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En la familia Oleaga Guridi el tiempo se detuvo el 24 de mayo de 2001 cuando ETA asesinó a tiros a Santi Oleaga Elejabarrieta, director financiero de El Diario Vasco. 22 años después, hace algo más de nueve meses, la vida se hizo un hueco en medio del dolor, la irremediable ausencia y los recuerdos imborrables. El pasado 3 de febrero nacía el primer nieto de Santi Oleaga y Amaia Guridi, hijo de Jon y Andrea. Su nombre no podía ser otro que el de su aitona: «Pensamos: 'Vamos a poner otro Santiago Oleaga bueno en el mundo, ya que el otro desapareció lamentablemente mucho antes de lo debido'». Las palabras de Jon Oleaga, visiblemente emocionado cuando habla de su padre, son parte de una conversación con su ama, Amaia Guridi, la primera que mantienen ambos públicamente. A propuesta de este periódico, madre e hijo acuden a la cita en Madrid, la ciudad en la que vive y trabaja Jon desde hace ya bastantes años. No llegan solos, traen al pequeño Santi Oleaga y el encuentro regala momentos de ternura nada habitual en este tipo de entrevistas.
En sus rostros se aprecia de inmediato que el bebé ha llegado como un torrente de vida. «Es una revolución, una inmensa alegría y todo un soplo de vida, de aire fresco, de esperanza...», expresa la amama. «Obviamente, un niño te cambia la vida. Santi, además, es el único nieto y creo que por eso ha sido más impactante para mi madre», comparte Jon.
Ambos saben lo que habría dado el aitona Santi por conocerle. «Hubiese disfrutado mucho. Pero ETA no se lo permitió. Me da mucha pena que no le haya conocido y no haya tenido la oportunidad de disfrutar de su nieto como lo estoy haciendo yo. Tan injustamente, claro», evoca la viuda de Santi, que se pregunta «¿por qué le han tenido que quitar el disfrute de su nieto y tantos disfrutes que se ha perdido? Porque no solo es el nieto, son muchas cosas». Jon recuerda a su madre que siempre les contaba «que el aita quería jubilarse para llevar a sus nietos al colegio todos los días». Con los ojos llenos de lágrimas, Amaia rememora la escena: «Eso me decía: 'Cuando me jubile yo me encargo de los nietos. Me encargaré yo y les llevaré al colegio yo'. Así lo decía... Pues... no ha podido llevar a nadie al cole...».
En la charla relatan cómo surgió la idea de ponerle Santi al niño. Realmente la promotora fue Andrea a raíz de la primera entrevista a Jon Oleaga publicada en este periódico en mayo de 2020. «Andrea y yo llevamos juntos nueve años y, claro, ella no ha vivido la muerte del aita, ni sabe por lo que pasamos. Pero leyó la entrevista en El Diario Vasco y se quedó muy impactada. A partir de ahí decidimos: 'Si tenemos un hijo algún día, queremos que se llame Santi'. Le pregunté a mi madre si le parecía bien y así ha sido».
–Ya se habrán acostumbrado, pero al principio llamarle Santi al pequeño tiene que impactar...
–Amaia Guridi: Al principio fue como un shock, yo me quedé impactada, pero al mismo tiempo era una sensación muy agradable, porque ponerle ese nombre es mantener vivo el recuerdo a su abuelo Santi. (Se emociona). Es algo muy bonito, pero el impacto fue grande para mí. Fue una sorpresa inmensa porque en ningún momento pensé que podía llamarse Santi. Cuando me lo dijo, me dejó como en shock. Luego ya lo vas asimilando y es muy emocionante.
Ninguno de los dos ha pensado todavía cómo le contarán lo que le ocurrió a su aitona. «Cuando tenga uso de razón y nos entienda, se lo contaremos, claro. Porque tiene su nombre y tiene que saber de dónde viene», interviene Jon que, según confiesa, tampoco han pensado los detalles de ese relato. «Falta mucho, mucho tiempo». Amaia tiene claro que lo harán con «mucha naturalidad para que lo entienda bien. Porque tiene que saber la verdad». Coinciden en que «no se tiene que olvidar porque esto es historia. Lo que ha pasado es historia de este país. Y si se estudian otras cosas de historia, esta también se tiene que estudiar. Siempre se dice que el que no conoce su historia está condenado a repetirla, ¿no?».
El relato del que hablan arranca aquella mañana del 24 de mayo de 2001. Hacía un mes que Santi acudía a la Fundación Matia de San Sebastián para realizar ejercicios de rehabilitación por una lesión en el hombro provocada por su afición a la pala. ETA lo sabía y con total impunidad le esperó en la zona de aparcamiento. El etarra Luis Carrasco Aseginolaza aguardó a que Santi se bajara del coche y le acribilló hasta la muerte. Le descerrajó siete tiros por la espalda, mientras otro miembro de la banda terrorista, Ibon Etxezarreta Etxaniz, se escondía en los alrededores del centro sociosanitario para emprender la huida.
