La tramitación parlamentaria de la «reprobación en diferido» de la consejera de Salud, Gotzone Sagardui, por las irregularidades iniciales en la campaña de vacunación, y la conclusión infructuosa de los trabajos de búsqueda de Joaquín Beltrán en el vertedero de Zaldibar volvieron a aventar, jueves ... y viernes, las sombras que persiguen este segundo mandato del lehendakari Urkullu. La sensación de que José Luís Sabas y Eduardo Maíz fueron los 'fusibles' con que su Gobierno «depuró en 24 horas todas sus responsabilidades» evoca, inevitablemente, el procedimiento seguido ante el escándalo de las OPE en Osakidetza. Las trágicas consecuencias del derrumbe del vertedero recordarán siempre la tardanza en la reacción de las autoridades autonómicas. Episodios que no acaban de orillarse como accidentales, y que contribuyen a cuestionar «el mito de la buena gestión del PNV», en palabras coincidentes de la oposición. Es difícil prever cómo saldrá de la pandemia la política partidaria. Pero los síntomas de fatiga y desgaste parecen notables, aunque afecten de manera desigual a las distintas siglas e instituciones. Se notó en la baja participación de las autonómicas de julio. El solapamiento entre decisiones políticas y criterios científico-sanitarios no da más de sí, y empieza a pesar el enjuiciamiento retrospectivo sobre lo acontecido. Durante más de un año ha resultado imposible dar buenas noticias, y eso erosiona el crédito público. La vuelta a la normalidad tampoco podrá ser rentabilizada por nadie sin que se lleve su cuota de reproches.
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Pero es verdaderamente enternecedor que voces del PNV denuncien que la oposición trata de echar abajo el Gobierno de Urkullu. Que tachen de «ruin e indigente» a EH Bildu precisamente ahora. No solo porque durante casi quince meses el lehendakari ha tratado de sortear dudas y contradicciones sin encomendarse más que a su derredor. Ocurre que cuando la oposición atiza lo hace de manera intermitente y a bulto, respondiendo si acaso a un instinto pero no a una sistemática de trabajo. De entrada, no se ha puesto a desmontar concienzudamente «el mito de la buena gestión del PNV». Ocurre que mientras siga vigente la moratoria sobre la agenda soberanista -por las consecuencias de la pandemia y por la descomposición catalana- EH Bildu tampoco tendrá más remedio que oponerse al PNV gobernante, sin que éste pueda hacerse la víctima. Basta examinar los resultados electorales de las municipales y forales de 2019 y de las autonómicas de 2020 para tranquilizar al EBB. La izquierda abertzale necesitaría años de trabajo y blanqueo para liderar una alternativa vencedora frente a los jeltzales. Para lo que además necesitaría atraerse al PSE. Partido al que el PNV podrá recurrir durante años para evitar sorpresas, aunque haya un cambio de ciclo en España o precisamente por eso. Cosa distinta es que los jeltzales necesiten activar a los propios señalando amenazas hoy por hoy inexistentes.
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