
José Luis Zubizarreta
Analista político
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José Luis Zubizarreta
Analista político
«Ha habido un deterioro en la categoría humana de los políticos»Esta entrevista es, además, una despedida. La de José Luis Zubizarreta de sus lectores en EL DIARIO VASCO durante los últimos veinticinco años, en los ... que ha acudido puntualmente a su cita dominical con el análisis político de altura, el que nace de la experiencia en primera persona y de la reflexión pausada. Tras publicar, el domingo pasado, su último artículo y a punto de cumplir 87 años, el que fuera mano derecha del lehendakari Ardanza durante más de una década, licenciado en Filosofía y Letras, políglota, máster por Oxford, se destapa de nuevo como un agudo observador –sin pelos en la lengua– de una realidad, la de nuestros días, que, especialmente desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, compite de tú a tú con la más desmadrada ficción.
– Se ha despedido con un artículo sobre el incierto futuro de Europa y los frágiles cimientos de la paz en el continente. El primero, en enero de 1999, también trataba de la paz, pero la nuestra, inmersos como estábamos en la tregua de Lizarra. ¿Cuánto hemos avanzado como vascos, como europeos, en este cuarto de siglo?
– La terminación de ETA ha sido un gran avance, el darse cuenta de que aquello no llevaba a ningún lado. En lo demás, el país ha cambiado: urbanísticamente, en las medidas sociales de ayuda a los más vulnerables, en sentido de la ecología, del respeto... Las ciudades son más bonitas, más vivibles, aunque hay una delincuencia gratuita que está renaciendo. Eso de salir con navaja a la calle, que te puedan apuñalar por cuatro cigarrillos.
– En Euskadi ha ido bajando también la beligerancia de los argumentos y el nacionalismo ha abandonado sus posiciones maximalistas para buscar la centralidad. ¿El centro es el bien más codiciado en Euskadi?
– Sí. Porque en Euskadi hemos pasado de un tiempo heroico, el de después de la Transición, con el terrorismo de por medio, en que creíamos que todo era posible a irnos conformando con lo que la realidad es. El terrorismo terminó por agotamiento y todo lo demás lo hemos normalizado. La política se ha hecho más vulgar. La gente de la política no busca ya grandes objetivos, sino aquello que dijo Ortega de 'a las cosas': la vivienda, la inmigración, el costo de la vida, que se nos marcha la gente, que los viejos vivimos mejor que los jóvenes...
– ¿El viraje de EHBildu a la institucionalidad tiene que ver con eso? ¿Es real o fingido?
– Es real en cuanto que es un viraje forzado. Después de la ruptura de la tregua con el atentado de Barajas, en tiempos de Zapatero, Otegi y compañía vieron que el final estaba en que ellos le dijeran a ETA: 'oye, si vas a seguir así, desaparecemos'. Se arreglaron entre ellos, no fue fruto, al final, de ninguna negociación. Batasuna no tenía más remedio que hacer política como los demás. Incluso las ideas de izquierda radical las han tenido que moderar. Al haber acabado de esa forma nadie les ha obligado a decir de una puñetera vez que se equivocaron. No es más que decir: 'Nos equivocamos. Matamos injustamente. A nosotros también nos mataron en reacción, pero fuimos los causantes del desastre'. Han quedado muchas víctimas sin consuelo y sin reparación. Nadie les ha pedido perdón.
– ¿Cómo se explica su alta aceptación, también entre los más jóvenes, sin necesidad de condenar el terrorismo de ETA?
– ¡Porque los demás partidos les han acogido como un partido normal y natural! Los han blanqueado enteros, el primero el PNV. Andueza es claro, pero lo de Madrid es vergonzoso. Allí son tan normales como cualquiera. ¿Cómo no les va a votar la gente si ustedes los han hecho votables y nos los están recomendando? La juventud, además, se ha descolgado de todo. De todo lo que hacemos los mayores porque vive muy maltratada; sin vivienda, con sueldos indecentes, sin poderse emancipar. Así que en este tema no es que tengan una postura, es que no piensan en ello como si hubiera existido.
– ¿Darán el paso los de Otegi?
