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El Covid 19 está poniendo a prueba el ejercicio del poder político. No es fácil conciliar las restricciones exigidas por la crisis sanitaria con las necesidades de la recuperación económica y social. A ello se une además la competencia partidaria y los pruritos personales que ... los dirigentes más significados evidencian en forma de un victimismo inadmisible, como si ellos fuesen los pacientes desatendidos en la pandemia. Hay algo de Díaz Ayuso en cada presidente autonómico y hasta en cada alcalde. Los responsables públicos se ven obligados cada día a decidirse entre realzar los aspectos más leves de la evolución epidémica, para animar la actividad a riesgo del relajo ciudadano, o advertir de lo peor, para evitar un otoño candente aunque el retraimiento social paralice la actividad en lo inmediato. Es la disyuntiva entre el mensaje de Nekane Murga, advirtiendo en agosto de las muertes que causaría la indolencia social, y el anuncio de esta semana por parte del coordinador del Plan de Vigilancia y Control de que la epidemia está «todo lo controlada que puede estar». Probablemente la situación no ha cambiado tanto como las intenciones del comunicador. En la normalidad, los cargos públicos se sienten en la obligación política de pronunciarse con optimismo; y los líderes el deber de ofrecer únicamente buenas noticias. Pero hay un valor que se resiente por ello. El de la verdad o, por ser menos dramáticos, el del principio de realidad.
El otro mandato que siguen los responsables públicos es el de ahorrarse respuestas, ofertas y recursos mientras sean prescindibles. Ni conviene ceder antes de tiempo ante una reclamación, ni gastar aquello que inicialmente pueda ahorrarse el erario. Léase atender a la liquidez de las propias administraciones, realizar compras preventivas, habilitar nuevas partidas o contratar más personal. Es una utopía pretender que la política se anticipe a los acontecimientos, cuando sus protagonistas se juegan la continuidad en sus puestos para muy poco tiempo. Basta con no hacer nada que pueda enjuiciarse como incorrecto. Basta con no decir toda la verdad, recurriendo constantemente a términos equívocos, dejando que algunos anuncios circulen sin autoría, o manejando nuevos compromisos de gasto que solapan otros anteriores. Por eso, tampoco se sabe qué significa exactamente la creación prometida de 4.000 plazas en Osakidetza durante los próximos cuatro años. Es probable que nadie lo sepa.
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