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ANA AIZPIRI
HERMANA DE SEBASTIÁN AIZPIRI
Domingo, 20 de mayo 2018, 16:39
Cada primavera, desde aquel veinticinco de mayo de 1988, al acercarse la fecha, el rastro del dolor se aviva y hay que luchar contra él para seguir viviendo, así lo hacemos mis hermanos y yo, como lo hicieron nuestros padres.
Por aquellas fechas yo era una joven con grandes dosis de ingenuidad respecto a mi entorno, como más tarde me demostrarían los hechos. ETA mataba y lo explicaba con su discurso político, y, en medio del miedo que inspiraba fueron tomando cuerpo de naturaleza comportamientos ciertamente perversos. Una pauta social convenida era no decir nunca en un corrillo que estabas contra esa organización o contra lo que hacía; eso se podía hacer en el extranjero donde, si decías ser del País Vasco, inmediatamente te caía la pregunta sobre ello y podías decir que no te gustaba, que era una sinrazón o que no conducía a nada. Pero aquí, en nuestra bella y atormentada tierra, imperaba la 'omertá', el silencio impuesto por los mafiosos.
Mi hermano Sebastián trabajaba a destajo entre su carnicería en Elgoibar y su restaurante en Eibar. Imparable, incansable, confiado en que a base de trabajo puedes llegar a donde quieras. Inasequible al desaliento, como eran antes los baserritarras. Lan ta lan.
Pero debía haber gente que lo quería mal, muy mal. Gente, no tan ocupada como él y con la maldad suficiente para fabricar mentiras. Meses antes de aquel mayo del 88, desde sectores próximos a la izquierda abertzale lanzaron una campaña de infundios contra Sebastián. Un conocido que frecuentaba el restaurante le confió que en una reunión de Herri Batasuna en Eibar ¡habían estado hablando de él! Maldiciendo.
Los bulos que le involucraban en actividades ilícitas fueron lanzados y muchos los compraron por envidia, por debilidad mental, o por miedo a no contradecir a ese sector social cercano a la banda que, por entonces, imponía; además, y era lo que más miedo daba, eran los que hacían el trabajo de campo necesario para las actuaciones de la banda, es decir, vigilaban, señalaban, desacreditaban a los posibles objetivos, daban alojamiento a los militantes armados...
A Sebastián, tal vez le señaló uno de esos 'civiles' de la banda, o ¿vino la orden desde arriba, o sea, desde 'el otro lado'? Lo cierto es que los etarras habían incluido su nombre en una larga lista de empresarios y comerciantes extorsionados.
Por un lado mentiras, y por otro extorsión. ¡Qué tortura!
Pese a que a Sebastián, dadas las amenazas, le informaron para que tomase medidas de autoprotección, él no cambió sus hábitos. De lunes a sábado, con su trajín de Eibar a Elgoibar y vuelta a Eibar, de un negocio a otro, y quizás, hasta pensando en alguno más; y los domingos en el restaurante.
Los bulos no remitían y condicionaban las actitudes y el comportamiento de cada vez más gente que hasta entonces había tratado con él.
El hecho de que gente que siempre le había saludado normalmente mirara a otro lado debió resultarle penoso. ¿Pero, qué he hecho yo? debió de preguntarse él.
Ingenuamente, pidió amparo a los ayuntamientos de Eibar y Elgoibar. Respondieron con notas en las que pedían a la gente que no diese pábulo a los rumores, totalmente infundados, ya que las actividades de Sebastián eran totalmente limpias. Quienes no eran limpios eran los que pedían el infame ' impuesto revolucionario' que Sebastián debió considerar inadmisible.
Él siguió trabajando, lo que sabía hacer, y sufriendo el acoso: mucha gente dejó de entrar en su carnicería y en su restaurante. Debió ser muy duro ver cómo le daban la espalda, comprobar que la gente se tragaba los rumores aunque éstos no aguantasen el contraste con la realidad. Claro que quienes lanzaron las mentiras pretendían crear 'su' realidad, hecha a su medida, una especie de red de amortiguación para cuando los militares de la banda ejecutaran su máxima acción, su 'ekintza'.
Yo no era consciente de hasta dónde podía llegar ETA, ni de lejos fui capaz de intuir que, tras los infundios, había un plan para matar a mi hermano. ¡Pero lo había! Jóvenes militantes etarras de San Sebastián se desplazaron a la villa armera para apretar el gatillo. Disparar. Por la espalda. A un hombre que no conocían. Bueno, sí, lo conocían de los rumores y las informaciones falsas que manejaban. ¡Qué crimen tan fácil de realizar! ¡Qué cobardes!
Para mí fue un shock. Absurdo. ¿Que habían matado a mi hermano? La pesadilla tenía un post: el comunicado de la banda, lleno de mentiras de troquel, algunas calcadas de comunicados de otros crímenes, y luego las ruedas de prensa de su brazo político en las que vomitaron unas cuantas frases cínicas. Muchas mentiras. Los días posteriores, un par de letrados que militaban en HB, defendieron el asesinato de mi hermano abiertamente en emisoras de radio, en prensa, en sus actos políticos. La apología del terrorismo era gratis en aquellos años.
Pero el horror no terminaría ahí.
La banda golpeó a los pocos días en Elgoibar, asesinando a Patxi Zabaleta, otro hombre honesto y limpio, al que también fue muy fácil matar.
A mí se me abrieron los ojos, definitivamente, en torno a la naturaleza de la peligrosa hidra que vivía entre nosotros, alimentando creencias fanáticas y comportamientos perversos que creaban un clima social propicio a la aceptación de sus crímenes.
Pasados treinta años me sorprende que pese al clima social de sumisión y seguidismo que la banda había logrado instalar en la sociedad vasca, días después de aquellos dos crímenes de la primavera del 88, se celebrara una multitudinaria manifestación en Elgoibar con un lema inédito hasta entonces: 'Euskadi ETAren aurka' (Euskadi contra ETA). Los miles de ciudadanos que la secundaron tuvieron valor, fuerza moral y capacidad de discernimiento para no dejarse engañar y mostrar su rechazo contra tanta maldad.
Aquella reacción contra la banda, de la que yo misma fui parte activa, fue un balón de oxígeno, un halo de esperanza de que, un día no muy lejano, nos liberaríamos de la barbarie de ETA y de la miseria moral que había generado. Sin embargo, aquello fue una semilla que no germinaría hasta el verano de 1997.
¡Lo último que yo creía entonces es que la pesadilla fuese a continuar tantos años! ¡Cuánta sangre vertida, cuántas vidas rotas! Para nada.
Hoy ya no me queda nada de ingenuidad; sé que en el trasiego político puede ocurrir de todo, pero espero que el lehendakari y el Gobierno Vasco, que son de todos, no se dejen llevar por intereses partidistas y que no propicien un discurso político sobre el último medio siglo -el relato de marras- en el que la banda sea vista como pacificadora, sus presos como víctimas, y los cientos de personas que entre ambos, banda y militantes, se llevaron por delante, como un mero accidente de la historia.
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