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El PP vasco siempre ha navegado entre sus frágiles equilibrios territoriales pero ha sabido surfear entre las olas de la tradición foralista, la estrategia de la dirección nacional y el marcaje de la línea dura forjada en el discurso de la firmeza antiterrorista y la ... defensa de la unidad constitucional de España. Los años de la resistencia contra ETA le forjaron en el cierre de filas pero, al aflojar la presión, afloraron las primeras contradicciones. La caída de Alfonso Alonso tiene precedentes. Desde la refundación del Partido Popular en 1989, el centroderecha vasco ha vivido sucesivas convulsiones internas, con siete presidentes y cinco candidatos a lehendakari. El telón de fondo es una curva de declive acentuada en los últimos tiempos hasta una situación que sus propios dirigentes describen hoy de verdadera supervivencia.
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El centroderecha vasco se vio obligado a refugiarse en las catacumbas durante la Transición. El marcaje terrorista en 1980 fue brutal. Primero, de ETA político-militar, que asesinó al dirigente de UCD Juan de Dios Doval, profesor de la Facultad de Derecho de San Sebastián. Jaime Arrese, exalcalde de Elgoibar, y también de UCD, fue asesinado por los Comandos Autónomos. La refundación del centroderecha en Euskadi relanza el proyecto, pero la ofensiva terrorista limita su margen de maniobra. En esa época Jaime Mayor abrazaba la idea del «proyecto común y compartido» entre nacionalistas y no nacionalistas.
Con José Eugenio Azpiroz llega el talante guipuzcoano para una derecha liberal de tradición foralista. Las incursiones de Francisco Álvarez Cascos en las organizaciones territoriales son constantes. Al PP vasco le surge un serio problema en Álava con la aparición de Unidad Alavesa, una escisión surgida entre sus filas.
En paralelo, Gregorio Ordóñez se convierte en todo un fenómeno que trasciende las siglas. Su carisma es elocuente y libra pulsos con la dirección nacional, a veces duros. A veces, esos enfrentamientos suben de tono y llevan a Ordóñez a barajar la hipótesis de crear una Unidad Guipuzcoana, una posibilidad que nunca cuajaría. Su asesinato fue un mazazo demoledor.
Pese al asedio de ETA, bajo un cruel acoso contra sus concejales, entre 1996 y 2004 el PP vasco vive paradójicamente un buen momento político, con Carlos Iturgaiz al frente del partido, con el viento a favor del gobierno de José María Aznar. Jaime Mayor lleva al PP vasco en 2001 al punto culminante electoral como candidato a lehendakari, con el 23,1% en las autonómicas, después de un 28% logrado en las anteriores generales. Fueron los comicios del mitin del 'Basta ya' en el Kursaal.
La llegada de María San Gil significa la continuidad. Pero el PP empieza a ser una olla a presión. En las autonómicas de 2005, el PP vasco retrocede a un 17,4%. Las diferentes almas del partido reabren su pulso. San Gil reivindica las esencias del proyecto de Aznar frente a otros mensajes. Todo un torpedo contra Mariano Rajoy. La excusa de su marcha es la elaboración de la ponencia política, encargada a la dirigente donostiarra del PP junto al canario José Manuel Soria y la catalana Alicia Sánchez Camacho. San Gil discrepa del contenido del borrador en relación con los nacionalismos y eso motivo su salida. Eran las vísperas del congreso de Valencia, con las primeras escaramuzas de la línea 'aznarista' contra Rajoy que, al final, no dio la batalla. Su dimisión provoca un impasse en el PP vasco. Ni Antonio Basagoiti ni los alaveses rompían el empate. La llegada de Basagoiti estaba servida en bandeja. Su estreno fue un anuncio de última hora, planteado in extremis para evitar que Carmelo Barrio diera el paso. El mismo Basagoiti que había abierto el pacto con el PNV al acordar con los jeltzales el gobierno municipal de Bilbao en 1995 acordó en 2008 apoyar al lehendakari socialista Patxi López.
La marcha de Basagoiti -que no capitalizó en las urnas este acuerdo constitucionalista- también cubre una etapa. Él mismo opta por su relevo: la guipuzcoana Arantxa Quiroga, con una sensibilidad conservadora que había ejercido como presidenta del Parlamento Vasco, pero no contaba con apoyos sólidos en el partido. Quiroga intenta marcar su ritmo, prescinde del alavés Iñaki Oyarzábal como secretario general y elige a Nerea Llanos. Los alaveses se conjuran para quitarse la espina. Se vive el final de ETA. Era una situación paradójica. Por un lado, el final del terrorismo suponía un evidente alivio para la familia popular vasca. Por otra parte, el PP exhibe una gran dureza contra los escenarios de diálogo. Quiroga es el fiel reflejo de esa contradicción. El hecho de que avalase un documento 'audaz' en materia de pacificación fue el motivo oficial de su caída. El texto apostaba por cerrar las heridas en una Euskadi sin terrorismo y apelaba a la participación de la izquierda abertzale en el juego democrático con un compromiso de rechazo de la violencia, sin citar la condena. El 'detalle' semántico no pasa desapercibido y la dirección nacional del PP y el clan alavés de los populares precipitaron su dimisión. Solo Dolores de Cospedal justifica su actitud. Rajoy avala la llegada de Alfonso Alonso, que recupera la influencia de los alaveses. Pero el enfrentamiento entre 'sorayistas' y 'casadistas' reabre la crisis. El viejo sueño -convertir al centroderecha vasco en una especie de UPN- sigue sin cumplirse.
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