La comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso para informar sobre el caso Pegasus volvió a mostrar su interés en apaciguar al independentismo catalán, desentendiéndose en este caso de las escuchas realizadas con autorización judicial. Ello la misma semana en que el PSC ha ayudado ... a la mayoría en el Gobierno de Cataluña a idear un marco legal de inmersión lingüística que sortee la sentencia del 25% de castellano. Mientras Sánchez, ministros socialistas y portavoces de su partido insisten en el cambio introducido por su estrategia de diálogo al lograr la normalización de la vida pública en aquella autonomía frente al mandato de Rajoy que habría propiciado la celebración de un referéndum ilegal y la declaración unilateral de independencia. El presidente llegó a citar una encuesta que concluiría que Cataluña es hoy la comunidad políticamente menos polarizada de España. Supuesto cuya verosimilitud parece más que dudosa si atendemos a las noticias que circulan sobre las distintas realidades territoriales, empezando por Euskadi.

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Claro que Cataluña está hoy infinitamente más pacificada que cuando el magistrado competente del Supremo autorizó las escuchas del CNI. Pero no está tan claro en qué medida ha contribuido a ello la política de Sánchez, y en qué medida responde a la frustración, la división y hasta el abatimiento que ha experimentado el propio independentismo antes y después de su llegada a la Moncloa. Porque aun admitiendo, por evidentes, los efectos positivos de la distensión preconizada por el presidente, no es menos ostensible que el independentismo catalán llegó derrengado a 2018 y 2019. Manteniendo su cuota de representatividad electoral, pero sin capacidad alguna de bosquejar siquiera una república propia tras el fiasco de octubre de 2017. El 155, el juicio y las condenas del Supremo o las huidas de algunos dirigentes al extranjero pudieron incrementar puntualmente la indignación de miles de catalanes y la sensación de que la Cataluña independentista continuaría efervescente en un clima de excepcionalidad. Pero también supusieron un revés sin paliativos a la pretensión de alcanzar la independencia a partir del autogobierno constitucionalmente existente en una sociedad plural y desde una mayoría secesionista tan limitada como dependiente de la Generalitat.

La Cataluña que dibuja Pedro Sánchez no es sólo un paisaje ideal de conciliación entre sentimientos identitarios extremadamente alejados en lo nacional. Es antes que nada un tablero favorable a los propósitos electorales y políticos del socialismo sanchista. Cataluña aporta 48 de los 350 escaños del Congreso. Solo seis secundarían hoy un gobierno de centro-derecha en España. Una Cataluña tensionada entre independentistas y no independentistas contrae al PSC, mientras que la pacificación le permite recuperar el papel desempeñado desde la Transición. No es altruismo dialogante. Sánchez depende del partido de Salvador Illa y de una amplísima mayoría de diputados catalanes para continuar en La Moncloa tras las próximas generales. Andalucía y Madrid no le dan para más. Depende de que el independentismo se achante ante Pegasus.

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