– El primer recuerdo de su padre que le viene a la cabeza...
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– Su sentido del humor. Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños vivíamos en el Sáhara. En verano veníamos a Bilbao y nos llevaba de excursión. Veíamos monumentos, iglesias... Siempre le decíamos: ¡ ... Qué rollo! Entonces él nos contaba historias de momias y otras tonterías. Cuando más alucinados estábamos cogía y nos saltaba: ¡Es mentira! Era muy culto y muy divertido.
Hoy hace 35 años que ETA arrebató la vida al padre de Teresa Díaz Bada. Aquel 7 de marzo de 1985 Carlos Díaz Arcocha, superintendente de la Ertzaintza y teniente coronel del Ejército, se detuvo a tomar un café en el bar de la gasolinera de Elorriaga, a las afueras de Vitoria y muy cerca de la Academia de Arkaute. Fueron diez minutos. Suficientes para que los terroristas colocaran una bomba en los bajos de su vehículo, un Ford Escort sin distintivos. No eran aún las diez de la mañana cuando Díaz Arcocha se dispuso a arrancar su vehículo. El explosivo levantó el coche y le dejó herido de gravedad. Los primeros en atenderlo fueron varios policías autonómicos que se encontraban en ese momento en la gasolinera. Falleció en el hospital Santiago Apóstol. Fue el primer ertzaina asesinado por ETA. Después lo serían otros quince compañeros.
Llamada a la Madre
Díaz Arcocha conoció a la que sería su esposa, María Dolores, en Toledo. Él estudiaba Infantería. El padre de ella, también militar, estaba allí destinado. Se casaron y tuvieron cinco hijos, dos chicas y tres chicos. Teresa fue la segunda en nacer. La víctima pasó por las unidades de Montaña de Jaca y estuvo en el Sáhara como capitán de la Legión durante once años. «Un día llegó a casa con un tobillo roto porque durante unas prácticas de paracaidismo cayó sobre una mezquita», comparte Teresa. Fue en 1975 cuando solicitó el traslado a Euskadi. En concreto, a San Sebastián. «Los lazos eran muy fuertes», afirma Díaz Bada, que aún recuerda pasearse por El Aaiún –estuvo allí desde los cuatro hasta los quince años– con «una camiseta de Euskal Herria».
De familia carlista, «pero no integrista», como él mismo decía, Díaz Arcocha siempre se sintió «tanto vasco como español». Pasó por el acuartelamiento de Loyola, hasta que en 1981 el destino le llevó a estar al frente de la gestación de la que sería la Policía vasca. «El Gobierno central obligaba a que este puesto lo ocupara alguien con rango militar y él se postuló. Le hacía especial ilusión crear una Ertzaintza del pueblo para el pueblo. La Policía no estaba bien vista porque la imagen que se tenía era la de los grises y él quería cambiar eso», explica Teresa. Uno de los hijos de la víctima, también de nombre Carlos, y su nieta Leyre, a la que nunca conoció, siguieron sus pasos y forman parte a día de hoy de la plantilla de la Ertzaintza. «Tenemos un vínculo sentimental», reconoce.
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El día del Atentado
Díaz Arcocha era un «lector infatigable», amante de la música clásica y del cine, pero también sentía debilidad culinaria por lo que él bautizó como 'las variantes'. O lo que es lo mismo, las banderillas. «Llegaba a casa y se ponía unas cuantas en un plato junto a una cerveza. Enseguida íbamos los cinco y le dejábamos sin ninguna», sonríe Teresa.
De la noche a la mañana pasaron del desierto «a la lluvia y el frío» de San Sebastián. «Al ruido de ambulancias, de sirenas de policía, de manifestaciones... Y de atentados», evoca Teresa. Pero también a vivir bajo el yugo de ETA. Carlos Díaz Arcocha estuvo amenazado desde que puso un pie en Euskadi. «Recuerdo que un día llegaron varios policías secretas a casa y le dijeron: 'Coge unas cosas y vamos'. Y mis padres se fueron unos días. Por entonces teníamos un perro y después supimos que la banda tenía fotografías suyas paseándolo por la calle», revela Díaz Bada. No sería la única vez.
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En otra ocasión, durante una escapada a Hendaia, «estábamos paseando cerca de la playa y de repente dijo que nos volvíamos a casa. No entendíamos nada –asegura–. Luego es cuando te enteras de que se había dado cuenta de que nos estaban siguiendo». «Pasamos tanto miedo; mi madre pasó tanto miedo...». Nunca cedieron a la presión. «Aunque he sido amenazado, sigo aquí», proclamó Carlos Díaz Arcocha en su toma de posesión como superintendente de la Ertzaintza.
Teresa tenía 24 años cuando ETA asesinó a su padre. Sus hermanos, entre 16 y 25. Psicóloga de profesión, trabajaba en un despacho y en un colegio de Pasaia. A Carlos Díaz Arcocha le mataron sobre las 9.30 de la mañana, pero ella no supo nada hasta que sobre la una de la tarde fue a comer al domicilio familiar. Vio a su hermano Luis «sentado en un sillón completamente abatido». «¿Qué ha pasado?», preguntó. «Me lo imaginé... Es como si de repente todo te encajara en la cabeza», reconoce. En ese mismo momento, un periodista llamó por teléfono a casa. Respondió ella:
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– ¿Es la casa de Díaz Arcocha?
