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El independentismo anunció durante el juicio del procés que esperaría a la sentencia del Supremo para definir sus siguientes pasos hacia la consecución de la república catalana. Era lógico que mientras Junqueras rehuía el saludo con Torra en la sala de vistas, los secesionistas se atuvieran al desenlace del proceso para trazar su próxima ruta. Esperaban la sentencia a sabiendas de que los acusados no serían absueltos. Y las declaraciones de algunos de sus dirigentes -Torra incluido- permitían suponer que deseaban una resolución mucho más dura que la dictada por la Sala Segunda. Una sentencia por rebelión y el doble de años de cárcel, que emplazara a los catalanes a desconectar precipitadamente de España. Pero no ha sido así, afortunadamente para los presos y desgraciadamente para los incendiarios de corbata. El independentismo no puede hacer otra cosa que seguir esperando, porque la sentencia no da ni para que la mitad de Cataluña se declare en sedición.
Que los socios del Gobierno de la Generalitat -Junts per Cat y ERC- no se hayan puesto de acuerdo para proponer una resolución conjunta de cara al pleno parlamentario de mañana viene a recordar al independentismo que es él mismo quien defrauda una y otra vez las expectativas que genera. El Tribunal Supremo optó por una versión naif de las intenciones que albergaban los secesionistas institucionales durante septiembre y octubre de 2017, dando por supuesto que eran conscientes de la inviabilidad de su proyecto. Pero hubo dirigentes que se lo creyeron en algún momento y, sobre todo, que vieron en la espiral desatada con las 'leyes de desconexión' la oportunidad de acabar sacando a Cataluña del mapa español. Ahora resulta que la unidad independentista solo puede realizarse mediante la renuncia de cada uno de los tres partidos que representan a la secesión -JxCat, ERC y CUP- a expresarse por su cuenta, mientras sus portavoces coinciden en llamar a la gente a «salir a la calle», desentendiéndose de sus consecuencias. Con lo que mañana el presidente Torra volverá a ser, en su comparecencia ante el Parlamento, el intérprete único del independentismo; mientras ERC sigue confiando en que otros validen su presunta moderación.
Pedro Sánchez pronunció el lunes la frase que el independentismo deseaba como proclama propia tras la sentencia: «Se abre una etapa nueva». Ni los condenados ni sus partidos han podido utilizarla. La etapa para el secesionismo institucional continúa siendo la misma de antes: la espera. La espera a que los demás le salven la papeleta. Y los demás son todos. El T.C. y sobre todo el Tribunal Europeo. Sánchez al regreso de su último pronto constitucionalista, tras el 10-N. La ANC y Òmnium manteniendo la temperatura ambiental con las «marchas de la libertad» que comienzan hoy. Los relevistas de Tsunami Democràtic urdiendo sorpresas. Puigdemont sorteando la euroorden mientras sueña con verse investido president. Junqueras tratando de acceder al tercer grado, al tiempo que reitera firmeza en sus convicciones. Esperar es, en realidad, la seña de identidad del independentismo. Sencillamente porque solo cuenta con la anuencia de menos de la mitad de los catalanes, y no todos enfervorecidos.
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