
Juan Pablo Fusi | Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la UCM
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Juan Pablo Fusi | Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la UCM
«Siento todo lo que ocurre hoy como la derrota de mi generación»El historiador donostiarra Juan Pablo Fusi (1945) revela aspectos de su intimidad política y aborda con cierta amargura doliente el momento que vive España. «Siento ... todo lo que ocurre como la derrota de mi generación», confiesa con pesar. Ha vuelto a Madrid tras varias semanas de vacaciones en San Sebastián, su pasión más incombustible.
-¿Le preocupa una repetición electoral?
-Los momentos de gran incertidumbre producen preocupación. La mía, con todo, va mucho más allá del momento actual. Desde más o menos 2015 muchos observadores de la política mundial hablan recurrentemente de democracia en crisis, de recesión democrática. En España mismo ya ha habido quien ha hablado de posdemocracia para definir la etapa abierta a partir del Gobierno Sánchez-Podemos, que pronto se vio que tuvo muy poco de nueva política. Posdemocracia equivale para mí -y deseo fervientemente estar equivocado- a democracia sin moral, en la que lo único que cuenta es el asalto al poder mediante la pura aritmética parlamentaria. Lo que es legal, pero no ético, donde ya no interesan ni valores ni principios, y donde parece haberse perdido todo sentido de Estado y todo sentido de nación.
-¿Estamos condenados a perpetuar la dinámica de bloques izquierda-derecha?
-No, no estamos condenados a ello. Existe, como en otros países -Alemania, por ejemplo-, la posibilidad clara de una gran coalición entre, en nuestro caso, el PSOE y el PP; o que los dos grandes partidos respeten que gobierne la lista más votada. Por cierto, en democracia es siempre el primer mandato, y a veces el único, que emana del electorado. Los electores dan su confianza al partido ganador, no a una combinación a menudo extravagante de partidos que no concurrieron juntos a las elecciones. Detrás de la política de bloques late una visión perversa de la política, de la democracia como sistema: la aspiración de excluir al otro bloque -en el caso de España, al bloque de la derecha- del arco mismo de la democracia. Esa fue la idea de Zapatero, a quien se asoció ya con la postransición: democracia igual a izquierda y nacionalismos, idea que desde el entorno ideológico de Zapatero se pretendió asociar falsamente con azañismo y republicanismo cívico. Y digo falsamente porque Azaña fue, en sus propias palabras, español por los cuatro costados y no aceptaba más soberanía que la española.
-El PP reivindica ahora su derecho a gobernar por ser la lista más votada pero en algunas autonomías y ayuntamientos no ha sido la lista más votada y ha pactado con Vox coaliciones de gobierno. Esa es la paradoja...
-Lo único que quiero es que no se diga que en una democracia es más importante tener mayoría parlamentaria que ganar las elecciones, porque en ello hay, o puede haber, un fraude al electorado y por extensión, el descrédito de la política.
-¿Es Vox es una amenaza al sistema democrático?
-Vox es para mí más, por ahora, una preocupación muy seria, que una amenaza por sus aspiraciones, proyectos, retórica e ideología. Me produce exactamente la misma preocupación que me provocan la ideología, el discurso y los planteamientos de los partidos totalitarios de extrema izquierda, nacionales e independentistas, que operan, legalmente quede claro, en la política española.
-¿No hemos aprendido del pasado?
-Muchos sí hemos aprendido del pasado. Pero otros, sobre todo parte de la clase política, no lo han hecho. No quieren entender los efectos devastadores que en la vida pública de todo país tienen las políticas de polarización y enfrentamiento, el deseo incontenible de monopolizar el poder y el desconocimiento de la complejidad y pluralidad de las sociedades modernas y de los estados nacionales. Han olvidado que la libertad solo existe en la moderación, y que las sociedades y estados complejos necesitan para su vertebración de grandes consensos sobre su estructura institucional, sobre el funcionamiento de la política y sobre la forma y articulación nacional y territorial del Estado. La sociedad española no está polarizada; está polarizada la clase política, y solo ella. Si España acaba siendo un Estado fallido, la responsabilidad será de la clase política, no de la sociedad.
-¿Tiene sentido la investidura de Feijóo?
-Aunque fracase, la investidura de Feijóo tiene sentido. Ganó las elecciones después de que el PP arrollara en elecciones autonómicas y municipales.
-¿Ve viable una ley de amnistía para los delitos del procés?
-No soy experto en esa materia, pero todo lo que he leído apunta a que, en efecto, una amnistía no sería constitucional. Sin duda, o así lo creo, se buscará una solución equivalente que se ajuste a la normativa constitucional. Lo único que deseo es que esa solución no pueda interpretarse como un triunfo y legitimación del procés y como una derrota de la democracia española, y que lo que se haga tenga razones más sustantivas que lograr el apoyo parlamentario del soberanismo catalán para poder formar gobierno. Me resulta increíble que esto último se acepte como algo natural en la vida de un país: debe ser verdad que estamos ya en la posdemocracia. Le confieso que yo vivo todo lo que ocurre en España desde 2018-2019 como una derrota generacional, como una derrota total del magnífico combate que por la democracia, y en situaciones verdaderamente adversas, libró mi generación desde 1965.
-¿Cómo ve al País Vasco sin ETA pero con EH Bildu en pleno despegue para relevar al PNV?
-El cambio político, articulado en torno a EH Bildu y PSE, parece ya por lo menos una probabilidad real. Más que debilitado, el PNV aparece como un partido sin pulso, sin ideas, sin gente nueva, envejecido, rutinario, que subsiste ante todo en razón del entramado clientelístico construido desde el poder que ha ostentado casi desde 1980. Ha terminado el terrorismo, sin duda, y reina en efecto el pragmatismo. Estamos ya en lo que dijo el historiador, excelente por cierto, Antonio Rivera: en un País Vasco aún plural pero gobernado de forma permanente por el nacionalismo e inmerso en un horizonte referencial, cultural, emocional y educativo hegemonizado por el nacionalismo. Preferiría una Euskadi abierta e instalada en la modernidad y una Euskadi como sociedad justa que exigiría una reflexión permanente sobre la tragedia histórica que ha sido el terrorismo de ETA y sobre la crisis moral que el terrorismo provocó en la sociedad vasca. Pero no va a ser así. Mi conciencia de derrota -derrota de la democracia de 1978, derrota del pluralismo vasco- es total. Pero me hago la ilusión de que lo vivo con dignidad: al menos, pasear por San Sebastián me tranquiliza el alma.
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