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Los dos hermanos, Ángel y Carmen Facal, en una foto tomada en un viaje. Álbum familiar
«Fue muy duro. Cogía el coche y me iba llorando hasta Biarritz»
40 aniversario

«Fue muy duro. Cogía el coche y me iba llorando hasta Biarritz»

40 aniversario. Carmen Facal recuerda a su hermano Ángel, «una persona muy especial, culta y divertida», al que ETA asesinó en 1985. Carmen puso a su hija el nombre de Ángela

Jesús J. Hernández

Domingo, 16 de marzo 2025, 01:00

Ángel Facal tenía 42 años, estaba soltero y era «todo un icono en el puerto de Pasajes». Jovial, culto, divertido, de aire hippie, «de buen corazón, una persona muy especial», en palabras de su hermana Carmen. A temporadas, él iba a pasar unos días a su casa. «Teníamos una habitación para él», recuerda ella. Cuando se marchaba, la mujer salía siempre al balcón a despedirse. Y aquella vez fue diferente. «Sentí algo. Supe que era la última vez que me despedía de él», confiesa con una seguridad inapelable. Lo tenía tan claro que, unos días después, cuando su marido cogió una llamada de la empresa familiar de remolcadores, ella no lo dudó. «Antes de colgar, mi marido dijo que el remolcador tenía que volver para casa. Eso no significaba nada, era una frase normal. Pero yo le miré y le dije: ¿Se ha muerto Ángel, verdad?». Así era.

«Yo estaba segura de que había muerto, pero nunca habría pensado que le habían matado. Él no estaba amenazado». En aquellos días, Carmen estaba embarazada de pocos meses y querían dosificarle una noticia tan grave, más aún cuando otro hermano había fallecido de cáncer pocas semanas antes.

«Tenía dos hijos y yo necesitaba estar bien por ellos. Fue muy duro», confiesa la hermana de Ángel Facal

Ángel era toxicómano. «Había empezado a drogarse de mayor. Desde niño tenía unos dolores fortísimos en la espalda por una fuerte caída y un error médico y la tuvo inmovilizada mucho tiempo. Cuando empezó a tomar drogas, notó que le aliviaba. Y se enganchó», cuenta su hermana.

Era, también, un hombre fácil encontrar. Ángel solía tomar un bocadillo a menudo en la misma taberna de Pasajes. Un lugar humilde, donde aquel 26 de febrero de 1985 le acompañaba un amigo, que trabajaba también en la empresa familiar. «Estaban sentados fuera los dos. Llegó en una moto 'La Tigresa' –la etarra Idoia López Riaño, que entonces era una veinteañera–, y le pegó un tiro a bocajarro por la espalda». Fue condenada a 27 años de cárcel. También José Angel Aguirre y Ramón Zapirain fueron condenados por los mismos hechos.

«Estábamos en la iglesia cuando ETA hizo público un comunicado donde le acusaban de traficante y chivato. Y no era nada de eso». Eran los dos pretextos con los que la banda justificaba habitualmente sus crímenes. «Ángel consumía, pero jamás traficó y tampoco era ningún chivato», recalca su hermana. Tras asesinarle, siguieron recibiendo llamadas de acoso en la empresa familiar. «Yo creo que fueron a por él porque era un icono en el puerto de Pasajes, una persona muy conocida y especial».

«En casa le tenemos presente cada día pero no hay un día especial. Nos acordamos a diario»

Hasta 2005, Carmen Facal no pudo hablar de todo esto. «He llorado mucho, hacia adentro, en silencio. A mí me gusta ser alegre y soy una persona muy reservada. No quería trasmitir mi malestar. Tenía dos hijos y necesitaba estar bien por ellos y que no me vieran. Fue muy duro. Cogía el coche y me iba llorando hasta Biarritz y volvía, y así me tranquilizaba», confiesa. Para su hijo, que tenía 5 años, fue un gran golpe. «Mi hermano jugaba muchísimo con él, aprendían juntos. Ángel era muy culto y le enseñaba y le daba sus libros para que leyera. Jugaban juntos a hacer 'teatros'. Mi hijo le adoraba. Para él, era como un héroe de cómic». La segunda, de la que ella estaba embarazada cuando ETA le mató, lleva su nombre: Ángela.

El abuelo

Ha dicho Carmen en varias ocasiones que ella ha podido perdonar a quienes asesinaron a su hermano. Cuando se le pregunta por ese asunto, remite a la actitud, al camino marcado por uno de sus referentes. «Mi padre era republicano y luchó contra Franco. Estuvo en la batalla del alto de Sollube. Perdió un brazo y acabó cojo», relata. Como tantos otros antifranquistas, la dictadura nunca se lo perdonó. «Cuando Franco venía a San Sebastián de vacaciones, a mi padre le detenían y se lo llevaban unos semanas», recuerda. A pesar de aquella experiencia, nada pudo cambiar sus ideales. «Jamás tuvo una palabra de rencor. Jamás. ¿Qué ganas con el rencor?», se pregunta su hija.

A Carmen le parece importante contar esta historia. Limpiar de mentiras el nombre de su hermano. Recordar lo que sucedió en Euskadi hace solo cuatro décadas. «Hay muchos jóvenes que no saben nada de lo que ha pasado aquí. Hay muchos que no tienen ni idea», se lamenta la hermana de Ángel Falcal.

«Le tenemos presente a diario pero no hay un día en especial en que hagamos algo», detalla. Cuando murió, hicieron lo que pensaron que a él le habría gustado. Era un alma libre, así que no le veían reposando en un cementerio. «Llevamos sus cenizas y las lanzamos al mar». Hace ya 40 años de aquello.

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