Seguro que el retorno del rey está hoy en boca de todos. Portada en diarios y apertura en medios audiovisuales. Comentarios de la gente al comprar el pan o en el café matutino. No ocurre todos los días que un monarca, tras haber abdicado sin ... decir por qué y haberse ido «a la francesa», vuelva a su país con la frívola excusa de una regata. Charlas habrá habido subidas de tono en acalorada discusión. Pura cháchara de desahogo.
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Es el espíritu de los tiempos. Raro es el asunto que dure hoy en la conversación más de un par de días y no sea arrumbado por otro de idéntica relevancia y destino. Sea por la vertiginosa rapidez con que se suceden los hechos o por la ligereza con que los tratamos, el caso es que todo fluye sin dejar huella ni producir el más mínimo efecto. Lo grave y lo liviano recorren idéntico trayecto, y lo que merecería profunda discusión recibe el mismo trato que el chascarrillo. Las tertulias han desplazado el debate y la cháchara la conversación.
En contraste, los acontecimientos que estamos viviendo en el mundo y, por ende, en el país anuncian el inicio de un nuevo ciclo que, si por algo habrá de caracterizarse, será por la incertidumbre y las expectativas más inquietantes. Hablan éstas de guerras de incierto desenlace, de larga crisis económica, de hambrunas y pobreza, de desigualdades y revueltas sociales, de catastrófico cambio climático, de transformaciones que apenas podremos manejar. Y, para colmo, líderes políticos de escasa solvencia, con instituciones democráticas amenazadas, harán aún más tenebroso el panorama. Son asuntos que demandan más que tertulias, sesudas conversaciones.
Momentos ha habido en el pasado del país en que la gravedad de la coyuntura también requería conversaciones de las llamadas nacionales. Y logramos tenerlas. Sin ir más lejos, en la Transición, cuando tanto los Pactos de la Moncloa como el proceso constituyente en su conjunto exigieron sesiones que nada tuvieron que ver con charletas de café. Y aquí, entre nosotros, los vascos, el diálogo que culminó en el Pacto de Ajuria-Enea sería otro añorado ejemplo de lo mismo. Tanto aquellos primeros como éste último tuvieron efectos duraderos. No consistieron en un 'do ut des' en el que el acuerdo surgiera de cesiones que cada interlocutor hiciera para complacer al rival y salir del paso. Fueron, más bien, procesos de intercambio de posturas de parte que, una vez razonados y debatidos, acabaron siendo asumidos por todos y por todos compartidos. La instauración de la democracia y la lucha frente al terrorismo requerían que así fuera, y cada uno lo hizo a su modo y en su medida.
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La vuelta a esos viejos tiempos –el abandono de la cháchara por la conversación– no es que no la pida la nueva coyuntura, sino que la impiden nuestras viejunas actitudes tenidas por modernas. Ni los políticos están hoy por la labor ni los medios por colaborar ni los ciudadanos por comprometerse. El fanatismo ideologizado de los primeros, el alineamiento sectario de los segundos y el pasotismo de los terceros se retroalimentan y hacen imposible el debate. Fascismo y comunismo, independentismo y filoterrorismo, son hoy, más que términos cargados de sentido, mordazas que tapan la boca del disidente. Y, si tal es la actitud de fondo, las estratagemas que la ponen en práctica son tan variadas como provocar un hecho que oculte el anterior cuando éste molesta; exhumar el pasado cuando hiede, aunque haya perdido relevancia futura; convertir el espía en espiado y remitir las reclamaciones al sargento armero; promover leyes ómnibus en cuyo 'totum revolutum' se mezclen aborto, edad del consentimiento autónomo y período de reflexión con dismenorrea, impuesto sobre artículos de higiene femenina y prohibición/regulación de la prostitución para aprobar o rechazar la ley en su conjunto. El caso es pasar de un asunto a otro sin haber debatido ninguno. Así nos va.
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