El espíritu de Goyo
Javier Roldán Moré
Viernes, 17 de enero 2020, 06:50
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Javier Roldán Moré
Viernes, 17 de enero 2020, 06:50
Hace 25 años, la víspera de San Sebastián, Gregorio Ordóñez organizó en el Círculo Mercantil, una histórica sociedad donostiarra ya desaparecida, una cena para celebrar ... la festividad del día grande de la ciudad. Fue una noche muy especial que nadie de los que allí estuvieron olvidará. Eugenio Damboriena, siempre fiel escudero de Goyo en el grupo municipal del PP donostiarra, fue el encargado de la logística de aquel evento y logró llenar el aforo. Hubo angulas en el menú. Eran otros tiempos.
Ordóñez, que acariciaba en aquella época la Alcaldía donostiarra, invitó a José María Aznar, entonces presidente del partido y de la oposición, a tocar el tambor en San Sebastián. El presidente del PP no dudó en aceptar la invitación porque Ordóñez, hace 25 años, era todo un icono de resistencia ante la cruel espiral terrorista que ETA ejercía con quienes no pensaban como ella o contra quienes se atrevían a levantar la voz. Goyo quería que Aznar se enfundara el gorro de cocinero, se integrara en la fiesta y tocase la Marcha de San Sebastián. Y lo consiguió. Con ese gesto quería reivindicar una normalidad que, lamentablemente, no existía porque el asesinato, la extorsión y la amenaza de ETA pervertían la convivencia.
Tres días después de aquella cena, Ordóñez fue asesinado por ETA en el corazón de la Parte Vieja de un solo disparo. Un dirigente de la entonces HB, un año después de su asesinato, llegó a decir que a Goyo lo había matado su ideología. Sin comentarios.
Han pasado 25 años y el espíritu de Goyo sigue vivo. Su viuda, Ana Iríbar, sus compañeros y amigos se han encargado de que su memoria y su legado político se mantengan inalterables. Como colofón para este aniversario, Ana ha logrado situar la memoria de su marido al borde de la bahía, en el Palacio de Miramar, con todas sus imágenes, pertenencias y recuerdos. La muestra es un homenaje a quien repudió la sinrazón de la violencia y puso voz a muchos ciudadanos que no se atrevían a expresarse porque tenían miedo. Ordóñez era un político irrepetible, un concejal entregado a su ciudad, un donostiarra por encima de todo. Pertenecía a un partido, pero no era excluyente a la hora de buscar acuerdos. 25 años después, su espíritu sigue vivo. No consiguieron matarlo.
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