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Así me atrevo a llamarle por la confianza a la que él mismo me invitó utilizando siempre conmigo ese apelativo. Y así le llamo ahora, porque no van de política estas líneas, sino de amistad conmovida por la inesperada y repentina noticia de su muerte. La política fue, es verdad, el inicio y motivo de nuestra relación. Pero, contradiciendo la tópica presunción de que ambas, política y amistad, se repelen, la nuestra evolucionó de la una a la otra sin que ninguna de las dos sufriera merma. Todo lo contrario. Una y otra se iluminaron mutuamente y crecieron en libertad. Recuerdo cómo cedieron los primeros tanteos y las cautelas dieron paso a la franqueza. Quizá los asuntos de que hablábamos, por su connotación humana y su carga emocional, contribuyeron a ello. Todo empezó, en efecto, en los tiempos en que nuestra conversación política versaba sobre la vida y la muerte, y las reflexiones sobre qué estaba en juego, o en torno a qué hacer y a cómo hacerlo, debían ir más allá de los intereses que de ordinario maneja la política y se adentraban por caminos en que eficacia y ética, razón y corazón, iban por necesidad de la mano. Así lo recuerdo. Al poco de iniciar la relación, hablaba con la misma franqueza y libertad que atención ponía en la escucha. Era esta capacidad de escuchar, de transmitir la sensación de que el otro importa y tiene algo interesante que decir, lo que le dotaba de ese carácter seductor que tantos frutos le dio en la relación política y en el acopio de amistades. Y lo que en política ha sido a veces interpretado como maquiavelismo en el sentido más peyorativo, en la relación humana funcionaba como señal de entrega y acogida que invitaba a la amistad. Pasaron, por fortuna, aquellos tiempos de sufrimiento que a ambos nos ocupó y que él, de manera muy especial, contribuyó a superar. Cada uno volvió a su quehacer y nuestras relaciones se espaciaron, hasta que, en tiempos recientes, se limitaron al esporádico intercambio de mensajes o a los abrazos enviados por intermediario. Pero perduró la amistad, que él tan bien supo cultivar. Con tanto esmero lo hizo, que, al recibir noticia de su muerte, lo que había sido forzada lejanía, sólo salvada por breves y esporádicos mensajes, se ha hecho definitiva ausencia. Y ya he comenzado a echarle de menos. Amigo, Alfredo.
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