Borrar

La noticia de la muerte de Xabier Arzalluz me ha causado una doble sorpresa. Más que el hecho mismo, que también, ha sido el profundo sentimiento, mezcla de tristeza y sobrecogimiento, que me ha producido. Nunca habría creído que la distancia que habíamos mantenido en ... estos últimos veinte años iría a desvanecerse de repente. El caso es que, saltándose los años de contactos profesionales, la noticia me ha retrotraído a aquellos otros, más lejanos y entrañables, en que nos conocimos y nació una empatía que ninguna posterior discrepancia -¡y han sido tantas!- ha sido capaz de disipar. Me gusta saber que hablo por los dos. La edad me perdonará la evocación. Corría el verano de 1962 -¡hasta donde llega el recuerdo!- y hacía buen tiempo en Munich. Xabier había venido de Fráncfort a mejorar su avanzado alemán en un ambiente menos contaminado de español. Él cursaba Teología en Sankt Georgen Hochschule; yo, Filosofía en Bergmann's Kolleg. No recuerdo mucho de nuestra inmersión lingüística. Algo avanzamos. Así, al menos, lo creyó él, porque, muchos años después, en relaciones ya profesionales, usaría el alemán para dirigirse a mí y evitar escuchas que él creía al acecho. Pero, haya sido lo que fuere de nuestro alemán, lo que quedaron grabados de aquel verano son los paseos, así como nuestras conversaciones en el bello entorno de su Marienplatz. Como no podía ser de otra forma, vascos en el extranjero por aquel tiempo, giraban en torno a nuestra vasquidad y su circunstancia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariovasco La empatía que salva distancias