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El Aberri Eguna que hoy celebran el PNV y EH Bildu, y que conmemora también Elkarrekin Podemos, tiene lugar en un momento de extraordinaria complejidad para las formaciones nacionalistas, que se enfrentan a un sinfín de dilemas identitarios y estratégicos a causa de la crisis ... catalana y sus muchas derivadas. Más allá de las declaraciones de autoafirmación tan propias de la jornada, las dudas e incertidumbres afloran de tal manera que no han podido ocultarse ni ante el ‘día de la patria’. Basta con leer el manifiesto hecho público por el PNV para constatarlo.
Durante años, y a medida que el nacionalismo gobernante fue superando la ‘etapa estatutaria’ para aventurarse en distintos intentos de ampliación del autogobierno -Pacto de Estella, Plan Ibarretxe y Nuevo Estatus político-, desarrolló toda una ‘teoría optimista’ respecto a las oportunidades que se le abrían a la hora de hacer realidad su ideario último: acercarse soberanamente hacia la independencia. Esa ‘teoría optimista’ partía de una premisa común a toda disposición esperanzada en el futuro: que el tiempo y la Historia corrían a favor de la gestación de un estado propio de los vascos, o poco menos. Su argumentación era siempre circular. La doble transferencia de las atribuciones del Estado español -a la Unión Europea y a las autonomías- contribuiría a desdibujar su naturaleza centralista hasta favorecer su centrifugación en beneficio de nuestro autogobierno. La globalización constituía un fenómeno imparable ante el que se despertarían reacciones en defensa de lo local, que llevarían a la gente a adherirse a los poderes próximos. La combinación de los efectos de dos recesiones consecutivas, con la interminable sucesión de escándalos de corrupción y la aparición de formaciones emergentes en el panorama español, llevó al nacionalismo a acariciar la idea de que se trataba poco menos que de un estado fallido. Los síntomas de caducidad del Estado de las Autonomías ante el caso catalán sugerían que España estaba acabada, y que era la hora de las nacionalidades.
Pues bien, el desarrollo de los acontecimientos ha echado por tierra ese optimismo casi determinista. Lo que deja al nacionalismo gobernante sin otra teoría que la que puede deducirse de su pragmática del momento. El manifiesto hecho público por el PNV con motivo del Aberri Eguna refleja temores que van más allá de la coyuntura cuando advierte -con otras palabras- de la eventualidad de que los intentos recentralizadores del PP puedan quedarse en minucia si Ciudadanos sigue subiendo en expectativas de voto. Hasta el punto de que los jeltzales vienen a sugerir una moratoria en cuanto a los trabajos que se están realizando para la actualización del marco de autogobierno.
Al principio, la carrera emprendida por Artur Mas a la cabeza del independentismo catalán resultaba simpática para el PNV. Elevaba la tensión periférica sin coste alguno para el nacionalismo vasco, éste podía mostrar su solidaridad formal hacia la ‘vía catalana’, porque el absoluto bloqueo de las relaciones entre la Generalitat y el Gobierno Rajoy permitía a los gobernantes de Euskadi explotar en exclusiva el diálogo con Madrid. Pero hasta esa ventaja relativa amenaza con venirse abajo, porque Puigdemont y la CUP, con la intermitente complicidad de ERC, están llevando las cosas demasiado lejos. Resulta contradictorio que el PNV muestre su temor a que se desmoronen los equilibrios de la política española de la que ha obtenido réditos durante décadas y que, al mismo tiempo, se ate de manos a la suerte que depare la evolución de la crisis catalana, negándose a negociar los Presupuestos Generales del Estado mientras el 155 continúe vigente. Y ello cuando la reivindicación de la «república vasca» por parte de EH Bildu carece de la energía política y social suficiente como para incomodar a los jeltzales. El de hoy se presenta como un Aberri Eguna muy extraño. El más extraño de las últimas ediciones.
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