Un folio ardiendo en una máquina de escribir ilustra la portada del último libro de Kepa Aulestia 'ETA contra la prensa. Qué significó resistir', un encargo de la Fundación Rubial que se presenta hoy en Bizkaia Aretoa en Bilbao. El analista político de este periódico ... y exsecretario general de Euskadiko Ezkerra repasa el tiempo en que la prensa sufrió al acoso de ETA y le hizo frente «ejerciendo la profesión» y «sin autocensuras». «Tener que informar sobre el mal impedía sentirse más víctimas que nadie o recabar la solidaridad ciudadana. Los periodistas se vieron obligados a defenderse y resistir solos. Y eso merece ser recordado», cita.
–¿Por qué merece un capítulo aparte el acoso de ETA a la prensa?
–Cuantitativamente el acoso a la prensa, en cuanto a victimización, es infinitesimal con respecto al conjunto si comparamos asesinatos, coacciones, incluso recursos de autodefensa. La profesión periodística no es la más afectada o indefensa, pero es verdad que el papel de función pública del periodismo es tan relevante desde el punto de vista de la convivencia, del sistema de libertades, de la democracia, de la significación de lo que ETA hacía o pretendía hacer, que hay que subrayarlo. Este libro también es para recordar y homenajear la resistencia de los que fueron objeto de esta violencia.
–¿Y qué significó resistir?
–Significó seguir ejerciendo la profesión. Seguir haciendo lo que se hacía sin autocensuras, sin que se le quebrase la voz al periodista. Esa es la conclusión última.
–¿Cuándo empieza todo?
–Al principio ETA tenía una visión naif de lo que podía ser la prensa, como que no iba con ellos. Hubo un 'Zutik' especial, dedicado a la prensa que lo redactaron unos que se encontraron en la necesidad de tener que esconderse y aprovecharon el tiempo para escribir. Pero en ese tiempo si no llega a haber una especie de tiroteo en la frontera, nadie hubiese escrito nada en ETA sobre la prensa. En los años 60 se prodigaron los atentados contra repetidores de televisión, luego en los años más convulsos de los 70 y 80, ETA se encontró que los medios eran su gran escaparate.
La conclusión
«Resistir significó seguir ejerciendo la profesión y hacerlo sin autocensuras»
–Precisamente la introducción del libro arranca con la frase: «El terrorismo es comunicación».
–ETA no necesitaba grandes recursos porque en la transición los medios se hacían eco de lo que hacía y decía. ETA no solía escribir mucho, era más bien ágrafa, no explicaba lo que pretendía hacer, no era muy productiva en ese sentido y necesitaba de los medios. Pero llegó un momento en que aquellos medios le incomodaban porque le restaban maniobrabilidad porque esa interpretación de los hechos no les resultaba grata.
–¿Cuándo se da ese salto?
–En una fase tardía, en 1995. Cuando aparecen los primeros listados de periodistas y se constatan seguimientos con una intención más clara, coincide con al detención de uno de los comandos Bizkaia. Desde ahí hasta el 2003-2004 se genera eso que en un momento determinado llegó a llamarse 'el frente' contra los medios. Sitúo entre 2000-2001 el pico, tanto cuantitativamente como en cuanto a la gravedad, la intencionalidad y la cantidad de documentación que se produjo. Hubo un momento en torno a 2005, con las iniciativas de Zapatero, que bajaron el pistón. Los últimos atentados fueron en 2008 con las bombas contra El Correo, en Zamudio, y contra el edificio de EITB, y de las delegaciones de El Mundo, Expansión, Antena 3 y Onda Cero, en Bilbao.
–¿A cuántos profesionales afectó la amenaza durante tantos años?
–Ofa Bezunartea en su día escribió que aparecieron en listas de ETA más de 300 profesionales y, de ellos, más de 60 contaron con un seguimiento exhaustivo. Es un dato mínimo conocido, pero se supone que habría más listados.
–En su relato habla de «la discreción» a la hora de acarrear con la amenaza por parte de los periodistas. ¿A qué lo atribuye?
–La Policía informaba directamente a cada periodista, pero no les decía cuántas personas más estaban amenazadas en su medio. Y no se hablaba. Algunos cambiaron de domicilio, se fueron a vivir fuera, los había que se iban siempre el fin de semana. Creo que los periodistas en general tenían un mecanismo de resistencia casi natural que era la propia profesión. Al final trabajaban sobre el mal, tenían que informar sobre el mal y al mismo tiempo eran víctimas de ese mal. Tener que informar sobre lo que sufrían los concejales, las fuerzas de orden y otros impedía sentirse más víctimas que nadie o recabar la solidaridad ciudadana. Los periodistas se vieron obligados a defenderse y resistir solos. Y eso merece ser recordado.
–¿Qué es lo que menos soportaba ETA de la prensa?
–Que se hurgase en la situación de la banda, conocer sus debilidades o sus dudas. El periodismo ha sido capaz de distinguir lo que ETA hacía de lo que decía y eso es lo que le incomodaba más, que el periodismo fuese capaz de analizar, de radiografiar a ETA, sus intenciones, las consecuencias de su violencia, independientemente de los mensajes supuestamente favorables a un mundo mejor que ella emitía.
Lo que incomodaba a ETA
«ETA no soportaba que se hurgase en su situación, conocer sus debilidades o sus dudas»
–¿La mayoría de los medios fueron objetivo de ETA, pero no todos?
–Ahí hay una divisoria muy clara. Es un factor coadyuvante del acoso padecido por la prensa la existencia de medios que han justificado, cuando no jaleado en determinados momentos, la actividad etarra. La divisoria empieza prácticamente en la propia Universidad y atraviesa durante muchísimos años a toda la profesión. Había un periodismo clarísimamente orientado a legitimar la persistencia de ETA y un periodismo profesional que no tenía otro remedio que enfrentarse a esa situación en defensa de la libertad y de su propia función social.
–¿Cómo un periódico como este llega a convertirse en protagonista de su propia portada, como ocurrió con el asesinato de Oleaga y los planes para volar el edificio?
–Quienes decidieron arremeter contra El Diario Vasco, cuando quisieron volar el edificio o asesinaron a Santi Oleaga, estaban pensando en el mercado mediático guipuzcoano. No vamos a ser ingenuos. Se dan determinadas circunstancias. No hay documentos o constatación escrita, pero la inquina responde también a esa pulsión. Existía esa divisoria sin duda. Los medios afines no solo no condenaron el asesinato de Santi Oleaga, sino que eran potenciales beneficiarios del seísmo que se habría producido si hubieran conseguido acabar con el periódico. Este es el pico del acoso, es lo más gráfico de lo que ocurrió. Estuvieron a punto de cerrar el periódico. Lo digo sin ninguna censura.