José María Ryan y Ángel Pascual trabajaron juntos en Lemoiz. FOTOS ÁLBUM FAMILIAR
Iñigo Pascual, hijo del ingeniero jefe de Lemoiz asesinado por ETA

«Nunca olvidaré la imagen de mi padre apoyado en mi hombro tras recibir 25 balas»

El hijo de Ángel Pascual, ingeniero jefe de Lemoiz, trató de protegerle con su carpeta de clase cuando le acribillaban en su coche, el 5 de mayo de hace 40 años

A. González Egaña

San Sebastián

Domingo, 1 de mayo 2022

La mañana del 5 de mayo de 1982, el ingeniero jefe, director del proyecto de la central nuclear de Lemoiz, Ángel Pascual, de 44 años, y su hijo Iñigo, de 17, salieron juntos en coche y a 800 metros de su casa, en el barrio bilbaíno de Begoña, un Seat 131 les bloqueó el paso. Del vehículo se bajaron dos terroristas de ETA, y otro más, con gafas, traje y corbata que disimulaba en una esquina leyendo el periódico, se sumó a la emboscada. Sacaron sus armas automáticas y vaciaron sus cargadores sobre Ángel Pascual. No había escapatoria, uno disparó desde la parte trasera, otro por la ventanilla del conductor y un tercero a través del parabrisas delantero. «Me quedé helado. Ocurrió en treinta segundos. Cuando reaccioné le puse la carpeta del colegio delante de la pistola del que estaba matándole desde la ventanilla, grité para que se fueran, les insulté... A mí me hirieron en una mano, pero a mi padre le asesinaron en el acto acribillado por 25 tiros», relata Iñigo Pascual, el mayor de cuatro hermanos, desde su casa en Sartaguda, pueblo navarro del que procede su familia y que su padre eligió «como refugio» en tiempos en que Euskadi vivía los años de plomo. El jueves se cumplirán 40 años del asesinato. No hay pistas de los autores, el atentado es uno de tantos crímenes de ETA sin resolver.

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A las ocho menos cinco de aquella mañana, la calle estaba vacía y la escolta de Pascual llegó demasiado tarde, justo cuando los terroristas escapaban a toda velocidad. «De lo que ocurrió fuera del coche no tengo casi recuerdos, mi cabeza se centra solo en mi pobre padre asesinado a mi lado. No tuve tiempo de despedirme de él en vida. Solo pude abrazarle y decirle lo mucho que le quería y lo buen padre que había sido», evoca.

El ingeniero, directivo de Iberduero, llegó a recibir hasta tres cartas de ETA. La última se la mostró a su hijo. «Un día me llamó a su habitación y me dijo: 'Te tengo que enseñar una cosa'. Sacó una carta del armario y me la dio a leer. Le decían que si no dejaba el trabajo y no se cerraba la central, lo matarían. Como estaba el precedente de su amigo José María Ryan no teníamos muchas dudas de que la amenaza se podía cumplir», rememora. Ángel preguntó a su hijo: «¿Tú qué harías?». No dudó en instarle a que dejase el proyecto de la central «inmediatamente», pero le explicó que no podía ser porque «creía firmemente en lo que hacía» y porque le había costado mucho «llegar hasta donde estaba».

Ángel había nacido en Mâcon, Francia, en el seno de una familia humilde. Su padre era miembro de las filas republicanas y se tuvo que exiliar. Cuando pudieron regresar no lo tuvieron fácil. El joven Ángel estudiaba y trabajaba con 14 años. Hizo Perito Mercantil y la carrera de Ingeniería Industrial Eléctrica, que terminó cuando ya estaba casado y era padre de familia.

Confesión

«La Policía me dijo que me salvé de milagro. Hubiera preferido que me mataran a mí y no a mi padre. Siempre lo he pensado»

iñigo pascual

Meses antes del atentado Ángel confió una tarea a su hijo: que si le pasaba algo se ocupara de la familia. «Un peso que he llevado siempre encima», reconoce. Por eso, el día del asesinato lo primero que se le pasó por la cabeza fue que su madre no se podía enterar por otra persona y corrió a casa a darle la fatal noticia. Iñigo llamó a la puerta, abrió su madre y nada más verle solo y sangrando de una mano supo que había ocurrido lo peor. «Me dijo: 'Le han matado, ¿verdad?'», se emociona.

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Una bala le hirió en dos dedos

La Policía le aseguró a Iñigo Pascual que era un milagro que no estuviese muerto junto a su padre porque los ángulos que barrían las balas apenas dejaban un hueco muy pequeño. «Lo cierto es que hubiera preferido que me mataran a mí y no a mi padre. Lo pensé durante años y lo sigo pensando», confiesa. Pese al disparo que le atravesó dos dedos cuando sujetaba la carpeta para tratar de parar las balas de ETA, pudo conservar la movilidad completa en la mano izquierda. «Tengo un pequeño hueso reventado en el dedo índice y en el pulgar quedó el agujero de entrada y salida de la bala», describe. Iñigo le quita importancia a esa huella física del atentado porque «la imagen que veo más a menudo en mi memoria, y más aún cada 5 de mayo desde hace 40 años, es la cabeza de mi padre apoyada contra mi hombro dentro del Renault 18 tras recibir 25 balas. Eso es lo que más me cuesta todavía hoy...».

El hijo del ingeniero recuerda la tensión de los meses previos al atentado. «Mi padre estaba muy nervioso e irritable, pero empezaba a percibir que la situación podía solucionarse desde el punto de vista político. Confiaba en un cambio de actitud del PNV en torno a la energía nuclear que podía reconducir el ambiente», repasa. Faltaba poco para terminar la central, estaban a meses de «las pruebas en carga del generador». Nunca se puso en funcionamiento. En octubre de 1982, el PSOE ganó las elecciones y el proyecto de Lemoiz quedó paralizado. El primer recuerdo de Iñigo sobre el horror de ETA en la central es la bomba que asesinó a un trabajador de una subcontrata de Iberduero. Luego secuestraron y mataron a Ryan, a quien Ángel sustituyó. «Era nuestro amigo, estaba muy vinculado a la familia y venía a visitarnos muy a menudo. Fue durísimo todo», repasa.

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En el colegio

«Un compañero me dijo a los pocos días del atentado que lamentaba mucho la muerte de mi padre, pero que era un mal necesario»

iñigo pascual

Hasta hace pocos años Iñigo Pascual era incapaz de compartir los recuerdos sobre el atentado que destrozó su vida, la de su madre, Pilar, y la de sus tres hermanas, Virginia, Cristina y María. «Mi madre se pasaba las noches llorando sentada al lado de mi cama y preguntándome por qué había ocurrido. Una de mis hermanas sufrió una pérdida de peso hasta casi perder la vida... Fue tremendo». Iñigo llegó a tocar fondo con un intento de acabar con su vida. Pudo tener ayuda psicológica y salió adelante. Siempre contó con la familia y los amigos. «Salvo una excepción. Un compañero de clase me dijo tras el atentado que lamentaba mucho la muerte de mi padre, pero que era un mal necesario», cita.

Iñigo Pascual, miembro de Covite y de Anvite, forma parte hoy del grupo de víctimas que comparte su testimonio de manera pública en las aulas. Hace no mucho invitó a su hija a acompañarle a una sesión en la Universidad Pública de Navarra. «Fue muy emocionante. Los estudiantes escucharon en un silencio respetuosísimo. Yo siempre pensaba que podía ayudar a los jóvenes con una pequeña historia de superación, pero es al revés, son ellos los que me ayudan a mí. Sin duda», comparte.

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