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Javier e Iñigo, dos de los cuatro hijos de Jon Ruiz Sagarna y Ana Arregi, en una imagen del álbum familiar.
«Es imposible entender que alguien fuera capaz de hacer semejante daño a nuestro padre»
30 aniversario del ataque al ertzaina Jon Ruiz Sagarna

«Es imposible entender que alguien fuera capaz de hacer semejante daño a nuestro padre»

Dos hijos del ertzaina Jon Ruiz Sagarna, herido gravemente en 1995 en una emboscada en Errenteria, afirman, en una carta enviada en exclusiva a DV, que «el odio deshumaniza y destruye a las personas»

A. González Egaña

San Sebastián

Domingo, 23 de marzo 2025, 00:05

El 24 de marzo de 1995 el bilbaíno Jon Ruiz Sagarna conducía una furgoneta de la Ertzaintza en Errenteria en la que le acompañaban otros cuatro agentes. Se dirigían a la zona del Topo donde se esperaban incidentes. En el camino un grupo de encapuchados rompió con piedras las lunas del vehículo y los cócteles químicos entraron por la ventanilla del conductor. Ruiz Sagarna no sabe cómo le sacaron de allí, solo que se llevó la peor parte. El lado izquierdo de su cuerpo quedó abrasado. El casco se le quedó pegado a la cabeza, tenía quemado el pecho, las manos, las piernas... El ataque causó también graves quemaduras a los otros cuatro agentes y severas heridas a dos chicas que fueron arrolladas por el furgón convertido en una bola de fuego sin control. Treinta años después de aquel ataque que ha quedado grabado en la memoria del terror en Euskadi, Iñigo y Javier Ruiz Arregi, dos de los cuatro hijos del ertzaina bilbaíno de Seguridad Ciudadana, expresan, en una carta titulada 'Vivir sin odio', enviada en exclusiva a este periódico, sentimientos y reflexiones sobre aquellos «hechos traumáticos» y sus consecuencias.

Iñigo, un joven periodista e historiador de 30 años, que tenía entonces dos meses y medio, y su hermano Javier, que ni siquiera había nacido y hoy, con 18 años, acaba de comenzar la carrera de Periodismo, han plasmado en el escrito algunas reflexiones íntimas que quieren hacer llegar sobre todo a muchos jóvenes de su edad. Recuerdan que sus «primeros encuentros más directos con la situación fueron las miradas de extrañeza hacia nuestro padre por la calle, comentarios o preguntas de amigos».

Ataque de kale borroka

  • En Errenteria. El ataque contra la furgoneta de la Ertzaintza, junto a la plaza de los Fueros, fue rápido y muy intenso. Imposible determinar cuántas piedras impactaron. Una de ellas destrozó una ventana lateral por donde los radicales introdujeron los cócteles que quemaron al ertzaina Jon Ruiz Sagarna. Otros cuatro agentes también sufrieron graves quemaduras. Dos chicas fueron atropelladas por el vehículo sin control.

  • Cócteles molotov. Contenían una mezcla de gasolina y ácido sulfúrico, además de una capa exterior de polvo de clorato de potasio para facilitar la reacción química. El habitáculo se convirtió en un infierno de fuego y gases tóxicos en segundos.

Jon Ruiz Sagarna siempre ha querido vivir en el anonimato total porque la 'herida' es lo suficientemente profunda como para no querer hablar de ello. «Tiene cicatrices que se lo recuerdan, su cuerpo habla todos los días. No tiene más que mirarse al espejo», explicaba en 2020 su esposa Ana Arregi en una entrevista en este periódico. Jon pasó todo el dolor que se puede sufrir y más. Tenía casi el 70% del cuerpo quemado. Cuando salió del hospital, seis meses y medio después del ataque, regresó a casa en silla de ruedas, no podía andar. Tuvo que someterse a operaciones durante años. Arregi es, sobre todo, quien ha ido contando a sus cuatro hijos lo que ocurrió. Pero reconoce que enseguida, y le ha pasado con todos ellos, por una especie de mecanismo de defensa, lo iban olvidando.

