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La imagen de Elosegi en llamas dio la vuelta al mundo.
Asamblea del PNV en Donostia

El Atano III, la memoria como revulsivo

En septiembre de 1970, Joseba Elosegi se arrojó en llamas en presencia de Franco en el antiguo frontón Anoeta, en el que Arzalluz dio su primer mitin en la Transición

Alberto Surio

San Sebastián

Jueves, 27 de marzo 2025, 01:00

Aquel año, 1970, Orio ganó con claridad la Bandera de La Concha en la regatas de traineras. El dictador Franco la entregaba en el 'Azor' a los remeros en medio de notables medidas de seguridad, mayores que las habituales en sus vacaciones de final de verano en San Sebastián. Aún flotaba en el ambiente la conmoción por lo ocurrido tres días antes, el 18 de septiembre, en el frontón Anoeta, en la inauguración de los Mundiales de Pelota.

Aquella tarde de jueves, cuando el presidente de la Federación Internacional de Pelota intervenía en la ceremonia de la inauguración, Joseba Elosegi, un conocido antifranquista donostiarra y militante del nacionalismo vasco, se arrojaba desde el segundo graderío envuelto en llamas y con una ikurriña gritando 'Gora Euskadi Askatuta'. A una altura similar a la de un primer piso de un edificio, se lanzaba a la contracancha a la altura del número 9 del frontón. Previamente, se había rociado las prendas con alcohol en uno de los servicios. Al precipitarse sobre la contracancha, cayó sobre el público sentado en algunas sillas colocadas en la pista. Resultaron heridos una mujer –Coro Machimbarrena– con algunas quemaduras leves en el cabello, y un policía armado, Antonio García Valdecasas, sin lesiones graves. Varios pelotaris de los equipos de Chile y Estados Unidos apagaron las llamas con un extintor y con sus propias chaquetas. Elosegi permaneció en el suelo en medio de un gran charco de sangre y de un enorme estupor en el público que no sabía muy bien qué es lo que había ocurrido.

Joseba Elosegi era un comerciante de San Sebastián de 55 años. Un histórico nacionalista vasco que había sido capitán del batallón Saseta de Eusko Gudarostea, del Ejército vasco que defendía al lehendakari Agirre y al Gobierno Vasco en plena Guerra Civil. Elosegi había sido testigo de los bombardeos de la Legión Cóndor en Durango y en Gernika, y, como explicaría años después en el libro 'Quiero morir por algo', no buscaba matar a Franco sino hacerle llegar, ante sus propios ojos, el fuego de la destrucción de Gernika que había provocado el bombardeo.

Gudari en Gernika

Elosegi fue trasladado al Hospital Provincial de Gipuzkoa donde peleó con el coma, entre la vida y la muerte. Logró recuperarse de sus graves heridas y terminó siendo juzgado y condenado a siete años de cárcel, de los que al final cumplió tres. La imagen suya envuelto en llamas dio la vuelta al mundo y se convirtió en un mito en el imaginario del nacionalismo vasco, en un cono de la resistencia antifascista.

«Muchas veces me he encontrado incómodo allí donde me han obligado a estar». La frase pertenece a Elosegi, un hombre de acción que quiso emular las inmolaciones que hacían los 'bonzos' en Indochina en los años 60 . Su figura marcó a una nueva generación en aquella Euskadi de los primeros años 70 de vísperas del proceso de Burgos. Elosegi, que había participado en el frente republicano y en la Resistencia francesa contra los nazis, fue senador del PNV al inicio de la Transición. Con la escisión se incorporó a Eusko Alkartasuna.

El símbolo de la ikurriña

El exsenador por el PNV en Madrid Iñaki Anasagasti lo recuerda con cariño: «Supe de Elosegi cuando se arrojó en llamas ante Franco en un acto de valentía, original, peligroso y que le pudo costar la vida. Era una generación valiente y bregada», asegura. «Un desobediente toda su vida», afirma. En junio de 1984, el entonces senador se llevó del Museo del Ejército en Madrid la ikurriña del Batallón Itxarkundia, que se exhibía como un botín de guerra de las tropas franquistas. Elosegi nunca confesó dónde guardó el símbolo de la contienda recuperado.

El frontón Atano III –fue denominado así en homenaje a uno de los mejores pelotaris de la historia tras la remodelación de esta instalación del Ayuntamiento de San Sebastián en 1995– ha sido el escenario de acontecimientos muy relevantes como el primer mitin de Xabier Arzalluz en la Transición en 1977 junto a otros políticos como el socialista Enrique Múgica, el comunista Paco Idiáquez y el carlista Mariano Zufía en el inicio del proceso estatutario. Y también de la puesta de largo de Euskadiko Ezkerra con Juan María Bandrés y Mario Onaindia. El último objetivo del PNV al recurrir a estos capítulos del pasado pasa por apelar a esta fibra sentimental de su historia, muy presente en su militancia. Una especie de revulsivo, también, para las nuevas generaciones a las que se quiere inculcar la conciencia nacional vasca.

Frente a las ideologías líquidas de hoy, hubo no hace demasiado tiempo una época de certezas en la que hubo una generación de idealistas que dieron su ejemplo para muchos jóvenes que hoy se sorprenden por aquel coraje. Tiempo de valientes y de los románticos de determinadas causas. Un tiempo de compromisos.

Los frontones, fábrica de las emociones

Los frontones vascos se han convertido a lo largo del siglo XX en lugares icónicos para la exhibición de fuerza en la política vasca. El de Anoeta –inaugurado en 1963– había sustituido al emblemático frontón Urumea, que se cerró en 1968 y que fue el escenario de verdaderos actos de masas durante la Segunda República. En aquel recinto pelotazale se llevaron a cabo mítines multitudinarios del nacionalismo vasco, de la coalición republicana-socialista o de la derecha de Renovación Española. Entonces no había palacios de congresos. La memoria y la nostalgia son siempre una fábrica rentable de emociones. En el deporte, en la política y en la vida.

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