El presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, dio al parecer un ultimátum de cuatro días a su consejero de Interior, Miquel Buch, para que depure responsabilidades en la actuación que tuvieron los Mossos en Girona y Terrassa frente a los antifascistas que se habían movilizado contra la cita de Vox. La información que circuló sin duda por iniciativa del máximo mandatario catalán parecía sugerir cambios en la cúpula de la Policía autonómica o incluso en el departamento, y también la eventualidad de que fuera el propio Buch quien acabase removido de su puesto. El consejero llegó a advertir comportamientos no democráticos por parte de mossos que intervinieron en ambos dispositivos. Pero la depuración que parece apuntarse, a la espera de que mañana se reúnan el Torra de Junts per Catalunya y el Buch del PDeCAT, tiene que ver más con un impulso político que con los hechos acaecidos. En realidad señala una crisis de Gobierno que se mantiene latente, por cuanto las instituciones de la Generalitat no acaban de hacerse cargo de sus cometidos. Resulta elocuente que Torra pida responsabilidades a distancia, como si hubiese procedido a concluir su propio expediente investigador desde Eslovenia, cuando se resiste a asumir las tareas inherentes a su cargo, ejerciendo con gesto indolente en esa tierra de nadie que se extiende entre Puigdemont y la administración autonómica catalana.

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La visita de Joaquim Torra a Eslovenia permite rememorar la fulgurante independencia de aquella república que hoy forma parte de la UE, porque aprovechó de manera sorpresiva el inicio de las atrocidades en los Balcanes para darse a la fuga con sus dos millones de habitantes. Una quimera que está cada día más lejos de la repentina arribada a la independencia de Cataluña, porque su proyecto político hace aguas. «El Estado no se reformará nunca, prefiero la vía eslovena», dice Torra. Lo que no quiere decir que la vea viable. El anuncio de Torra de que ayunará durante 48 horas para solidarizarse con los presos en huelga de hambre en Lledoners podría haberse quedado en una declaración más para que el TC vea cuanto antes sus recursos de amparo solicitando la libertad provisional. Habría sido más digno y, a la vez, más respetuoso con su condición de la primera autoridad del Estado en Cataluña. Hasta más eficaz.

El pasado 28 de noviembre, el portavoz adjunto de Junts per Catalunya, Eduard Pujol, declaró que «a veces nos distraemos con cuestiones que no son las esenciales». Se refería a las protestas generadas por las listas de espera en el sistema catalán de sanidad, aunque podía citar con esas mismas palabras todo aquello que cuestione o descentre el quehacer principal del independentismo. Porque el logro de un estado propio en forma de república constituye, a su entender, la solución de todos los males que aquejan al país; de modo que no es necesario esmerarse frente a los problemas que surjan mientras tanto, puesto que todos ellos derivan del mal que encarna el Estado español. Estas semanas se ha recordado que fue la Generalitat, bajo la presidencia de Artur Mas, la institución que tomó la delantera a los ajustes y recortes que se extenderían a continuación por el resto de las administraciones. Ello antes de que en septiembre de 2012 se inaugurara la 'vía catalana'. Pero tanto eso como el consenso constitucional o el escándalo del 3% ocupan la gran saca de los olvidos del pasado convergente.

La Cataluña oficial muestra síntomas de descomposición desde que el independentismo sin mayoría social creyó ser la representación única del país. Tras ningunear a los no independentistas, afloraron las divisiones en su seno; el desconcierto y la desorientación. El efecto inmediato fue la dilución de los partidos; incluso de ERC, que nunca ha sabido autodeterminarse. No hay un proyecto político al frente de la Generalitat, más allá de un instinto de conservación de una mayoría parlamentaria a bulto. No hay una hoja de ruta para nada; mucho menos una estrategia por la república. Quienes tienen en sus manos las cuentas autonómicas no saben siquiera qué hacer con los Presupuestos de Sánchez. La descomposición independentista ha dejado la Generalitat sin gobierno, puesto que tampoco tiene presidente.

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