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Alderdi Eguna. Un momento de la fiesta del PNV el pasado domingo en las campas de Foronda, en Vitoria. L. RICO
El derecho a decidir tensa la cuerda

El derecho a decidir tensa la cuerda

El origen. El jeltzale Juan María Ollora acuñó en 1996 el concepto que sustituía a la autodeterminación ante el riesgo de que el PNV se estancara electoralmente

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 6 de octubre 2024, 02:00

Cuando el 25 de noviembre de 1996 el parlamentario del PNV Juan María Ollora publicó 'Una vía hacia la paz', acuñó un nuevo concepto, el derecho a decidir, con el que pretendía lanzar un revulsivo en el nacionalismo tradicional, amenazado por su estancamiento electoral, Ollora logró que una idea –el derecho a decidir– que no está recogida en el derecho internacional ni en el derecho constitucional, y que equivale a la autodeterminación, se asentara en el lenguaje político vasco y fuera un modelo a seguir años después en Cataluña en su frustrado procés soberanista.

Casi tres décadas después el derecho a decidir vuelve a Euskadi por sus fueros. Los jeltzales lo incorporan como uno de sus principios en sus propuestas estratégicas de cara a la asamblea general de marzo. En los últimos años ha formado parte de su activo ideológico como una 'actualización' teórica de su tradicional defensa del principio de 'burujabetza', la soberanía originaria a la que los jeltzales nunca han renunciado.

En los últimos días el debate ha vuelto a tomar cuerpo. Tanto el PNV como EH Bildu han acordado sendas mociones a favor del derecho a decidir, como una de las bases del futuro pacto estatutario, en las Juntas Generales de Gipuzkoa y Bizkaia, respectivamente. El nacionalismo mueve pieza en un momento decisivo, cuando Euskadi está a punto de abrir de nuevo el complejo melón de la reforma estatutaria y explora un marco jurídico-político que amplíe su respaldo. El objetivo del PNV, que iniciará en los próximos días una ronda entre los partidos vascos, es que la izquierda independentista se incorpore al acuerdo estatutario de 1979, del que se quedó fuera, con la oposición frontal del terrorismo de ETA. La operación completa sería que el PSE se implicase también en un nuevo pacto estatutario, tal como se recoge en el acuerdo de gobierno de coalición con los jeltzales que hizo lehendakari a Imanol Pradales.

Las iniciativas en las Juntas tiene carácter simbólico pero lanzan también una señal entre la niebla de la confusión. La pregunta del millón asoma al instante. ¿Están los partidos soberanistas por la labor de precipitar un cambio de modelo cuando la sociedad vasca, precisamente, se encuentra con una pulsión autodeterminista bajo mínimos y el apoyo a una mejora del Estatuto de Gernika se impone con claridad a la opción de un nuevo estatus de autogobierno?

El PNV se ha alineado con EH Bildu en estas materia, pero la operación es más complicada y tiene que ver con el contexto actual de competencia entre ambas formaciones por la hegemonía en el nacionalismo. El PNV no va dejar la bandera del derecho a decidir ni la soberanía en manos del monopolio emocional de la coalición abertzale en esta coyuntura de rivalidad y de disputa por la clara conexión con las nuevas generaciones.

En realidad, el PNV siempre se ha envuelto en la bandera del soberanismo en aplicación del 'péndulo patriótico', que le permite conjugar la doctrina ideológica con el posibilismo del día a día. Lo hizo al comienzo de la Transición al defender el reconocimiento de la Disposición Adicional Primera de la Constitución, que reconoce los derechos históricos de los territorios forales. Aquí, en esta redacción, estriba el origen de la abstención en el referéndum constitucional. Los jeltzales no aceptaban el término 'actualización', que, en su opinión, implicaba que la Constitución zanjase el litigio foral. El nacionalismo prefería mantener abierta la espita de la reivindicación. Miguel Herrero de Miñón, el ponente de la UCD en la Comisión Constitucional, teorizaría años después al señalar que los derechos históricos eran 'fragmentos de soberanía', un clavo al que se ha agarrado en numerosas ocasiones el PNV para negar que su proyecto sea rupturista.

Una vía hacia la paz

Otro de los puntos doctrinales que el PNV siempre ha defendido es la Disposición Adicional del Estatuto de Gernika en la que se establece que «el pueblo vasco no renuncia a los derechos del pueblo vasco que en virtud de su historia pudiera corresponderle».

Los jeltzales dieron el gran salto en favor del derecho a decidir cuando en 1996 su parlamentario y economista Juan María Ollora, hoy ya retirado de la política activa, teorizó sobre el 'ámbito vasco de decisión' y elaboró el principio del derecho a decidir como base de un futuro nuevo consenso que ofreciera un estatus cualitativamente diferente al actual modelo autonómico y que sirviera para integrar políticamente a la izquierda abertzale y precipitar el final de la violencia. Aquel movimiento fue rechazado por PSE y PP, que interpretaron que encubría eufemísticamente la defensa del derecho de autodeterminación que no cabe en la Constitución de 1978.

Paralelamente, EH Bildu también ha realizado movimientos. El último acuerdo con el PNV reivindica «el cumplimiento íntegro» del Estatuto de Gernika, lo que, en opinión de los jeltzales, supone un cambio de alcance en la medida en la que sitúa a la izquierda abertzale en el seno del bloque estatutario frente a su histórica apuesta rupturista. Hay que entender que en 1979, tanto la entonces Herri Batasuna como ETA impugnaban por completo el sistema estatutario. Era, a su juicio, el marco que consagraba «la partición territorial de Euskal Herria», que heredaba «la Reforma política del franquismo».

Los socialistas y el PP han dejado bien claro su rechazo drástico al derecho a decidir, que se ha convertido en el gran fetiche divosorio. Su viabilidad dependería de una reforma constitucional que necesitaría el concurso de la izquierda y la derecha para salir adelante. Una hipótesis imposible hoy en día. No obstante, pese a la negativa socialista a secundar a sus aliados nacionalistas, podría alumbrarse un acuerdo parcial entre los socios sobre el reconocimiento nacional de Euskadi, el blindaje de competencias y la singularidad del autogobierno. Este sería el campo de juego en el que sería factible un improbable acuerdo a tres bandas. La tesis de Ollora ha terminado por cuajar en el universo nacionalista, tanto en Euskadi como en Cataluña, pero no ha servido para atraer como un imán a los no nacionalistas, que era también su pretensión.

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