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Estoy bastante de acuerdo con el análisis que hizo ayer el lehendakari sobre la situación económica del País Vasco. Me ocurre con frecuencia. Primero se congratuló con el ritmo de crecimiento de la economía vasca y con la solidez de las cuentas públicas. En lo ... segundo tiene más responsabilidad y mérito que en lo primero. Todo ello es bien cierto, aunque debemos recordar que cosas así decían los amigos de Noé cundo empezó a llover: «Bah, son solo dos gotas». Era cierto, pero eran las primeras de un diluvio que todavía se recuerda.
Hizo bien en no acomodarse mucho tiempo en la complacencia, pues inmediatamente después aseguró que las incertidumbres son de tal calibre que «el mundo está entre hilvanes y estamos en alerta máxima». Una postura prudente que ojalá fuese más compartida. Las previsiones que hizo sobre el próximo futuro están en línea con las realizadas por las instituciones más serias, pero llevo un tiempo que no me creo ni una. Nadie es capaz de prever los precios del petróleo; los tipos de cambio del dólar y el yuan; el modo final y las consecuencias del Brexit; ni qué hará Trump con sus aranceles en un año preelectoral; ni que pasará con las medidas de apoyo fiscal que deben acompañar la utilización masiva del arsenal monetario.
¿Cómo atreverse a prever el futuro cuando la OCDE avisa que la inversión va a bajar un 9% en todo el mundo en el próximo año y lo va a hacer en un entorno de financiación gratis para la deuda de los Estados y mínima para las empresas? Si nadie invierte en estas condiciones, ¿qué condiciones deberíamos disponer para que algún desaprensivo se animara a invertir? Mejor ni pensarlo.
Pero también es cierto que la evolución de las finanzas públicas vascas durante los mandatos de Urkullu permiten ver las cosas con un talante mejor. Haber mantenido la prudencia del gasto en los años locos del pasado, nos permitirá gastar más en los años duros del futuro. Así como otros, bien cercanos, llevan en el pecado de la desaprensión la penitencia de la austeridad forzosa; nosotros podremos disfrutar del apoyo y la ayuda que la virtud de la austeridad concede.
También me gustó la postura de Idoia Mendia, cuando advirtió que «no vamos a subirnos a un tren que se lleve por el barranco lo logrado con el Estatuto», lo que constituye todo un ejercicio de sentido común. Basta con mirar hacia el este para comprobar que sucede cuando los arrebatos infantiles apagan la prudencia de la madurez.
Y, por último, me sorprendió el pesimismo de Alfonso Alonso cuando descubrió que «mi fatalismo ya no tiene marcha atrás», lo que parece demostrar lo difícil que le va resultar encontrar su nuevo espacio entre la dureza madrileña de Álvarez de Toledo y la moderación vitoriana de Urkullu. Los demás bien, a lo suyo, con normalidad.
En resumen, hemos entrado «en los minutos de la basura» de esta legislatura, que huye a pasos agigantados.
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