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Los sondeos preelectorales dibujan un horizonte probable que condiciona más el comportamiento de partidos y candidatos que el de los votantes. A partir de los comicios generales de 2015 y 2016 -y en especial a partir de la moción de censura contra Mariano Rajoy- la ... gobernabilidad del país pasó a depender de cómo resulte la confrontación entre bloques, entre las tres formaciones de la derecha y el resto. La atención pública se centra en la suma de unos frente a la suma de los otros. Atendiendo a las encuestas disponibles hasta la fecha, lo más probable es que el escrutinio del 28 de abril dé lugar a un arco parlamentario tan igualado entre esos dos bloques que obligue a una nueva convocatoria electoral, o a la apertura de una legislatura tan inestable que resulte extremadamente breve.
Es probable que la suma PP-Ciudadanos-Vox no les alcance para los 176 escaños en el Congreso que les garantizaría la investidura -inevitablemente de Casado-. Pero no por ello sería tan fácil que Pedro Sánchez pudiera reeditar la aritmética de la moción de censura. Puigdemont estará al mando de la representación de Junts per Cat, con el propósito de desestabilizar la política española mientras ésta no se avenga al reconocimiento de la soberanía catalana. Aunque ERC se sitúe por delante de su competidor principal en el campo del independentismo, el grupo parlamentario liderado por Gabriel Rufián no estaría en condiciones de prestarle sus escaños a Sánchez a un precio sensiblemente inferior al que Puigdemont venda los suyos. En las generales de 2015 y 2016, ERC y CDC repitieron en el número de diputados, 9 y 8 respectivamente. Ese podría ser el número de escaños que Vox acabe 'robándole' al PP a favor del PSOE en las circunscripciones provinciales con menos población. Al final, empate a unos 160 diputados seguros por bloque, con 17 escaños catalanes orbitando mientras no se convoquen elecciones autonómicas en aquella comunidad, a la espera de lo que resuelvan los indecisos y resuelvan los restos.
Mientras tanto, los sondeos preelectorales ponen a prueba la gestión de las expectativas de cada cual. Pedro Sánchez no se habría atrevido a cambiar las candidaturas socialistas de 2016 si no contara con pronósticos que le conceden un 30% del voto y hasta 130 escaños. Tampoco Albert Rivera se habría visto obligado a procurarse golpes de efecto a base de fichajes, si no se le hubieran venido abajo las perspectivas que manejaba en 2018. Hasta Pablo Iglesias anunció de mala manera su regreso paternal el 23 de marzo, para salvar lo que dentro de una semana quede de Unidas Podemos. Tampoco Pablo Casado se habría mostrado tan inquieto ante situaciones de menor importancia como la repentina desaparición de Santiago Abascal de escena, ni se habría trastabillado tantas veces al comunicar qué entiende por la defensa de la vida, ni se habría empleado tan a fondo en su particular depuración de las listas del PP.
Claro que ni la euforia del socialismo de Sánchez ni las angustias de todos los demás obedecen únicamente a los sondeos preelectorales. Son también consecuencia de la propia fragmentación partidaria. En tiempos del bipartidismo, todas las demás opciones se sabían al margen de la gobernación del país. A lo sumo Pujol, Arzalluz y sus respectivos sucesores pudieron turnarse en apuntalar al gobierno del momento a cambio de partidas presupuestarias y alguna transferencia. La eclosión multipartidista de 2015 y 2016 mostró la renuencia con la que las formaciones emergentes eludían compromisos de gobierno. Pero tres años después ningún partido puede verse a sí mismo al margen del gobierno de turno. Ninguna sigla está en condiciones de preservar su glamour desentendiéndose del poder. Ganar o ganar. La polarización sitúa a cada sigla en uno de los dos bandos, al que sólo puede adscribirse si está dispuesto a formar parte del ejecutivo que resulte de un acuerdo, o a sostenerlo votación a votación en el Parlamento. En caso de empate, todos querrían una nueva oportunidad, excepto el socialismo de Sánchez. Cuyas expectativas demoscópicas comportan serios riesgos de frustración.
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