– No, porque tienen éxito. Para eso tendrían que fracasar en la acción política, ver que es un obstáculo. Pero, sin haber hecho nada, están sacando los mismos votos que el PNV. Sin haber hecho nada, en Madrid les reciben con los mismos honores que al PNV. Y el PNV es demasiado blando. Urkullu sí se lo recordaba.
– ¿Hay en Euskadi una memoria completa?
– Que Gogora y el Memorial estuvieran sin hablarse hasta hace quince días es incomprensible. No somos capaces, no ya la gente, sino los estamentos pensantes, de abordar este problema con seriedad, tenemos que mezclar siempre una violencia con otra, en lugar de darles el tratamiento específico que merecen.
– ¿Tiene la sensación de que a veces Euskadi prefiere no recordar su pasado?
– Sí. Y es natural. Cada vez que sacas el tema es 'ya está éste otra vez con lo mismo'. Esa actitud es lo que impide que los otros den el paso, porque ven que el tema cansa, que se ve como una cosa de las víctimas o se vincula a un PPcada vez más desprestigiado aquí.
– ¿Por qué?
– Por su propia torpeza, hacen un discurso de Marte. El anterior, el que hacía Borja Sémper, tenía más posibilidades de penetrar en capas del PNV. Los vetos son un error de bulto también. Como el de Andueza en la reforma fiscal. O excluir a Vox de las rondas de conversaciones, como han hecho Pradales o Sánchez, porque eso es alimentarles. Pero, claro, Sánchez no recibe al tercer partido en Madrid porque ha hecho de la polarización su política. Lo único que le interesa es igualar al PPcon Vox.
– Usted, que trabajó mano a mano con el lehendakari Ardanza y conoce desde dentro los gobiernos del PNV, ¿a qué achaca el desgaste de la sigla en las últimas citas electorales?
– Es el efecto de una desorientación. La política épica se le ha acabado al PNV. Al principio tuvo el gran objetivo del desarrollo estatutario, pero eso se está acabando, a falta de la Seguridad Social. Sabe que ya no puede hablar de independencia, la autodeterminación la tiene que matizar de mil formas para que no sea rupturista. Lo de la nación lo admitirán porque no va más allá. Así que se ha quedado desorientado y sin saber hacia dónde tiene que ir. Y no se da cuenta de que lo que tiene que ser es un buen gestor. Sin abandonar la idea de Euskadi, pero dejándola en tercer plano. Está desorientado porque no se da cuenta de que es un partido más.
– ¿Cuál es la primera tarea que tiene Aitor Esteban para darle la vuelta al calcetín?
– No parar de dar vueltas por los batzokis para movilizar a su gente. Es una auténtica vergüenza que en un proceso de elección interna que han querido hacer pasar por tan importante participe el 15% de la militancia. Toda esa gente que ni aparece está afiliada, paga cuota, pero no pertenece a nada. Debería preocuparles.
– ¿La famosa desafección política ha anidado dentro de los propios partidos?
– Reconozco que es difícil activar a esa gente: ya no hay grandes objetivos. El Estado ya no es el Estado opresor –sobre todo con Sánchez, es el Estado amigo–, ya no hay una LOAPAque saque a millares de personas a la calle. Batasuna sigue en la era de la militancia, de discutir, y el PNV ha perdido 'punch' entre los suyos. Antes era un punto de orgullo declararse militante del PNV, y ahora, a un chico de 30 años, salvo que sea muy convencido, le da vergüenza decir que es del PNV.
– ¿Es un tópico referirse con nostalgia a los políticos de generaciones anteriores?
– Preguntárselo a un viejo puede hacernos caer en lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor (risas). Pero quiero ser contundente: ha habido un deterioro en el modo de llevar la política y en la categoría humana de los políticos. Es más seguidista, de más lealtad al jefe, más insultante. Antes los diputados tenían personalidad propia, distinguías a uno de otro. Ahora todos son una masa borreguil de aplauso o abucheo. Y las instituciones no se respetan. Siempre ha habido nepotismo a la hora de nombrar, pero la sentencia de los ERE, la contienda entre el Constitucional y el Supremo, eso es tremendo. No había existido nunca.
– Ha sido muy crítico con la deriva hacia el griterío permanente. ¿Hay algo de cierto en el mito de que en Euskadi somos más civilizados?
