Acomodada en su montaña rusa, no parece tener la pandemia intención alguna de abandonarnos. Nos está dando a entender que pretende convertirse en endémica y forzarnos a adaptar de por vida nuestras costumbres a sus caprichosos subibajas. Resulta que, pese a su enorme eficacia en ... defensa de la salud, la vacuna no es barrera infranqueable a los ataques del virus. Euskadi y Navarra, sin ir más lejos, soportan niveles alarmantes de incidencia que las alejan de otras zonas de la Península con parecidos porcentajes de vacunación y las acercan, en cambio, a las menos vacunadas y peor tratadas del Continente.

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Llama la atención la incertidumbre que aún rodea la naturaleza y el comportamiento del virus. Hoy es el día, dos años tras su irrupción, en que la Ciencia se afana aplicando el método de ensayo y error para desentrañarlos. Reconocidos sus meritorios avances, no sólo no ha dado con un remedio definitivo a la enfermedad, sino que aún duda sobre el grado y la duración de la eficacia de las vacunas aprobadas o sobre la conveniencia de su aplicación según, por ejemplo, la edad de los receptores. Su carácter eminentemente empírico e inductivo la obliga a ir siempre por detrás de los acontecimientos, en vez de, como le exigen los más impacientes, a anticiparse a ellos para prevenirlos. Toda nueva medida ha de verificarla en sus efectos buenos o malos, antes de dejarla pasar al estadio de aplicación o descarte. Y, en lugar de ganarse con esa cautela la confianza de la ciudadanía, se expone a su incomprensión y recelo.

No son la cautela y la duda las notas que caracterizan, en cambio, a ese otro estamento al que tan desmesurada influencia se le ha otorgado en el enjuiciamiento de las medidas que pueden o no aplicarse. La Justicia, al contrario que la Ciencia, no duda. Todo lo sabe. Teórica más que empírica y más deductiva que inductiva, se cree capaz de adelantarse a los hechos y deducir de principios universales conclusiones ciertas que cualquier observador informado juzgaría, en el más generoso de los casos, dudosas. La proporcionalidad, por ejemplo, entre dos bienes no es algo que se dirima «a peso», sino que supone un razonamiento que no puede sustraerse a la subjetividad y reclama más sindéresis que raciocinio. De éste adolecen y de aquélla carecen las sentencias que, sobre la proporcionalidad entre salud común y libertad individual, ha emitido, con reiteración que resulta contumaz, la Sala de lo Contencioso del TSJPV.

La intromisión judicial, obligada por la inhibición del Gobierno, está resultando nefasta

La libertad democrática se ejerce en comunidad y tiene, por tanto, en cuenta otros bienes que a ésta le son tan esenciales y defendibles como aquélla. La salud es uno de ellos, si no el principal. Y es que mucho distingo escolástico y poca sindéresis se precisan para defender que la exigencia del pasaporte covid no es equiparable, en lo que a defensa de la salud común y a restricción de la libertad individual se refiere, a la prohibición de fumar en lugares públicos. La intromisión judicial, obligada por la inhibición del Gobierno, está resultando nefasta.

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La humilde prudencia con que procede la Ciencia y la arrogante intromisión en que incurre la Justicia contribuyen, sin quererlo una y con fría desaprensión la otra, a crear en la ciudadanía un desconcierto que no ayuda a conllevar el cansancio que la pandemia causa ni a asumir de buen grado las restricciones. El malestar generado desborda lo estrictamente sanitario y se convierte en otro virus que contagia toda la actividad social, desde la política a la laboral y empresarial, pasando, como no podía ser menos, por su expresión cultural, que ha comenzado ya a reflejar el estado de desánimo generalizado que se extiende entre la gente.

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