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Era un veinteañero alejado de la imagen depurada que viste hoy y había pasado la noche refugiado, literalmente, en la delegación del Gobierno que dirigía entonces Enrique Villar en Vitoria. Borja Sémper tenía una entrevista en un céntrico hotel de la capital alavesa, la primera ... de dos páginas de las que acabaron siendo muchas, y acudió a la cita a pelo -ETA ya había empezado su sangrienta persecución contra los cargos del PP, pero las escoltas eran aún mínimas-, sin desvelar que le habían sacado de su casa en Irun a la fuerza: la organización terrorista tenía ya entonces un plan para matarlo en la localidad de la que era concejal.
Sémper, que selló su compromiso con el PP por el asesinato de Gregorio Ordóñez, tuvo que asistir, como los suyos que también siguen aquí para poder contarlo, a los funerales de sus compañeros y también de los militantes socialistas a los que la banda fue exterminando con fijación quirúrgica. Durante casi dos décadas, durante eso que los cursis llaman la flor de la vida, el hasta hoy portavoz de los populares vascos tuvo detrás y delante a varios guardaespaldas; hay un imagen inolvidable del que era su jefe de filas, Carlos Iturgaiz, a las puertas del Parlamento físicamente rodeado por media docena de 'maderos' ante el riesgo de que un tiro en la nuca o un coche bomba acabaran con él. Si se hubiese empeñado en bajar la basura, Sémper habría tenido que avisar a la escolta, así que dejó de hacerlo. La pérdida de libertad se escribe, sí, con las palabras de la trascendencia. Pero sobre todo con el poso de la renuncia sostenida y obligada a las cosas más cotidianas. A la sal de la existencia.
El Tribunal Superior vasco, Juan Luis Ibarra, lo describió una vez: lo que significa tener conciencia de haber sobrevivido. Sémper, superviviente de una época muy tenebrosa de nuestra historia, se va de la política post-ETA y de la Euskadi de la convivencia recuperada. Se va por un cóctel de razones personales y partidarias, imbricadas unas con otras. El dirigente guipuzcoano fue uno de los primeros en defender, cuando aún silbaban las balas, que el PP no podía quedarse recluido en las trincheras a las que le empujaban el hostigamiento y la amenaza. La irrupción de Vox ha arrastrado a voces del PP hacia un revival de aquellos años que coloca nuevos sacos terreros en esa trinchera, cuando la violencia ya ha desaparecido y la convivencia entre vascos se vuelve más respirable. La marcha de Sémper representa muchas cosas, pero es, también, el fin de un ciclo. De un ciclo que para una generación de políticos en Euskadi se escribió entre lágrimas y sacrificios que nunca podrán ser compensados. El ciclo de los supervivientes.
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