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Los futbolistas, una vez que el árbitro da el pitido final a un partido en el que ha abundado el juego sucio y no han faltado las tanganas, siempre proclaman, a preguntas de los periodistas, que «lo que sucede en el campo se queda en ... el campo». La respuesta quiere servir de muro de contención frente a los posibles desmanes de la hinchada. Por desgracia no es éste el comportamiento de los políticos. A diferencia de los deportistas, lo que aquellos buscan con las algaradas que organizan en el hemiciclo es precisamente que salten a la calle y contagien a la gente. «En las urnas y en las calles» han prometido ganar el partido los actuales perdedores. Pero no conviene engañarse. En esto, apenas hay diferencia entre unos y otros. Ganadores o perdedores, todos tienen en la gente el destinatario de sus trifulcas. De ella viven.

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