– Es que lo del Congreso es una broma. Lo han convertido en una taberna. El Parlamento británico es de griterío también pero esto es otra cosa: hay líderes y secuaces obedientes, cínicos, hipócritas, aplaudidores... No hay un debate decente. En Euskadi la política se debate con mucha más dignidad. Se respeta la institucionalidad y no se insulta.
– ¿El secreto de Pedro Sánchez para perdurar es precisamente su capacidad para generar adhesiones y odios extremos?
– La fuerza que tiene Sánchez, la única que tiene, no es que le apoye o no le apoye Junts. Es que no hay alternativa mejor o menos mala y por eso explota la polarización e insiste en confrontar dos alternativas incompatibles y hacerlas cada vez más incompatibles. Lo terrible del PP es que no acaba de tomar una postura clara respecto a Vox porque cree que tendrá que echar mano de ellos para poder gobernar. Y acabarán uniéndose con los de Abascal sin mayor escándalo europeo. Porque todo se hace normal.
– ¿Qué ha sucedido para que hoy Europa sólo pueda mirar al futuro con angustia?
– La agresión invasiva de Rusia sobre Ucrania, el caos que está creando Trump, las incertidumbres sobre la OTAN... Hemos vivido en una complacencia alargada, sosegada, y de repente nos encontramos con que nos falta algo: seguridad, defensa, rearme, pasar del llamado 'soft power' al poder duro.
– ¿Los eslóganes del 'no a la guerra' o el antimilitarismo clásico, de larga tradición en Euskadi, se han quedado obsoletos?
– Es un poco hipócrita. Si tú dices 'rearme' en Lituania, Letonia, Estonia o Polonia, les suena bien. Pero la lejanía de los puntos conflictivos hace que esa palabra nos parezca escandalosa. Probablemente se ha pronunciado un poco brutalmente, de sopetón, pero no se pueden usar eufemismos en una situación que realmente está comenzando a ser peligrosa. No debería ser escandaloso, es algo preventivo, disuasorio.
– ¿Qué le evoca el llamamiento de las instituciones comunitarias a aprovisionarnos con un kit de supervivencia cerca de la puerta?
– La gente se ha quedado asustada. Es una buena idea, también para catástrofes del estilo de la DANA en Valencia, terremotos... No se trata de tener un fusil en el cuarto de estar.
– ¿Por qué triunfan hoy los proyectos de corte autocrático, como, singularmente, el de Donald Trump?
– Al final, la democracia es una creación de Occidente y ha entrado en contacto con una globalización total. Yo diría que afronta un cansancio de materiales, en el sentido de que está confrontada. Es un sistema de combustión lenta y, por la globalización y las nuevas tecnologías, se enfrenta a un mundo en aceleración total. La democracia es lenta porque tiene en cuenta factores distintos a la mera fuerza, que busca ganar rápido. Y hay gente que no está satisfecha y prefiere el autoritarismo. Es la lucha de la libertad contra la eficacia inmediata.
– ¿A qué atribuye la pujanza de los Orban, Meloni o Abascal, del nacionalismo más reaccionario?
– Hay una especie de ataque de celos y de envidia sobre Europa. Se han hartado de esta forma de vivir y han pensado que las lecciones las vamos a dar nosotros. El problema europeo es que hay gente que se lo ha creído, en concreto todos los movimientos de ultraderecha. Mucha gente considera que la democracia ya ha dado de sí todo lo que podía, se ha cansado de un entramado con un equilibrio muy débil de poderes independientes que se respetaban entre sí, pero que a la vez frenaban la rapidez de las resoluciones. Entonces dicen 'vamos a dejarnos de todo esto' y va Trump y los expulsa a todos o los manda a las cárceles de Bukele.
– En Europa, el debate migratorio también es controvertido. ¿Hay un cambio en los valores?
– Lo que sucede es que tenemos miedo. Tenemos miedo a todo: a la guerra, a los emigrantes, a lo distinto, al que no habla nuestra lengua. Antes vivíamos rodeados de vecinos y ahora vivimos rodeados de amenazas. Todo lo que es distinto, que antes no existía porque éramos muy homogéneos, nos empieza a dar temblor. La gran enfermedad de Occidente es que vivimos con miedo. Europa está siendo una vieja, una antigualla en un mundo que no entiende.
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