La furgoneta que conducía el ertzaina Jon Ruiz Sagarna en Errenteria quedó destruida por las llamas. Aygüés

Entre otras cosas saben que aquella tarde su aita se marchó de casa muy pronto, que había 'borroka eguna' en Errenteria y tenía que doblar turno. El joven ertzaina entró a media tarde del viernes a trabajar y ya no volvió. Tiempo atrás ya habían tenido sus sustos, había habido, por lo menos, una emboscada gorda y otro intento fallido. Y ese día antes de marcharse comentó a su mujer: «Yo es que lo veo venir. Algún día vamos a tener un disgusto porque cada vez está todo más virulento». Los dos sabían que ya era algo serio, que no se limitaban a quemar contenedores, sino que «iban a por ellos».

Javier e Iñigo explican en su escrito que con el paso de los años, empezaron a ser conscientes de todo, cada uno a su tiempo y a su edad. «Hay un momento en el que todas esas pequeñas cosas empiezan a encajar y algo hace clic en tu cabeza: ¿Por qué alguien sería capaz de hacer semejante daño a nuestro padre?». La pregunta no tiene respuesta. Es más, los dos reconocen en su reflexión que «echas la mirada atrás y quieres entenderlo, quieres vivirlo, pero hay un punto al que no puedes llegar, es imposible».

Ruiz Sagarna y su mujer han protegido mucho a sus hijos. Hoy, unos más adultos que otros, son conscientes del camino que han transitado sus aitas y comparten y valoran cómo lo han hecho. «Nos han hecho vivirlo de una forma muy natural y positiva, y no hay nada que haya sido capaz de romper esa normalidad y armonía, ni el más pequeño detalle», comparten.

Nunca han visto en sus padres ningún síntoma «de debilidad o resentimiento, ni de querer ahondar en el dolor, más bien todo lo contrario», destacan en su escrito, al tiempo que reconocen con orgullo de hijos que sus aitas «decidieron escoger el camino más difícil y también el más injusto». Reflexionan, además, sobre el sentimiento de odio que nunca ha anidado en sus pensamientos. «Ante una situación así, el instinto más natural es el de responder al odio con más odio, pero de qué servía enfrentarlo con odio si precisamente fue lo que tanto dolor les causó», explican con total convencimiento.

«Unos héroes como padres»

Los dos jóvenes ensalzan las enseñanzas que han recibido en familia. Citan que en numerosas ocasiones su ama les ha comentado que «vivir odiando te consume», que el odio «deshumaniza y destruye a las personas, y no hay nada sobre lo que construir». Tienen claro que ese sentimiento «podría haber derivado en algo negativo y sin embargo se ha transformado en algo positivo».

Con un cariño que traspasa las líneas de su escrito, agradecen «el ejemplo» de sus padres, con el que «hemos podido ver cada día el esfuerzo y la voluntad por querer salir adelante, por mantenerse unidos y criarnos en un ambiente familiar sano y positivo, por afrontar de esta manera una situación tan dura, que supone un vuelco a tu vida y para la que nadie está preparado».

Aseguran, como colofón, que solo les queda agradecerles «la educación que nos han dado». «De hecho, podemos presumir de tener a unos héroes como padres», concluyen.

Jon Ruiz Sagarna lleva 30 años jubilado a la fuerza y ocupa su tiempo con libros de historia, cine, informática... No se aburre. Pasaron muchos años hasta que venció el miedo a salir a la calle. Aún hoy cuando sale por Las Arenas, la gente le mira. Hace cuatro años sus compañeros de la Ertzaintza en la base de Iurreta le hicieron un homenaje sorpresa. Le emocionó que después de 26 años le siguieran recordando con ese cariño y que lo hiciera, además, gente joven que ni tan siquiera ha llegado a vivir esas épocas tan terribles que padeció la Ertzaintza. Aquel día, Iñigo y Javier presenciaron junto a su aita el acto de reconocimiento, acompañados también de su madre y sus hermanas, Ane y Blanca, la segunda y la benjamina de la saga, respectivamente. Fue un momento clave para la familia, sobre todo para los más jóvenes, ya que allí pudieron entender muchas cosas. «Vieron que el aita no solo estaba en casa porque era una persona que se había jubilado, sino que había sido ejemplo de muchas cosas y eso para ellos era un orgullo», rememora Ana Arregi estos días en conversación con este periódico.

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