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Los futbolistas, una vez que el árbitro da el pitido final a un partido en el que ha abundado el juego sucio y no han faltado las tanganas, siempre proclaman, a preguntas de los periodistas, que «lo que sucede en el campo se queda en ... el campo». La respuesta quiere servir de muro de contención frente a los posibles desmanes de la hinchada. Por desgracia no es éste el comportamiento de los políticos. A diferencia de los deportistas, lo que aquellos buscan con las algaradas que organizan en el hemiciclo es precisamente que salten a la calle y contagien a la gente. «En las urnas y en las calles» han prometido ganar el partido los actuales perdedores. Pero no conviene engañarse. En esto, apenas hay diferencia entre unos y otros. Ganadores o perdedores, todos tienen en la gente el destinatario de sus trifulcas. De ella viven.
El bronco ambiente que se ha vivido estos días en el Parlamento ha sido sólo un anticipo de lo que tiene visos de prolongarse a lo largo de la legislatura. La polarización y el frentismo se han instalado, de un tiempo a esta parte, en la política, y hay quienes querrían que desbordaran sus límites y comenzaran también a instalarse en la calle. Por fortuna, la desafección que los políticos se han ganado a pulso con su comportamiento podría actuar de vacuna frente al riesgo de contaminación. Pero nadie debería jugar con fuego. La noticia de la protección policial que han debido ponerle al diputado de Teruel Existe con el fin de mantenerlo a salvo de amenazas debería ser un aviso a navegantes. El descontento difuso que, por uno u otro motivo, viven en la actualidad sectores muy variados de la sociedad ha creado una situación inflamable que apenas precisa que la aticen para arder en llamas. Cualquier causa, hábilmente manipulada, es capaz de suscitar adhesión.
Entre el hemiciclo y la calle hay, en las sociedades democráticas, un terreno de nadie que es, por lo general, el ocupado por los medios de comunicación y sirve de filtro entre ambos ambientes. En él deberían templarse las emociones, si quienes lo ocupan no pervirtieran su naturaleza comunicativa y se convirtieran en correas de transmisión. La mediación veraz y crítica entre el hemiciclo y la calle, entre la política y la gente, tiene hoy su vocación agravada por la responsabilidad añadida de templar ánimos en vez de encresparlos, de sofocar en vez de atizar fuegos. También las sociedades democráticas atraviesan situaciones que requieren fuerzas de interposición. Esta es una de ellas, y los medios harían un gran servicio a la gente si se arrogaran la función.
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