Guerras de desgaste
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La desmovilización del centroizquierda por el impacto económico agudizado por la contienda bélica alienta las expectativas de FeijóoLa política española ha entrado en un territorio novedoso tras la llegada de Alberto Núñez Feijoó al frente del PP. No hay expectativas de cambio ... de rumbo tras la cumbre del jueves entre Pedro Sánchez y el nuevo líder de la oposición aunque se haya abierto un cauce institucional de interlocución que debería dar algunos frutos con el tiempo. Feijóo toma con fuerza el timón al frente de la nave del centroderecha, convencido de que tiene que desgastar a Vox, que no 'pincha' en los sondeos y que sigue nutriéndose del caldo de cultivo del malestar social que los efectos económicos de la pandemia y de la guerra de Ucrania han agudizado. El PP no puede ofrecer una imagen demasiado condescendiente con Sánchez que diera una baza al ultranacionalismo de Abascal, pero tiene que cuidar también su flanco como partido responsable y con sentido de Estado. Por eso es previsible el desbloqueo de la negociación para renovar el CGPJ aunque, a la vez, los populares mantengan el tono de severa confrontación con el Ejecutivo y fijen el foco en el campo económico con una bandera-mantra: la bajada de impuestos.
Y es que el PP seguirá haciendo oposición. Es su función, aunque sería un paso que abandonara la hipérbole del pasado, que le llevaba a deslegitimar en la práctica al Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos en el terreno de los principios democráticos, no en el de la eficacia de sus actuaciones. Las encuestas han saludado favorablemente a Feijóo e ilustran una movilización muy activa del centroderecha sociológico. Al presidente del Gobierno le ha salido un rival duro y correoso, aunque su labor no va a estar tampoco exenta de contradicciones y problemas. La sombra de corrupción que salpica al Ayuntamiento de Madrid por el asunto de las mordidas en algunos contratos para adquirir mascarillas es un escandaloso botón de muestra.
Sánchez es un experto en supervivencia en las situaciones más extremas. Pero ahora necesita que surtan rápido efecto en los bolsillos las medidas de choque contra la crisis aprobadas por el Gobierno. El contexto contribuye, en cualquier caso, a la desmovilización del electorado de centroizquierda, que es el talón de Aquiles que en este momento tiene el jefe del Ejecutivo para capear el temporal. El relato de la recuperación lanzado por el presidente al hilo de la superación de la pandemia ha saltado literalmente por los aires y el desgaste por la inflación disparada hace mella directa en amplios sectores de la sociedad. Por si fuera poco, aunque solo sea en términos de imagen, la cuestión del Sáhara supone un coste emocional para el socialismo español, cuya base sociológica ha sido tradicionalmente solidaria con el pueblo saharaui. La realpolitik, que en su día justificó la entrada de España en la OTAN para Felipe González, implica pagar un precio, a veces elevado.
En este clima no soplan buenos vientos para la izquierda. El insólito 'divorcio' entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz después de las dudas del primero sobre la elección de la ministra de Trabajo como 'sucesora' son bien significativas. La inesperada andanada de Iglesias refleja las crecientes dudas estratégicas de Unidas Podemos con el proyecto 'transversal' de Yolanda Díaz, que no cuenta con la complicidad de ERC y de EH Bildu para el puente de mando de la futura estrategia, como sí lo hacía el exvicepresidente. El asunto de la plurinacionalidad no es una diferencia anecdótica entre ambos.
La otra clave de la semana ha sido la comparecencia en el Congreso del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, que se ha convertido en un icono internacional de dignidad democrática. Su alusión al bombardeo de Gernika en abril de 1937 retumbó como un alegato contra el horror de la guerra y ha provocado sarpullidos a la ultraderecha, que ha sacado a colación las matanzas de Paracuellos en la Guerra Civil y ha reavivado a algunos historiadores del revisionismo histórico, que se enredan en los mensajes que el franquismo construyó para esquivar su responsabilidad. Las palabras de Vox sobre Gernika –que es hoy un símbolo universal de paz– revelan que la batalla contra la ultraderecha que se avecina también encierra una vertiente de dolorosa guerra cultural sobre la memoria. Un discurso reaccionario que va a coger aire tras el previsible avance de Marine Le Pen en Francia en la primera vuelta de las presidenciales de hoy. Los nacionalismos extremos frente al orden liberal europeo. Mark Twain lo pronosticó en su día: la historia no se repite, pero rima.
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