Jon Oleaga
Amaia Guridi
A lo largo de los 23 años sin Santi, a su viuda y a sus hijos no les ha quedado más remedio que aprender a vivir sin su marido y aita, y a reinventarse después de un golpe «tan duro y tan cruel». «Lo más difícil es empezar otra vez a respirar y a vivir. Es algo terrible. Las sensaciones y los recuerdos que tengo de un principio son tremendos. No sabía ni para dónde tirar. No sabía qué hacer con mi vida. Porque el hundimiento es de tal calibre que te quedas... paralizada. Me decía a mí misma: '¿Y yo ahora qué hago?'. Luego piensas que tienes dos hijos y que no puedes estar todo el día quejándote. Porque era mi marido, pero era su padre. Y tienes que estar ahí, muchas veces haciendo de tripas corazón y tirando adelante con lo que puedes. Pero los principios son durísimos. La vida te cambia... Tienes que volver a empezar, pero en todo, en todo. Casi te diría hasta respirar... En todo...».
Jon estaba estudiando Empresariales y en aquellos días preparaba sus exámenes. Todavía no sabe de dónde sacó fuerzas para no tirar la toalla. Tenía claro que «el aita no hubiera querido que dejara de ir a los exámenes, para él era muy importante la carrera. Siempre fue muy insistente con los estudios. Pensé que si dejaba de hacer exámenes o me veía obligado a repetir curso le hubiera ofendido muchísimo». Lo que sí tuvo claro desde el principio fue que lo mejor era poner tierra de por medio. Se fue dos veranos de prácticas a Canadá y a Suecia, y se marchó de Erasmus a Holanda. «Al final, cuando pasan estas cosas, yo creo que te vuelves un poco el señalado. Y yo tenía esa sensación. Además, creo que en la sociedad vasca la gente te mira como diciendo 'por qué te ha pasado esto', 'algo habrás hecho'. De alguna manera intentan justificar un poco... El ser humano intenta siempre evitar la arbitrariedad, no quiere que lo que le pasa sea arbitrario, porque si lo es, también te puede pasar a ti». De alguna manera, Jon sentía que «nos estaban juzgando como familia, estaban juzgando a tu padre... Porque si te ha pasado, algo habrás hecho. Y todo eso me parecía un entorno muy tóxico». Reconoce que le dio la vida irse de Erasmus. «Allí nadie te conoce, no te ha pasado nada, nadie tiene ni pena, ni tiene esa especie de sensación de que tú has hecho algo malo y que por eso te ha pasado esto...», rememora. Terminó la carrera en San Sebastián y le salió una oportunidad de empleo en Madrid donde vive «muy contento» desde hace 20 años. Trabaja de profesor del IE Business School y de la Universidad de San Diego, y en ICEX Consultor de empresas.
Jon Oleaga
El hijo mayor de los Oleaga Guridi se reconoce mucho en la figura de su padre. Cree que ha heredado su tenacidad. «El aita siempre que decía que iba a hacer algo, lo hacía. Era un 'si quieres, puedes' y en eso tanto mi hermana como yo somos muy parecidos. No hay un imposible; siempre lo único que hace falta es voluntad. Y eso era mi padre. Era una persona muy trabajadora y todo lo que hacía, lo hacía hasta la extenuación. Yo creo que tengo ese mismo amor al trabajo, esa tenacidad...».
–¿Cómo se recuerdan Amaia y Jon, mutuamente, el día del atentado?
–Jon Oleaga: Yo tengo un recuerdo casi nulo de ese día, como si fuera un zombi. Me acuerdo de que mi padre me ofreció acercarme a la Universidad. Dije que no, porque podía ir caminando. Y ya no me acuerdo de nada más. O sea, prácticamente está en blanco.
–¿No recuerda cómo estaba su madre?
–J. O.: No. Para mí el día está en blanco. Día y semanas en blanco.
–A. G.: Yo recuerdo muy poco también. Creo que cuando yo llegué a casa tú estabas en tu habitación sentado. Así, quieto, parado. Pero es todo tan catastrófico en mi mente, tan terrible, que es muy complicado... Es como una nebulosa.
–¿Cuándo llegan a ser conscientes de que hay que salir adelante y agarrar el toro por los cuernos tras el asesinato de Santi?
