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El vertiginoso discurrir de la política habrá hecho olvidar aquel mitin de campaña a las elecciones europeas en el que la ahora designada vicepresidenta primera de la Comisión, Teresa Ribera, gritó apasionada el eslogan que La Pasionaria hiciera famoso durante la defensa de Madrid en ... la Guerra Civil: «No pasarán». Lo coreó en Benalmádena un 5 de junio toda la audiencia, entre la que se encontraban el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su esposa. El entusiasmo despertado no tuvo, sin embargo, el efecto de llevar a la victoria la lista socialista, ni siquiera de que quien animó a corearlo recogiera el acta de europarlamentaria. El enardecido grito del «no pasarán» se ha visto, en efecto, desmentido por los hechos y la renuencia que ha mostrado a ser privada del ansiado premio quien entonces con tanto fervor lo profirió ha abierto una grieta en la muralla por la que han pasado a la ciudadela de la Unión, cual caballo de Troya, quienes ella misma prometió que nunca habrían de pasar.
No es cosa de cargar tintas sobre quien se ha convertido, a su pesar, en protagonista de esta historia. Pero son muchas las causas que han convergido en el mismo efecto. La más bochornosa, el obstinado empeño del PP español y de su líder, Alberto Núñez Feijóo, en arriesgar su prestigio, llevando al ámbito europeo lo que debió dirimirse en el doméstico. El desenlace era tan previsible como ingenua la pretensión de impedir que cada Gobierno vea aceptado el nombramiento de quien ha propuesto como comisario, sin que tal pretensión se convirtiera en conflicto de toda la Unión.
La figura maquiavélica en esta historia, como en otras, ha sido, en efecto, el jefe del grupo parlamentario del Partido Popular Europeo, el alemán Manfred Weber, quien ha aprovechado la circunstancia para, simulando asumir la causa de Feijóo, trabajar 'pro domo sua' e imponer a la Comisión su objetivo de convertir a su grupo, gracias al nuevo reparto de fuerzas de la Eurocámara, en la bisagra capaz de operar tanto con sus tradicionales aliados socialdemócratas, liberales y verdes como con las fuerzas emergentes de la extrema derecha. Feijóo se ha visto así forzado a dejar solo a su partido en la votación de los miembros de la Comisión.
El resultado es que, en la UE, se ha producido, cuando menos, un amago de cambio de paradigma en el comportamiento que las fuerzas más europeístas y representativas del progreso se habían propuesto mantener en su relación con aquellas otras, cada vez más numerosas, que abogan por la renacionalización política y la regresión social y cultural. El pragmatismo más rastrero se adueña así, paso a paso, de la política europea, en sintonía con lo que se impone en el mundo, dejando que la fría aritmética desplace a la ética y la dura facticidad de lo que es nos fuerce a renunciar a lo que creíamos que debería ser. El camino queda allanado para que lo transiten las nuevas autocracias. Se esfuma toda alternativa al tsunami que inunda sin obstáculos el mundo entero como los torrentes devastaron, sin que nadie supiera contenerlos, los campos y pueblos de Valencia. Mal lo tiene la UE en estos tiempos tan amenazadoramente revueltos.
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