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Arkaitz Rodriguez y Arnaldo Otegi en el Palacio de Aiete. Arizmendi

La izquierda abertzale, de la resistencia a los pactos de Estado

El independentismo que dio cobertura a ETA ha dado un giro radical y meteórico al pactismo y modelado su discurso económico, aunque aún le queda condenar el terrorismo

Alberto Surio y Javier Bienzobas

San Sebastián

Domingo, 23 de abril 2023, 07:16

Entre la imagen de Arnaldo Otegi ante la élite económica de Euskadi hace un mes y el discurso rupturista de la izquierda abertzale en los años 80 ha llovido mucho. En términos estratégicos, ha diluviado. Durante años, el terrorismo de ETA y su sistemático acoso a los empresarios, sometidos al chantaje, convirtieron al entorno radical en una burbuja. La izquierda abertzale era revolucionaria, como ETA, y alentaba una denominación de la figura del empresario que en determinados conflictos terminaba con sus muñecos metafóricamente 'colgados'. Del empresario y del adversario ideológico, que era el enemigo.

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Eso ocurrió en este país no hace demasiado tiempo. Novelas como 'Patria' relatan con enorme eficacia narrativa la soledad de esos empresarios o de la gente amenazada. La izquierda abertzale ha procedido en los últimos años a una metamorfosis rápida, un giro copernicano, un cambio profundo que aseguran que no es meramente estético. Pero es un viaje que no ha terminado, que incluye una memoria selectiva del pasado. Ha asumido las vías políticas y democráticas, aunque sigue sin condenar el pasado terrorista de ETA con el objetivo de evitar su ruptura interna. Es precisamente el mantenimiento de su cohesión su flanco más débil y el argumento que ha explicado la lentitud de movimientos del barco. El último botón de muestra ocurrió tras el asesinato de Inaxio Uria. Una moción de censura desplazó al alcalde de ANV de Azpeitia, Iñaki Errazkin –sustituido por Julián Eizmendi (PNV)–, por negarse a condenar aquel crimen. Como todos los asesinatos de ETA.

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La victoria de la ponencia 'Zutik' –alentada por Otegi, Rafa Díaz y Rufi Etxeberria– fue, no obstante, clave para extender ese cambio político frente a las tesis del núcleo duro de ETA, en torno a 'Mugarri', a favor de mantener el terrorismo. El pulso fue largo. La ruptura del alto el fuego de 2007, con el atentado de la T4 que se saldó con dos ciudadanos ecuatorianos muertos, rompió internamente los equilibrios en la izquierda abertzale y marcó un punto de inflexión. Otegi salió a la larga fortalecido y el trasatlántico comenzó a virar con más fuerza. El cambio de paradigma empezó a cristalizar con todas sus paradojas.

La llegada al poder

El final de la violencia –propiciado, en apariencia, por la conferencia internacional de Aiete, pero en el fondo por la implosión interna de la izquierda abertzale y por su temor a ser derrotada políticamente– comenzó a cambiar el panorama. La izquierda independentista empezó a operar en la legalidad con unos nuevos estatutos de Sortu que rechazaban la violencia. Llegaron las elecciones y esa izquierda abertzale de nuevo cuño consiguió colarse en los ayuntamientos y diputaciones. La abultada abstención favoreció a Bildu, que llegó al poder foral de Gipuzkoa y a numerosos ayuntamientos, entre ellos a San Sebastián. EH Bildu se equivocó al meter el turbo en su política, por ejemplo, con la gestión de los residuos, al implantar el 'puerta a puerta', objeto de una gran controversia social.

Tras la derrota en 2015, EH Bildu había entendido el mensaje. El PNV volvió a pactar con el PSE un eje de estabilidad y moderación. La izquierda independentista quería quitarse de encima esa imagen de radicalidad y comenzó a virar. Apostó por la vía posibilista en Madrid y en Navarra, con acuerdos presupuestarios que garantizan las respectivas legislaturas de Pedro Sánchez y María Chivite, con programas de fuerte contenido económico y social. En la recámara, el acercamiento de todos los presos a las cárceles de Euskadi y Navarra se hacía realidad.

