Más que mero interés electoral
Análisis ·
En el ambiente de provisionalidad electoral que está creándose, los gestos que ha comenzado a hacer la izquierda abertzale son los de mayor relevancia políticaAnálisis ·
En el ambiente de provisionalidad electoral que está creándose, los gestos que ha comenzado a hacer la izquierda abertzale son los de mayor relevancia políticaEn este país, cuando no hay elecciones, hacemos como si las hubiera. Creemos que, en el período comprendido entre elección y elección, no se hace política de verdad, sino que ésta necesita, para ser genuina, de esa especial excitación que se deja sentir en las ... campañas. Al poco de abrirse una nueva legislatura, partidos y medios se sienten, como caballos en los cajones de salida, impacientes por lanzarse a la siguiente carrera. La política que se hace desde los gobiernos mira cada vez menos al largo plazo, absorta como está en el efecto electoral que sus acciones puedan causar en el inmediato. La oposición, de su lado, en lugar de aprovechar el lapso de tranquilidad interelectoral para fortalecer el partido, anudar lazos con la ciudadanía y articular mejores programas de futuro, vive obsesionada con tumbar a las primeras de cambio al recién nacido Ejecutivo. Apenas formado un Gobierno, agentes políticos y mediáticos se empeñan en medir la relevancia de los hechos por su posible impacto en las futuras elecciones. La encuesta es el acto político por excelencia. Al margen de ella, todo tiene relevancia accidental.
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Ocurre así que, cuando ni siquiera hemos llegado a la mitad de la legislatura, los cálculos electorales comienzan a multiplicarse en los medios y acaparan la atención de las direcciones de los partidos. Los comicios a la Comunidad de Madrid del pasado 4 de mayo fueron, en este sentido, por sus contundentes resultados, el pistoletazo de salida. Se leyeron en términos de primarias de las próximas generales, y la lucha interna por el liderazgo que desataron en el partido ganador sólo hizo acentuar esa lectura. A hacer más denso el clima preelectoral han contribuido las recientes crisis que han asomado, tras sus tropiezos con sus respectivos presupuestos, en los gobiernos de la Generalitat de Cataluña y la Comunidad de Andalucía. La política entera ha adquirido así un aire de provisionalidad a la espera de resolverse en nuevos comicios. Nada hay que no se lea en clave electoral.
No merece la pena insistir, por obvio, en el comportamiento del principal partido de la oposición. Desde que se aventuró a calificar de ilegítimo al actual Gobierno, no ha seguido otra política que la de maquinar estérilmente para derrocarlo. Tampoco requiere especial atención el del principal partido del Gobierno, cuyo presidente parece haber optado por el anuncio semanal de una buena nueva y el reparto de los correspondientes puñaditos de euros que dejan en el ambiente un indisimulado tufillo electoral. Ambos se encuentran tan acosados por sus propios aliados a izquierda o derecha, que es sólo comprensible, y hasta perdonable, que dediquen lo mejor de sí mismos a no dejarse sobrepasar por el empuje amigo.
Más digna de análisis es la estrategia que están practicando otras dos fuerzas que, pese a su menor tamaño, tienen capacidad de trastocar el tablero político. Tanto la plataforma que pergeña la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, como la ciaboga que está iniciando Bildu han dejado de ser asuntos de interés particular para hacerse cuestiones de relevancia general, la primera en el ámbito estatal y la segunda, sobre todo, en el vasco. Cualquiera que sea el éxito de ambas, su efecto inmediato ha sido ya el de crear nerviosismo en sus más cercanos y sensación de estado preelectoral en todo el espectro político. De ahora a las próximas elecciones, no harán sino llamar más y más la atención de la opinión pública y propiciar un ambiente de alta toxicidad que la distraerá de otras cuestiones más relevantes que tiene planteadas la política.
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De los dos, el movimiento de la izquierda abertzale reviste mayor trascendencia. Más allá de su impacto electoral, que sin duda persigue, podría ser -y ojalá lo fuera- el cierre definitivo de un ciclo que, abierto en el franquismo, sobrepasó la Transición y no ha logrado clausurarse tras cuatro décadas de democracia. Y, si a esa izquierda ha de exigírsele sinceridad y valentía, sin caer en los usuales trucos y engaños, de los demás ha de esperarse cautela, altura de miras y exigencia no condescendiente. Sobrarían, por ello, de este lado, tanto una cerrazón intransigente como precipitación y buenismo. En cuanto a la izquierda abertzale, los términos del tránsito que aún le queda por recorrer hasta la plena normalización están claramente señalados. Sería imperdonable, a estas alturas, que una u otra parte los tomara o dejara, por conveniencia, a beneficio de inventario.
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