Más que números
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Frustración, de un lado, y alivio, de otro, serán los sentimientos que en PNV y EH Bildu habrá generado el fracaso de la negociación presupuestariaEl intento de negociación de los Presupuestos entre el Gobierno y EH Bildu ha resultado fallido. La reacción de las partes, sobre todo la de la gubernamental, ha sido dura y, en algunos términos, destemplada. El consejero de Hacienda ha llegado a decir que nunca ... en su vida profesional se había sentido tan decepcionado. Da, por tanto, la impresión de que se lo había tomado muy en serio, y que el mal producido por el fracaso ha sido de envergadura. Y es que, desde el punto de vista de Hacienda, por muchos parches que quieran ponérsele a un Presupuesto prorrogado, siempre quedan limitaciones insuperables. Peor aún: a escasos dos años para el fin de la legislatura, el futuro que este fracaso le augura al Gobierno puede ser preocupante. El escaño que le falta hasta la mayoría absoluta va a dejarse sentir como una losa en este larguísimo período preelectoral que ya ha comenzado. A buen seguro, la oposición en bloque se encargará de ello.
Sin embargo, en una negociación de Presupuestos se dirime mucho más que números, por importantes que éstos sean. De hecho, la diferencia en los números no explica el desencuentro. Y es que, en lo que a las Cuentas se refiere, los acuerdos no son coyunturales. Indican cierta coincidencia de proyecto. En el caso presente, de manera especial. Desde que se fraguó el pacto entre el PNV y EH Bildu sobre la actualización del autogobierno y ambos partidos votaron al alimón aquella desabrida proposición en el cuadragésimo aniversario de la Constitución, todo hacía prever que la entente entre las dos fuerzas iría consolidándose en sucesivos acuerdos. El de Presupuestos podría haber sido un relevante hito en el camino. No lo ha sido, y el fracaso invita a especular sobre el motivo.
Quizá sea pertinente señalar, como primer dato, que las partes contratantes no eran las mismas en este caso y en los anteriormente citados. Ahora, el Gobierno había tomado el lugar del partido o, por mejor decir, de su grupo parlamentario. Y, vistas las reticencias que en aquellos dos anteriores acuerdos había mostrado la representación nacionalista del Ejecutivo y, sobre todo, su lehendakari, no sería de extrañar que la decepción del consejero de Hacienda se hubiera visto acompañada de un sentimiento de alivio que ayudaría a sobreponerse a la incomodidad de la prórroga presupuestaria.
Quizá resulte más provechoso, de cara al futuro, pasar por las estrecheces que implica la minoría parlamentaria que acercarse a las elecciones uncidos por una alianza que prefiguraría en exceso la que podría darse después de que aquellas se celebraran. Por si acaso, ya habían adelantado que el fracaso no sería una tragedia irremediable. Quién sabe si ahora, una vez producido, se considera hasta rentable. No es buena recomendación presentarse ante el electorado de la mano de compañías que éste no ve con buenos ojos. No hay mal que por bien no venga, y bienvenido sea incluso el fracaso presupuestario.
EH Bildu, de su lado, tampoco las tendría todas consigo. En su caso, la rémora del pasado tiraba más que la expectativa de futuro. Con aquellos dos acuerdos sobre el autogobierno y la Constitución había ya colmado su cupo de acercamiento al eterno enemigo. No era cuestión de forzar la máquina. Y un acuerdo presupuestario, en el que, más que soflamas soberanistas sin visos de llevarse a la práctica, se dirimen cuestiones que tienen que ver con el día a día y definen las posturas tradicionales de derecha e izquierda, habría forzado en exceso una maquinaria que sufre ya, por su propia heterogeneidad interna, tensiones más que suficientes. Mejor, pues, utilizar el desacuerdo para cargar culpas sobre el contrario que tener que explicar un acuerdo que suscita más dudas que certezas entre los propios adeptos.
En cualquier caso, se abre en Euskadi un período de incertidumbre que, aun no siendo comparable con el general del Estado, perturbará la calma en que tan a gusto vivíamos. Las cosas no volverán a ser como en los años más recientes han sido. Muy breve ha sido la tregua. Es, en efecto, previsible que la extrema fragmentación se haga también presente en nuestro Parlamento y trastoque los parámetros de ese cómodo «ir tirando» con que tan bien nos hemos arreglado hasta ahora, a pesar de que venía ya mostrando claros síntomas de cansancio.
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