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La izquierda abertzale empezó a tejer desde entonces una interlocución con un mundo empresarial que hasta entonces, en buena medida, había anatemizado o, simplemente, ignorado. La nueva Mesa Política se encargaba de dulcificar su imagen, evitaba el lenguaje agresivo, teorizaba sobre una cultura de empresa y comenzaba a tejer complicidades con empresarios. Apoya las iniciativas sociales del Gobierno de Sánchez, entre otras, la última Ley de Vivienda. Hasta se convierte en un adversario duro de ELA por su política negociadora. Los discursos del pasado contra la Euskadi de la partición y el 'Estatuto vascongado' quedan para la historia. La exigencia de un nuevo marco se hace compatible con la defensa del Concierto y el cumplimiento de las transferencias. Vivir para ver.

La política pragmática de EH Bildu le ha conducido hasta la campaña de las próximas elecciones municipales y forales con el viento de las encuestas a favor y una ventaja del PNV que, aunque gana con claridad, empieza a reducirse. También resulta relevante el papel de la izquierda independentista en Navarra, en donde el juego de alianzas le convierte en socio del bloque del cambio liderado por la socialista María Chivite e integrado por Geroa Bai, Podemos e Izquierda Unida-Ezkerra.

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Entre los ejes de la reconversión de ese mundo, su discurso acepta ahora la pluralidad de la sociedad vasca que durante años el terrorismo de ETA rechazó de forma sistemática desde una concepción esencialista, totalitaria y monolítica de la identidad vasca.

La izquierda independentista reconoce que también ha admitido el gradualismo que en el pasado rechazó de forma virulenta. Del maximalismo del 'todo o nada' del inicio contra el proceso estatutario –que se combatió con saña– se ha pasado a acatar que los cambios son graduales, en función de la relación de fuerzas. Por no hablar de la territorialidad de Euskal Herria. Del 'Nafarroa Euskadi da' a asumir tres estructuras jurídico-administrativas en el País Vasco, Navarra e Iparralde.

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Es un cambio de mentalidad para un mundo en el que históricamente el pacto ha sido interpretado como una 'traición'. La fractura de los jóvenes comunistas de GKS –surgidos de Ikasle Abertzaleak y que acusan a EH Bildu y a Sortu de asentar el sistema burgués del reformismo– también ilustra esa discusión. En el fondo refleja el viejo debate existente en el seno de ETA desde los años 70 entre los sectores más abertzales y los de obediencia marxista.

Otra conclusión: desaparece el socialismo revolucionario, emerge un laborismo de izquierda que aspira a los modelos nórdicos de bienestar social. Se trata de formaciones socialdemócratas ancladas más a la izquierda que sus colegas alemanes o españoles. El propio modelo de Arnaldo Otegi patrocina la articulación de un 'frente amplio' de izquierdas, según la inspiración latinoamericana.

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No obstante, la visión de la izquierda independentista se ha alejado de los parámetros revolucionarios tradicionales, pero se muestra considerablemente crítica con la socialdemocracia convencional y con las élites.

Programa económico

Al final lo que pretende el secretario de Programas de EH Bildu, Pello Otxandiano, es definir un programa económico alternativo que le permite conectar con nuevos sectores y «no asustar al personal». Y que le permita resolver las contradicciones internas que le provoca su acercamiento al mundo empresarial, su nuevo modelo de empresa vasca y su hoja de ruta para relanzar la industria, su disposición a pactar los Presupuestos de Sánchez y la oposición de sectores de la izquierda abertzale a proyectos de energía eólica en Azpeitia y Zestoa, que dividen a este mundo sociológico. Al igual que el segundo edificio del Basque Culinary Center, en el donostiarra barrio de Gros, impulsado por Mondragon Unibertsitatea. La abstención municipal de EH Bildu ha generado un serio debate interno en la izquierda abertzale, con un sector, ligado a colectivos del barrio de Ulia, muy crítico con la propuesta. ¿Hubiera sido posible esa abstención hace 15 años o la propia aceptación de que una empresa noruega ponga en los montes vascos molinos de viento? ¿Habría hoy contestación radical a la autovía de Leitzaran?

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Es lo que tiene el día a día, que exige una estrategia de paciencia de largo alcance. Y también conlleva ciertas frustraciones y renuncias. El italiano Antonio Gramsci, uno de los pensadores preferidos de Otegi, escribió una vez: «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». Quizá por eso mismo, la no condena del terrorismo –quizá viable con una nueva generación de dirigentes– es el último fantasma por desaparecer en esta transición inacabada.

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