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Un artículo difundido el pasado 31 de marzo por algunos históricos de Herri Batasuna como Itziar Aizpurua, Miguel Castells, Iñaki Esnaola o Iñaki Ruiz de ... Pinedo justificaba que la izquierda abertzale no participase en el primer Parlamento Vasco que se constituyó en 1980 en la Casa de Juntas de Gernika. No lo hicieron porque entendían que aquel Parlamento autonómico respondía a un proceso de institucionalización insuficiente, que dejaba fuera a Navarra y que formaba parte de la Transición tutelada desde el franquismo. Parecía que la efemérides se iba a celebrar sin el más mínimo recuerdo de aquella imagen de conflicto pero determinadas alusiones de ellos mismos confirman que la visión que tenían sobre este país no ha mutado en esencia. El 'todo o nada' de entonces parece edulcorarse por el paso del tiempo pero hay determinados tics que no han desaparecido del todo.
Las aseveraciones de estos veteranos de la 'vieja guardia' –algunos de ellos incluso se alejaron en su momento de HB– han puesto de relieve las paradojas que aún proyecta la política vasca y que el acto de Gernika -con sus abrazos, sus aplausos y sus silencios- ha elevado a la máxima intensidad. También ha podido reflejar la existencia de cierto malestar ante una escenografía posibilista de EH Bildu demasiado aparatosa en su reconocimiento de la institucionalización estatutaria de Euskadi. Atrás quedaron los años en los que HB se refería al 'tercio vascongado' o al 'Estatuto de La Moncloa' para deslegitimar los pasos que en su momento dio el nacionalismo institucional que lideraba el lehendakari Carlos Garaikoetxea.
Los firmantes de la carta se desmarcan de un homenaje vacío de contenido, como apuntan, como el que se celebró el pasado lunes en la Casa de Juntas. Sin embargo, fueron aquellos parlamentarios electos –que no tomaron posesión de su cargos en aquella sesión solemne en Gernika– los que recibieron sus prestaciones económicas que les correspondía como grupo político. Cuarenta y cinco años después también han recogido las medallas de reconocimiento aunque no participasen en la vida parlamentaria de aquella legislatura.
La izquierda abertzale ha experimentado un reciclaje espectacular entre aquel tiempo en el que la amenaza de ETA lo condicionaba todo y esgrimía un discurso rupturista. Ahora abrazan el gradualismo y el posibilismo. Y todos nos alegramos. Pero sin perder la memoria.
Es cierto que la 'normalización' de EH Bildu es un proceso que no tiene vuelta atrás, que su aterrizaje en la negociación con Pedro Sánchez les abre nuevas expectativas, que se han abierto a las clases medias, que se llevan bien con los empresarios vascos, que han conectado con la gente joven y que se han envuelto en una bandera moderna, abertzale, progresista y de izquierdas con la que se muestran abiertamente competitivos. Este relato les está permitiendo colocar un mensaje más 'atractivo', no el de la pureza nacionalista, frente a un PNV desgastado. Y, sobre todo, sin ETA todo ha cambiado.
Que todo esto ocurra cuando la extrema derecha enseña sus dientes a la vuelta de la esquina no deja de ser una coincidencia significativa. EH Bildu se ha convertido en el mejor aliado del Gobierno PSOE-Sumar. Hace 45 años, la izquierda abertzale había demonizado al Partido Socialista. Era el inicio de la Transición y fueron años traumáticos. Hoy vive con Sánchez una especie de idilio político que aún sorprende.
Muchas de esas heridas se han cerrado, aunque hay duelos que perduran y el dolor y la sensación absurda de que tanto sufrimiento no ha valido para nada son cicatrices que aún escuecen. Dentro de ese espíritu que mira al futuro, que quiere desterrar el odio y el resentimiento, es necesario, siempre lo será, interpelar a EH Bildu para que siga dando más pasos en reconocer lo injusto que fue la violencia. No solo se trata de asumir los derechos humanos en su integridad, se trata de reivindicar una concepción ética de la política, de asumir de verdad la pluralidad de la sociedad, de fabricar complicidades desde la empatía, de trabajar a cohesión social, y evitar la división y la fractura.
Por eso en esa carta de los históricos muchos echamos de menos una mínima mirada autocrítica de lo que fue la sinrazón de ETA al atacar con saña el Estatuto de Gernika y dinamitar la convivencia de aquel país que salía conmocionado de la dictadura. Sería un ejercicio de honestidad intelectual con la perspectiva del tiempo y la historia.
Una izquierda independentista madura tendría un gran potencial de futuro si en algún momento se desprendiese de esas últimas ataduras y si rompiera ese anclaje emocional que aún le ata al pasado. Puede que sea duro, sobre todo para una determinada generación. Quizá habrá que esperar a la siguiente para percibir un cambio. Pero desde el punto de vista de la salubridad y la regeneración moral de este país, son valores que no pueden guardarse en el armario. Mantienen plena vigencia ahora que los populismos ultras intentan ocultar la historia del totalitarismo en Europa. El discurso de que 'todos nos hemos equivocado, todos tenemos víctimas y'todos hemos sufrido' no puede convertirse en un sofisma para negar la necesidad de esa catarsis profunda que sigue siendo una asignatura democrática pendiente. Es una cuestión de memoria democrática y de dignidad como país. Todos saldríamos ganando.
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