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No sé por qué nos sorprendemos. Todo estaba ya escrito desde el inicio de los tiempos. Cuando Eva hizo caso a la serpiente y probó la manzana, seduciendo a Adán a que la acompañara, se anunció que el destino del hombre sería caer en la ... tentación, buscarse excusas y vivir dando tumbos. Es lo que ahora ocurre. Las paredes interiores del laberinto del que hablaba la semana pasada se han desplomado y dejado todo el terreno expedito. Los números han ganado a los principios. Borradas las líneas rojas, arrumbados los vetos y aflojados los cordones sanitarios, el Poder se ha revelado con toda su fuerza seductora. Pues no ha de olvidarse que aquella manzana primigenia del Edén, que prometía hacer como dioses a quienes de ella probaran, era el símbolo de la seducción que el Poder ha ejercido en todos los tiempos. Por desgracia, no nos ha hecho como dioses, sino humanos desahuciados y abandonados a su suerte
Se hace, pues, lo que se puede. Vox ya no es el tabú ni los independentistas están excomulgados ni los «bilduetarras» merecen reprobación. No digamos Podemos, que a punto está de verse exaltado a la cima. Todos están invitados al festín, aunque unos degusten los manjares que se sirven a la mesa y otros recojan las migajas que caen al suelo. Lo mismo da hacerse con el Gobierno que con una mísera concejalía de pueblo. El Poder tiene la virtud de repartirse y contentar a todos. Luego se explica la derrota de los principios para que la gente lo entienda. Pero es ahí, en la explicación en las excusas, donde los tumbos se suceden y hacen más evidentes. Porque, si la gente está dispuesta a entender que las cosas son como son, complejas y difíciles de manejar, no traga que la engañen con excusas de niño. Es, pues, ahí, en el abuso del lenguaje para camuflar la realidad, donde la gente se siente frustrada. Retorcer la palabra para que vele lo que debería desvelar es lo que le resulta más insoportable.
La situación es, en verdad, compleja y no conviene ser dogmático. La gente lo sabe, porque es ella la que ha dejado a la política con el marrón de arreglárselas con una pluralidad endiablada. Y, si nada se hace con ella, si cada uno se atrinchera en sus principios, que solo son a veces el seudónimo de sus intereses y prejuicios, podría llegarse al absurdo de tener que volver una y otra vez a las urnas a riesgo de que la gente repita obstinadamente lo que quiere. Para hacerlo aún más difícil, a la pluralidad se le ha sumado en los últimos años una serie de opciones que, pese a su incómodo encaje en el sistema, son la expresión legítima de la voluntad de sus valedores. Las desventajas que para unos supondría actuar como si no existieran, cuando los otros se aprovechan de ellas sin escrúpulos, hacen imposible la solución que en teoría sería la óptima. Para que el juego se desarrolle, parece preciso jugarlo con todas las cartas.
El problema se desplaza así de los jugadores a las reglas. Estas han de ser claras e iguales para todos. Nadie, por alcanzar o retener el poder, puede permitirse excepciones ni trampear como tahúr. Por fortuna, no está su cumplimiento en manos exclusivas de los jugadores. El sistema dispone de eficaces recursos de arbitraje para que aquellas se cumplan. Habrá que desechar, por tanto, del lenguaje la simpleza de que «la política ha de dejarse solo en manos de la política», como si la complejidad del sistema no exigiera en ocasiones la intervención de otros actores. Cuando la política se desmadre, lo pertinente será recurrir a ellos. No estará de más, en este contexto, hacer mención del juicio cuya vista oral acaba de dar paso a la deliberación de la sentencia. Asumido el hecho de que ha sido la ineptitud de la política la que ha llevado las cosas al extremo, una vez ubicadas ahí, la manera correcta de tratarlas no habría podido ser otra. Solo gracias a la intervención de los terceros actores podrán volver a su cauce natural de la política. Sirva lo ocurrido de lección para los complejos tiempos que se avecinan. Pues a esos actores externos a la política, pero propios del sistema, habrá que volver a recurrir si aquella yerra de nuevo en el modo de manejar la actual complejidad con sujeción a las normas. Pero que nadie se rasgue las vestiduras antes de tiempo. Al cabo, aquella manzana, en vez de darnos el conocimiento del bien y del mal, nos condenó a buscarlo a tientas. Suerte, pues, y tiento.
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