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Con sus 100 años recién cumplidos, el histórico jeltzale Gerardo Bujanda (San Sebastián, 1919) recibe a este periódico en su casa del barrio donostiarra de ... El Antiguo, comparte charla, confesiones históricas y hace memoria de una vida de lucha incansable por la libertad de Euskadi. Coqueto, se disculpa porque a veces se cansa y porque otras le falta el aire, pero Bujanda confiesa que sigue utilizando el ordenador, allí escribe sus memorias y también poesías. En la charla no deja detalle, recuerda nombres, fechas y anécdotas con envidiable claridad. Una de las más duras la vivió en África, donde cumplía el servicio militar: «El 13 de junio de 1943, a las 12.30, me sacaron a fusilar».
-¿Cuál es su secreto para llegar a los 100 años con tan buen aspecto?
-En primer lugar, una buena familia, ser bien comprendido y recibir un apoyo sincero. Además, he de decir que tras los dolorosos años de la guerra, los campos de prisioneros y penales, fui muy bien acogido en todos los sitios.
-Quien ha sido gudari, seguramente nunca deja de serlo...
-Nunca. Pero yo creo que hay diversas etapas. Algunos tienen trauma de haber sido gudari, otros orgullo, y el ser gudari solamente puede ser atribuido bien al fervor o al sentimiento, según la formación que tuviera cada uno. Algunos se han creído que por haber sido gudari durante cierto tiempo tienen potestad para todo o son superiores a los demás. Yo no lo creo. Ha sido una pura circunstancia, acompañada de un ánimo que indudablemente tenía. Pero hay muchos que fueron gudaris llamados por las quintas, forzosos, y esos han presumido igual que los voluntarios. Y eso tampoco...
-¿Cómo lo decidió en su caso?
-Yo empecé a los dos días de la guerra. No teníamos padre ni madre. Éramos seis hermanos, los dos mayores se marcharon para sumarse al batallón Saseta. Benito se fue diciendo: 'Bueno, comprad un pan grande y un queso, que ya volveremos enseguida'. Y murió. Pero bueno, creo que ser gudari se puede considerar como un orgullo. Para mí fue una circunstancia. Cabal o no... Yo fui al cuartel Barria y me mandaron a Ventas de Zarate y a la zona de Asteasu. De allí, por demasiado joven, me mandaban otra vez el cuartel. Estuve en orden público en las calles de Donosti. Y creo que cuando se formó el Saseta yo era el segundo de menor edad. El más joven, un zumaiarra que hacía de turuta, ya murió, de modo que creo que soy el último gudari vivo del Saseta. Ya no queda nadie más. En las fiestas en honor de Saseta he sido el único representante del batallón, todos los demás han finiquitado.
-¿Qué lucha fue la más difícil: la guerra, los campos de concentración, la clandestinidad...?
-El batallón de trabajadores fue durísimo. En la guerra yo siempre tuve consideración por ser un chaval. No fui un combatiente de esos sangrientos. No. Me cuidaron mucho todos los del batallón. Fui gudari, más que nada, porque los demás me hicieron gudari.
-¿Llegó a temer por su vida?
-Nunca me importó morir. He de decir que el 13 de julio de 1943, a las 12.30, me sacaron a fusilar en África.
-¿Qué ocurrió?
-Me achacaron no sé qué cosas. Yo sabía retorcerlas. En eso no me ha faltado habilidad. Llegó el piquete del batallón y el teniente me dijo: 'Bujanda, te vamos a matar'. Yo estaba solo. Era cabo primera en el Ejército y pregunté: '¿A mí por qué?'. 'Tú sabrás', insistía el teniente. 'Yo no sé nada'. Sí sabía algunas cosas, pero sabía que el teniente no podía probar nada contra mí. Me dijo: 'Ponte ahí'. Señaló unas rocas. A los artilleros les ordenó: '¡Preparen!'. Me extrañó que iban vestidos de campaña con gorro y todo. Y me repitió que me iban a matar. 'Pero, ¿por qué?', repicaba yo. 'Por nada'. Yo le decía que no había hecho nada más que cumplir el servicio. Y le dije: 'Mire, arriba hay un juez justo, que no se equivoca en nada, y si usted me mata, toda la vida va a estar penando porque usted sabe que ha matado a un inocente'. El teniente se quitó la gorra, la echó al suelo y se echó a llorar. Yo recogí la gorra, se la di, le dije que se tranquilizara y se marcharon. A los tres meses cambiaron al teniente de sitio y yo seguía allí. Morir me parecía en aquel momento lo más pertinente porque había visto fusilar a mucha gente y todos habían sido valientes, gritaban: ¡Viva la República! o ¡Gora Euskadi askatuta! y ninguno se arrugaba.
-¿Cómo recuerda la ilusión que tenía por recuperar el autogobierno en aquellos años de postguerra?
-Recuerdo el afán de luchar y de revolver que tenía porque no estaba conforme con la situación que había. Hay que tener en cuenta que ese afán de superar la injusticia me venía desde el año 1934, desde la revolución de noviembre en Asturias. Me admiró tanto el valor de los mineros que tuvieron que sufrir allí al general López de Ochoa y al teniente coronel Yagüe, conocido como el 'carnicero de Extremadura'...
-¿Por qué era la mejor opción, el autogobierno?
-En el año 1933 hubo un mitin aquí sobre Euskadi-Europa, en el que participaron Leizaola, Aguirre y un catalán, Carrasco i Formiguera. Y todos ellos hablaban de una Europa más reconocida, sin dominio sobre la regiones, sin dominio sobre los pueblos... ¿Qué vas a pensar a los 17 o 18 años...? Luego, fui penetrando en la doctrina, haciéndome colaborador, interesándome en la historia. Pero, desde luego... Voy a decir una cosa: De todas las ideas que he tenido del nacionalismo, siempre he pensado que ninguna se iba cumplir. Y lo sigo pensando ahora.
-¿Cuáles por ejemplo?
-La independencia.
-¿No cree que pueda llegar a Euskadi?
-Creo yo que no.
-¿Y un referéndum?
-Mientras estemos a las órdenes españolas, tampoco.
-¿Pero sigue siendo defensor de los acuerdos del PNV con los socialistas?
-Creo que hay que estar unido a alguien. Y a pesar de la poca convicción que yo particularmente tengo en el Partido Socialista, creo que solos no se puede hacer nada y menos en un pueblo tan diverso como es el nuestro. Ahora, no sé si es el PNV quien se alía con ellos o el Partido Socialista quien busca sostén de formalidad y de seriedad en el PNV. Esas cosas no las tengo muy claras.
-¿Qué recuerdo tiene del dirigente jeltzale Juan de Ajuriaguerra?
-Estuve muchos años con él, muchos, demasiados, y, quizás, en mi idea de cómo actuar ha estado siempre su sello. Siempre me decía: 'Gerardo no digas, haz. Y haz por encima de lo que te digan los demás, por encima de lo que te digan los amigos, la familia, incluso de lo que te diga yo'. En la víspera de su muerte, estuve dos horas con él y me hizo muchas confesiones.
-¿Alguna que pueda revelar?
-Nombres de algunas personas que no puedo contar. Era un hombre pequeño, cuadrado y siempre presumía de que todo lo había hecho bien. Hasta que un día le dije: '¿Y los italianos, el 25 de agosto del 37, le engañaron sí o no?'. Me dijo: 'Gerardo, nadie se ha atrevido a decirme esas cosas'.
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