Navarra como presagio
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Las airadas reacciones frente a los acuerdos en Navarra son una prueba más de que, entre vetos y cordones sanitarios, la política está haciéndose inviableEl acuerdo al que se ha llegado para constituir la Mesa del Parlamento navarro ha desatado las iras de los partidos de la derecha y de sus afines mediáticos. La razón es la incorporación de EH Bildu a una de sus secretarías con la aquiescencia ... del Partido Socialista de Navarra. Los calificativos usados para descalificarla han sido de los más severos que pueden encontrarse en el diccionario. Sirvan de muestra los de «infamia» y «vergüenza» que Cs empleó, por boca de Inés Arrimadas, una vez concluido el Pleno. Pero lo peor es que, además de muestra, son también presagio de la actitud hostil que los citados partidos se disponen a mantener, no ya frente al probable Gobierno navarro que el PSN forme con Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra, sino contra el que logre armar Pedro Sánchez en Madrid a lo largo de toda su andadura.
Navarra no es, en efecto, una comunidad cualquiera. Nada parecido se ha dicho, por ejemplo, tras la incorporación de un partido calificado de eco-independentista (¡!) al Gobierno balear. Además de su propia relevancia cualitativa como comunidad foral y de su relación con el País Vasco, tan natural siempre y tan cuestionada ahora, Navarra es, una vez más, el reflejo anticipado de lo que se teme que ocurra en la formación del Gobierno central. Una vez más, digo, porque aparecen de nuevo los fantasmas de 2007, cuando un PSOE traumatizado por el fracaso de sus negociaciones con ETA y la ruptura de la tregua frenó el intento de sus correligionarios navarros de cerrar acuerdos con el partido abertzale. Nada importa que el tiempo no pase en vano y las circunstancias sean hoy radicalmente distintas. Se trata de obstaculizar la búsqueda de los únicos apoyos en los que esos partidos tan críticos han abocado al candidato Sánchez a apoyarse para su investidura.
Vista desde nuestra comunidad vasca, la airada reacción que el acuerdo navarro ha provocado resulta a todas luces exagerada. Desde el cese definitivo de la actividad terrorista de ETA y su disolución, EH Bildu comenzó a formar parte ineludible de nuestra realidad institucional. No quiere eso decir, por supuesto, que se haya convertido en un partido «normal». Sigue lastrado por un pasado cuya ilegitimidad e injusticia algunos de sus integrantes aún no han reconocido, y encuentra dificultades para entablar relaciones políticas normalizadas por no satisfacer algunas básicas exigencias que la convivencia democrática impone. Es un lastre que entorpece, pero no impide la práctica política e institucional. No ocurre lo mismo en el Estado. Y no por motivos de exquisitez democrática, sino por intereses de partido y animadversiones personales. El caso es que, de no detenerse la deriva, la política podría llegar a ser una actividad inviable. Por seguir con el ejemplo citado de Cs, el ámbito en que puede ejercitarse se ha achicado tanto que no cabe ya una práctica normal. ERC y PDeCAT son tabú por independentistas. EH Bildu, por filoterrorista. En Comù y Unidas Podemos por populistas y antisistema. Vox, por fascista, aunque con el privilegio, que no se otorga a los demás, de permitirle relaciones por partido interpuesto. El PNV, por su parte, además de por insolidario, por sospechoso de separatismo. Y, finalmente, el PSOE, tanto el sanchista como el no sanchista, se ha contaminado tanto por su trato con algunos de los citados que se ha situado fuera del espacio constitucional. Sólo queda a salvo el PP. De momento. El descrito es el caso extremo de Cs. Pero también otros basaron su campaña y su victoria en el miedo a la derecha «trifachita». «El trío de Colón» en bloque. ¡Como para pedirles ahora sopitas con vistas a la investidura! Cada uno lo afronta a su modo, pero el problema común es que todos se sienten legitimados, según su respectiva posición ideológica, a dictar normas de inclusión y exclusión del sistema. Y, así, el trato con uno o con otro resulta, según el punto de vista, anatema.
El problema es complejo y no admite soluciones simples y, menos, simplistas. Pero una cosa es clara. El abigarrado abanico que vemos en el Parlamento es reflejo, más que de la pluralidad, de la disgregación que la propia política ha contribuido a crear en la sociedad. Reflejo, por tanto, de un fracaso más que de un éxito. Toca ahora a esa política resolverlo con acercamientos que eviten una polarización que haga del rival enemigo irreconciliable. Y, para ello, Navarra podría ser, más que presagio, ejemplo.
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