C' est la guerre
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Los indultos han sido la excusa perfecta de Casado para hacer de la política la continuidad de la guerraEntre los muchos vaivenes políticos que Pablo Casado ha dado desde que fue elegido presidente del PP, el del pasado martes supuso el volantazo que, por firme y violento, tiene todos los visos de ser el definitivo. Volvió, sin duda para quedarse, la oposición exagerada ... y desabrida, insultante y extremadamente zafia, que pareció haber querido mitigarse a raíz de la moción de censura de Abascal. El distanciamiento que en esa ocasión adoptó el líder popular respecto de las posturas más extremistas del presidente de Vox sugería un retorno al centro que se ha revelado, a la postre, más coyuntural y retórico que serio y meditado. El martes, en un pleno que el propio presidente permitió que lo acaparara el tema de los indultos, pese a haberse convocado para debatir la cumbre europea, Casado aprovechó la oportunidad para romper todos los puentes con el Gobierno y, si se me apura, los que lo mantenían aún comunicado con la institucionalidad del país.
Si Clausewitz trató de sublimar la sinrazón de la guerra declarándola «la continuidad de la política por otros medios», Casado ha invertido los términos del prusiano y degradado la dignidad de la política definiéndola sin más como la continuidad de la guerra. Y bien se sabe que, en la guerra, se debilitan las reglas de la política o se quiebran con la ligereza con que, en tiempos de guerra, se violan las precarias cláusulas de los Convenios de Ginebra. Todo vale desde el momento en que a Casado se le antojó interpretar la concesión de los indultos como una declaración de guerra proclamada por el presidente. En ella vio la excusa pintiparada que Sánchez le ofrecía para convertir la oposición entre adversarios en enfrentamiento descarnado a vida o muerte –política, por supuesto– entre enemigos y la discrepancia civilizada en odio. ¡Qué mejor ocasión que aquella para presentarla como traición o felonía ante un público siempre proclive a enardecerse por cuestiones que excitan las emociones patrióticas!
Los motivos que han impulsado a Casado a dar este giro definitivo a su política son muy numerosos. Podría citarse la urgencia de arrinconar, una vez de haberse deshecho de Cs, al partido de Abascal, empujándolo, por vía de la mímesis doctrinal, al borde de la irrelevancia. Era el anhelo de la reunificación de la derecha como imperativo a acatar para alcanzar el poder. El camino se lo desbrozó su compañera Isabel Díaz Ayuso con su apoteósico triunfo y su consiguiente ascensión a la categoría de mito de la militancia que nadie se atrevería a desmontar sin arrostrar el riesgo de perecer en el intento. Estrecho era el margen que le quedaba. Pero cabe aún otro motivo más determinante.
El futuro de Casado pende de su éxito o fracaso en devolver a su partido, tras las próximas elecciones, al poder que reside en La Moncloa. Creyó, en un principio, que el llamado Gobierno Frankenstein caería pronto derribado por su propia inconsistencia. Craso error. El temor de los miembros y socios gubernamentales a la alternativa ha sido capaz de superar la incomodidad que les supone la incoherencia. Mejor lo malo que lo peor. Por otra parte, la vacunación, los fondos europeos, los acuerdos en materia laboral, la progresiva ampliación de derechos y hasta el cansancio de la sociedad son el viento que soplará favorable en las velas del Gobierno hasta hacerlo arribar al final de la legislatura. Quizá incluso hasta prolongarse en la siguiente. Los indultos son, pues, el clavo ardiendo que a Casado le quedaba para agarrarse frente a un horizonte que pinta cada vez más rosa para el Gobierno. Martillear en él día tras día, hasta remacharlo, es la única manera de que la indignación popular, si de verdad existe, perdure en el tiempo que aún falta hasta las elecciones. La mesa de diálogo Gobierno-Govern ayudará a mantener vivo el conflicto. Indultos y mesa servirán así de excusa para dejar hibernar todas las negociaciones y acuerdos, incluidos los que afectan a las languidecientes instituciones del Estado. «Oigo, patria, tu aflicción» será la cantinela que retumbará en nuestros oídos de aquí a las elecciones. Que nadie se llame a engaño. C'est la guerre, mon ami.
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