereses públicos. Como las indemnizaciones de los bonus de la cúpula de Euskaltel tras la opa de Más Móvil, que en la izquierda parlamentaria se considera «un escándalo» en los tiempos que corren y que si hubieran sido, por ejemplo, atribuidas a la gestión del PP en la época de Mariano Rajoy hubiesen levantado una ola de indignación. Son la otra cara de la patria sin mayúsculas. El patriotismo de los frágiles y los vulnerables que se ha colado en el debate de las grandes palabras. Una patria averiada e imperfecta, quizá menos épica, aunque pegada a ras de suelo, pero es la que vivimos, amamos y sufrimos.
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