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Las noches electorales son siempre desconcertantes. Pero nunca antes se había producido lo que ocurrió tras el 26-M. Terminado el recuento, las comparecencias de los candidatos y de los líderes de los partidos dieron cuenta de quiénes iban a gobernar y de quiénes pasarían ... a la oposición. Pero tras amanecer al lunes todos ellos, sin excepción, se mostraron dispuestos a revisar sus primeras impresiones. Por lo que más de media docena de autonomías tienen su presidencia en el aire, y una docena de capitales no conoce todavía el nombre de su próximo alcalde. Están pendientes de las posibles oscilaciones de dos partidos: el triunfador PSOE y el decepcionado Ciudadanos. Pero hasta el éxito incontestable del PNV y de su alianza con el PSE se ha visto rodeado de matices y de alguna reserva en las últimas horas. No son incógnitas menores, porque determinan el signo de la legislatura.
En las negociaciones postelectorales, los vencedores tratan de maximizar institucionalmente el rendimiento de sus apoyos, y los defraudados intentan minimizar sus pérdidas arrimándose al poder. La otra gran novedad de este supuesto inicio de ciclo político es que tanto los dos grupos tradicionales -PSOE y PP- como los tres emergentes -Ciudadanos, Unidas Podemos y Vox-, aspiran a participar en la gobernación de las instituciones. Lo que complica la maniobrabilidad de los dos primeros, destinados en la noche electoral a presidir en exclusiva gobiernos y consistorios. El PSOE cree jugar con ventaja cuando se ceba en la indecisión de un Ciudadanos deprimido, emplazándole a que dé la espalda liberal-europea a Vox, y a que se abra al entendimiento con los socialistas. Con lo que amargaría el despertar de Pablo Casado en Castilla y León, Murcia o Málaga capital; y sobre todo en Madrid. Pero con ello Pedro Sánchez corre el riesgo de ahuyentar al empequeñecido Pablo Iglesias, hasta quedarse al final solo con su éxito, al borde de la investidura. Mientras Rivera se debate entre desquiciarse intentando simultanear acuerdos de gobierno con populares y socialistas, o desesperarse en la mayoría andaluza allá donde sume.
El PNV ha vuelto a reinventarse arrasando. Pero los reajustes que anuncian algunos de sus candidatos respecto al compromiso anterior con el PSE no se refieren únicamente a la adecuación del reparto de carteras forales o municipales a los resultados electorales de cada cual. De fondo se atisba la recuperación de EH Bildu en puertas de la próxima convocatoria autonómica. El escrutinio del domingo inclinó la balanza a favor de las dos opciones nacionalistas, cuando la izquierda abertzale está a punto de avanzar su propuesta para alcanzar otro estadio de autogobierno. Lo que devolverá a la Euskadi oficial al debate sobre sus relaciones con el Estado constitucional. Pero también asomó la perspectiva futura, quizá lejana, de una mayoría de las izquierdas vascas como alternativa a la égida del PNV sobre el país. Es posible que EH Bildu se mueva cerca de su propio techo electoral. Pero el blanqueamiento de la herencia etarra, o su orillamiento mediante el olvido, tiende a liberar nuevas energías que podrían convertirse en una posibilidad tentadora hasta para los socialistas. Hipótesis ante la que la socialdemocracia jeltzale no puede quedarse impasible.
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