Alivio más que euforia
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Análisis ·
El anuncio del levantamiento de las restricciones ha sido acogido de muy diferentes maneras según el sector socialEl lehendakari anunció el martes el final del estado de emergencia y el levantamiento de las restricciones que se han ido imponiendo en Euskadi desde que la pandemia del Covid-19 se hizo presente entre nosotros. El anuncio es una magnífica noticia, pues implica la ... superación de una amenaza que ha tenido en vilo a la población durante más de año y medio y supuesto un enorme coste en muertes, soledad y pobreza de muchos de sus miembros. Las reacciones, sin embargo, por lo que cabe observar, no han sido idénticas. Se han movido, según sectores, desde el alivio precavido hasta la alegría rayana en la euforia. Nada extraño. También las experiencias personales y grupales que a unos u otros ha tocado atravesar han sido diferentes.
Es comprensible la eufórica acogida que el anuncio ha tenido en aquellos sectores que han creído ver más constreñidos su actividad y modo de vida a lo largo de este inacabable lapso de tiempo. La hostelería, la industria cultural y del ocio o la juventud en general son así, si no los más golpeados, sí los que de manera, en ciertos casos, más ruidosa e incluso más incívica han hecho oír su voz en protesta por la precaria situación en que dicen haber sido abandonados. Su vuelta a la plena actividad supone para ellos un nuevo comienzo que rompe con las ataduras con que se declaraban maniatados. El anuncio ha sido, en su caso, una ruptura entre dos situaciones radicalmente opuestas: la de la represión y la de la libertad. Se explica su euforia.
Más templada ha sido la alegría, reducida casi a alivio, de otros sectores de la población. Unos de éstos, como el sanitario, y otros que, de un modo y otro, han tenido que ver con la seguridad y las emergencias, tienen motivos más que sobrados para contener su contento en el escalón previo a la euforia. Saben que la pandemia, lejos de desaparecer, se ha tornado endemia y es además capaz de mutarse en nuevas amenazas y causar brotes que nos devuelvan a la alarma precedente. Su alegría es, por tanto, mesurada. En el caso particular del sector sanitario, al cansancio acumulado, que amortigua la intensidad del sentimiento, se añade ahora la tarea de recuperar el tiempo perdido y atender a la casuística que, por la urgencia pandémica, ha quedado postergada en los pasillos de los ambulatorios y las salas de espera de los hospitales. Un nuevo esfuerzo, pues, que se hace aún más costoso al unirse a las demandas nunca satisfechas de respuesta institucional a un abandono que viene de lejos y, como la pandemia, ha mutado en endémico.
De la misma contenida alegría participa, pero por razones bien diversas, otro sector de la sociedad que no creo que sólo sea mayoritario en la imaginación de quienes, como yo, han recorrido ya lo más largo del camino que la vida les ha trazado. En este caso no se dan, al contrario que en los anteriores, razones de orden objetivo que justifiquen la contención del contento. Es, más bien, que, las costumbres que por obligación nos ha hecho adquirir este período de pandemia se han transformado en modos alternativos de vida que ni nos son incómodos ni nos resulta urgente abandonar. Vemos, más bien, en el recogimiento impuesto, más que empobrecimiento, un algo de provecho o riqueza que la necesidad nos ha descubierto y del que nos resultaría ahora costoso tener que desprendernos. No echamos en falta lo que la restricción nos ha enseñado a juzgar superfluo. Damos, pues, por una vez, razón al tópico de que no hay mal que por bien no venga. Nos alegra, como a todos, la superación de la amenaza, pero no nos encandila la vuelta a rutinas pasadas que creíamos imprescindibles.
Sabemos, sin embargo –cómo no– que, más allá de la subjetividad de los sentimientos, se presentan ahora tareas ingentes que habrá que afrontar. Tres parecen prioritarias. La primera, si no se quiere reincidir en lo mismo cuando las circunstancias se repitan –que lo harán–, aprender bien la lección mediante una evaluación crítica de lo hecho llevada a cabo por expertos de reconocida valía. La segunda, el reforzamiento sostenido tanto de la investigación científica como de los servicios sanitarios generales y de los asistenciales dirigidos a quienes, como los ancianos, más desamparados se han sentido frente a la pandemia. Y la tercera, el acertado diseño y la correcta aplicación de los fondos que redunden en un tan notable incremento como justo reparto de la riqueza del país. Hasta lo sufrido habría sido para bien.
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