Un baño de autoestima para librar la partida

El frontón Atano III ha cumplido a la perfección la hoja de ruta. Ha funcionado como moviola de la memoria histórica que siempre es una rentable fábrica de emociones. Desde el lanzamiento en llamas ante Franco de Joseba Elosegi, en 1970, a las grandes finales manomanistas de pelota o a míticos campeonatos de bertsolaris, como el que ganó Xalbador en 1968. Esteban se ha envuelto en la fuerza poderosa del mito, en el ancla de la solidez frente a los tiempos volátiles de las ideologías líquidas. El tiempo de las certezas frente a las incertidumbres.

Pero, además de dar un chute de orgullo de partido, el acto sirvió para lanzar algunas ideas claves de la era Esteban. No hay vuelcos en la estrategia, pero sí un intento de acoplarse a la nueva etapa, de ser más rápidos de reflejos y más veloces en la organización. Y más humildes. Los adversarios son poderosos. El PNV vende su marca más clásica, el nacionalismo pactista, el reconocimiento de la nación vasca y el gradualismo en su acción. «Los conversos a nuestra política, a la cola». La frase de Manuel de Irujo, citada por Esteban, venía como anillo al dedo para referirse a EH Bildu sin citarla. El PNV se envuelve en la 'identidad' vasca en un contexto en el que en Euskadi ha bajado la pulsión nacionalista. El partido sabe 'leer' la realidad. Fieles a los principios, pero impulsores del relevo generacional que encarna el nuevo EBB, a excepción de su presidente. No hay dos almas sino 22.000. Terapia de grupo en estado puro y cambio social en el horizonte.

La otra seña de identidad es Europa. El PNV desplegó, más que nunca, la bandera europeísta. «Antes que nacionalistas, somos demócratas y humanistas». Una frase cargada de significado. Europa como modelo social de bienestar, de democracia y derechos humanos, contra los tiranos y los peligros que acechan.

Quienes esperasen un golpe de efecto sobre el derecho a decidir deberán aguardar sentados. El PNV fía la apuesta a largo plazo y el primer tanto del partido será lograr un amplio consenso para actualizar y ampliar el autogobierno y acordar el reconocimiento nacional de Euskadi en un nuevo pacto estatutario. Es un asunto del que Ortuzar y Pedro Sánchez han hablado bastante en los últimos meses. Será Esteban el que se colocará la medalla. La política es así.

Los alderdikides saben que esta es una apuesta de muy largo plazo. Esteban ya vislumbra que la necesidad de mayorías reforzadas y los obstáculos judiciales serán un escollo. En eso sí que la política española es la pared férrea de un frontón para ejercitar la autodeterminación. De ahí viene que se tira por elevación y se traslada la patada al balón hacia arriba, a la UE, donde existe una cultura política diferente, aunque la correlación de fuerzas sigue siendo muy proclive a los Estados.

Las referencias a Ajuriaguerra y a los viejos veteranos dieron al discurso la solvencia de un trabajo espléndido. Esteban –ayudante de cátedra de Arzalluz en la Universidad de Deusto, al que este último trataba de usted en las asambleas y que se enfadó cuando fue fichado para la Diputación de Bizkaia por José Alberto Pradera– no reprimía las lágrimas al recibir la makila. El rocoso león de Bilbao, el último de los políticos clásicos, escondía el látigo parlamentario para descubrir su factor humano, el de un hombre sentimental abrumado por los aplausos.