Aniversario del bombardeo de Gernika
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Aniversario del bombardeo de Gernika
Un gesto y dos miradasLos actos de homenaje a Gernika en el 86 aniversario del bombardeo de la villa foral han tenido la virtualidad de ofrecer dos caras de la misma moneda. Por primera vez un ministro del Gobierno de España ha participado en la ceremonia, lo que es ... coherente con una estrategia de memoria democrática que tiene aún una labor que realizar, sobre todo entre las nuevas generaciones, para evitar que el pasado vuelva a repetirse. Félix Bolaños participó ayer en la ofrenda floral y, horas antes, el lehendakari, agradeció su presencia y volvió a pedir un gesto solemne de reparación al Estado español por aquel bombardeo. Se valora el paso, pero la controversia está servida en bandeja.
La petición suscita un gran debate político e histórico y alienta una viva polémica que forma parte de la batalla ideológica del nacionalismo. El Ejecutivo español -integrado por la izquierda que fue derrotada en la Guerra Civil- rechaza tener que pedir perdón por una masacre que los nazis lanzaron contra la población civil, pero que también iba dirigida contra el Gobierno legítimo de la Segunda República. El Estado democrático español lo encarnaba la República, no el fascismo alzado en armas precisamente contra la Constitución de 1931. Y el Estado constitucional de hoy, el que precisamente posibilita el autogobierno vasco heredado del Estatuto republicano, no es la continuidad del totalitarismo, como interpretan los sectores más rupturistas que obvian que la Constitución de 1978 fue un punto de inflexión. «Nadie puede adueñarse de la memoria colectiva ni asumir en exclusiva el papel de víctima». El delegado del Gobierno, Denis Itxaso, zanjó la cuestión con esa premisa. Las víctimas no pueden ser a la vez verdugos.
Conviene tener claros algunos principios para no transformar determinados relatos en mitos de victimismo. Que Gernika, como Durango, Eibar o Elgeta, fueron bombardeados en el marco de la sublevación franquista, que la Guerra Civil fue también un enfrentamiento interno entre vascos y no una contienda Euskadi-España, que hubo tradicionalistas y carlistas que apoyaron a los sediciosos y que participaron en la delación de nacionalistas y republicanos.
Gernika es ya hoy un icono universal y un símbolo de todos los que se sientan demócratas. Sería muy torpe banalizar la historia o instrumentalizarla para el interés de una de las partes, en este caso en favor de una interpretación nacionalista. Son los expertos en historia los que debieran hablar más alto y con rigor para clarificar el pasado.
El problema es la necesidad de hacer más pedagogía sobre la recuperación de la memoria democrática. Explicar y recordar Gernika equivale a hacer lo mismo con las atrocidades de la Guerra Civil y de la posterior represión franquista. Se trata de plantar la semilla para que nuestra historia más traumática no vuelva a repetirse y para desterrar ese peligro que ha reaparecido entre nosotros: que las ideologías extremistas y totalitarias prenden en sociedades marcadas por la frustración, la manipulación de la historia, la deformación de la identidad y la explotación parcial de las emociones. Cuando las soluciones simples siempre son preferidas a las soluciones complejas siempre sabemos qué viene detrás.
Las democracias, por imperfectas que sean, nunca pueden bajar la guardia. Porque el fascismo está agazapado, aunque ya no exhiba los correajes aparatosos de los uniformes de los años 30. La amenaza no ha desaparecido.
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