– Sí, soy su hija.
– ¿Cuántos años tienes?
– 24
– ¿Te has enterado de lo que le ha pasado a tu padre?
– No, no sé nada. Acabo de llegar a casa.
– Le han puesto una bomba y ha fallecido.
«Le dije que colgaba y acto seguido llamó mi cuñado. Nos comentó que había sido un atentado y que un coche iba a ir a buscarnos», relata. Les llevaron a Arkaute, donde se reunieron con su madre y el resto de familiares. También con su abuela paterna. Poco después de que se cometiera el crimen, una mujer llamó al domicilio de la madre de la víctima. «¿Tienes un hijo soldado en Vitoria?», le preguntó. Ella aclaró que soldado no, pero sí militar. «Pues acabamos de matarlo», le espetó.
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La decisión de Carlos Díaz Arcocha de ponerse al frente de la creación de la Ertzaintza estuvo rodeada de «incomprensión, por parte de unos y de otros». «Sus compañeros militares le vieron como a un traidor, porque se creían que iba a montar una especie de policía separatista. Aquello lo vivió con tanta tristeza... Y el Gobierno Vasco, en manos del PNV, no le veía como 'uno de los nuestros'», reprocha Teresa.
Aquella tensión se trasladó a la capilla ardiente y al funeral. La viuda y la madre de la víctima pidieron que sobre el ataúd se colocaran tanto la ikurriña como la bandera española. «Pero Luis María Retolaza –entonces consejero vasco de Interior– se negó. No hizo caso a los deseos de la familia», critica Díaz Bada. Aquello provocó que los militares no acudieran al sepelio. Los del acuartelamiento de Loyola nos dijeron que lo tenían prohibido y mira que estuvimos tiempo viviendo allí... Mis padres iban a todos los funerales en el Hospital Militar en una época en la que solo se presentaban cuatro personas y el coche fúnebre salía por la puerta de atrás. Sus compañeros fueron unos cobardes», lamenta. «Con el paso de los años, nos pidieron perdón».
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La soledad y el abandono fueron terribles. Pero también la «falta de compasión de la sociedad». «El día del atentado, mi hermano Luis tenía un examen en la facultad –estudiaba segundo de Química–. Le avisó un amigo y salió corriendo. Sus propios compañeros pidieron al profesor que no le corriera convocatoria porque acababan de matar a su padre. Su respuesta fue: 'No es causa suficiente'. Y la convocatoria le corrió», revela Teresa. Su madre tuvo que cambiar de pescadería. Siempre iba una cerca de casa en la que trabajaba una conocida. Cada vez que ETA asesinaba a alguien, María Dolores exclamaba: '¡Qué horror!'. «Hasta que contrataron a una chica que era de Batasuna. Entonces, le pidieron a mi madre que cuando fuera a comprar allí evitara ese tipo de comentarios porque no querían líos».
– ¿Qué hizo su madre?
– Cambiar de pescadería. Eso era la sociedad vasca.
El asesinato de Carlos Díaz Arcocha se reflejó en el Boletín Oficial del Estado como «muerte por accidente». Y ni las instituciones ni la Justicia «hicieron nada para investigar quién cometió el atentado». «Jamás hemos recibido ninguna información. La impunidad ha sido total», censura Teresa, que en 1998 fundaría junto a Cristina Cuesta y Consuelo Ordóñez el Colectivo de Víctimas del Terrorismo, Covite.
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Luis, hermano de la víctima, guardó durante años un papel en su cartera con los nombres de dos terroristas, un hombre y una mujer, del 'comando Xira' con la esperanza de que algún día fueran juzgados. «Era muy creyente, pero al final acabó por tirarlo». El de Díaz Arcocha es uno de los más de trescientos casos que permanecen a día de hoy sin resolver. Santiago Pedraz, juez de la Audiencia Nacional, acaba de decretar, a instancias de la Fundación Villacisneros, la reapertura del caso gracias a que Teresa, hija de la víctima, se ha personado como acusación particular. Se practicarán nuevas diligencias en el sumario 18/1985 con el fin de determinar la responsabilidad criminal de José Javier Arizkuren Ruiz, 'Kantauri', y Soledad Iparragirre, 'Anboto'. Derecho a la verdad.
– ¿Qué esperan?
– La Guardia Civil ha hecho un trabajo encomiable. Lo que esperamos es que se investigue, que la Fiscalía actúe y que si hay una responsabilidad que se pueda depurar, que así sea. Haremos todo lo que se pueda, hasta el final. El perdón es personal, pero la justicia es reparadora. Puedes no perdonar algo que consideras imperdonable y no vivir en el odio. No es venganza, sino Justicia.
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Teresa Díaz Bada puso a su hijo de nombre Carlos. «No tuve ninguna duda. Me da tanta pena que no conociera a ninguno de sus nietos. Le hablo mucho de su abuelo, le enseño sus fotos... Quiero que sepa lo divertido y lo valiente que fue. Es su legado».
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