–A. G.: Pasa mucho tiempo. Los primeros días yo tengo el recuerdo de que me llevaban... 'Siéntate aquí, ponte allí, vamos a misa...'. A mí me llevaban como un autómata... 'Hay que ir a incinerarle, a no sé qué...'. O sea, los principios eran... Yo no decidía nada, ni pensaba nada porque a mí no me cabía nada en la cabeza. No me cabía ninguna decisión en la cabeza porque estaba paralizada.
–J. O.: En mi caso es muy parecido, es que no me acuerdo de nada. Yo fui a clase, hice exámenes, pero no puedo decir ni lo que hice. Autómata absoluto.
Amaia Guridi
Amaia y su hijo Jon reflexionan sobre la sociedad actual, la que mira al futuro después de trece años del cese de ETA y prefiere olvidar todo lo que pasó. Ella se explica: «Yo hablo de lo que veo en San Sebastián y hay una gran parte de sociedad que opina '¡qué pesados, todo el día están con la misma matraca!', o sea, con esto de las víctimas. Hay mucha gente que prefiere pasar página y cerrar el libro. Yo tampoco quiero estar todo el día en la calle contando lo que me ha pasado, pero lo que sí quiero es que no se olvide y que no se repita nunca, jamás. Nada más. Yo he oído a gente cercana a mí decirme: '¡Ya vale!'».
–¿Ya vale?
–Sí. ¡Ya vale!
–¿De seguir contando su historia?
–Sí. ¡Ya vale! No me lo dicen familiares, pero cuando ha sido el aniversario de Santi, si salgo en el periódico y hay alguna entrevista o hay alguna cosa, algún amigo me ha dicho: '¿No te cansas otra vez con lo mismo? ¿No te parece que ya está bien?'.
–¿Y qué le dice usted?
–Que yo me acuerdo todos los días y que no lo voy a olvidar. Si lo quieres olvidar, pues olvídalo tú. Yo no lo voy a olvidar.
El caso de Jon, en Madrid, es muy diferente. «Yo creo que hay dos maneras de olvidar. Al final nadie quiere recordar ni las sensaciones de hace 30 o 40 años, ni las bombas que ponían o la sensación de inseguridad, nadie se quiere acordar de eso, pero lo que no puedes hacer es olvidar tu historia. Creo que tiene que haber una sociedad que olvide la sensación de inseguridad que teníamos todos, en todos lados, pero que no olvide su historia. Aquí en Madrid la gente de mi entorno siempre me pregunta si vamos a hacer algo en el aniversario, me dicen qué tal estoy y me hacen saber que se acuerdan de mi padre. Yo me siento bastante arropado».
A los autores del asesinato no les gustaría preguntarles nada. «Cero», aseguran ambos. «Cuanto más lejos, mejor», se confirma Amaia en lo que siempre ha defendido. «No quiero preguntarles nada. Porque creo que no hay ninguna respuesta que a mí me alivie, no hay nada. Si busco las posibles respuestas, que me digan: 'Me he equivocado' o 'ha sido un error', mi siguiente pensamiento es: '¿Y...?'. Yo sigo igual aquí sin marido y mis hijos sin padre. ¿Va a ser un alivio para él verme a mí? Yo no le quiero aliviar para nada después de lo que me ha hecho. Tampoco le tengo ningún rencor. Yo paso del asunto».
Jon siempre ha pensado que no necesita el perdón de los asesinos. «Deben perdonarse a sí mismos y vivir con lo que han hecho», aseguró en la entrevista que concedió a este periódico el 23 de mayo de 2020 y no ha cambiado de opinión. «Solo tengo que ignorarles. Lo peor que puedes hacer es darle más poder y energía a una persona que te ha quitado mucho. Yo creo que esa gente, no voy a decir que no existe, pero no está en mi cabeza absolutamente en ningún momento, ni creo que en la de mi madre tampoco. Cero», remarca el hijo de Santi Oleaga.
A la pregunta de cómo se imaginan lo que podría decir El Diario Vasco dentro de 90 años sobre la construcción de la convivencia en Euskadi, coinciden en que ya existe hoy en día. Su deseo es que las portadas de las décadas futuras no hablen de estos temas «porque ya deberían estar muy superados». «Yo veo que la convivencia en San Sebastián ha cambiado radicalmente. Ahora hay una convivencia plena. Creo que todo el mundo habla con todo el mundo. Nadie mira mal a nadie. Creo que eso ya está muy superado. Y en 90 años, si se tiene que mencionar algún aniversario, será como un dato histórico como podemos estar conmemorando el final de la Segunda Guerra Mundial. Un dato histórico más», remarca Jon.
A Amaia Guridi le gustaría que en las portadas de esos periódicos del futuro «no apareciese ni un signo de violencia de ninguna clase. Que lo que hemos sufrido nosotros no se repitiese y que mundialmente no hubiese tanta guerra y tanto sufrimiento»
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