Los acontecimientos extraordinarios tienen efectos también extraordinarios en gobiernos y sociedades. El carácter de tales efectos no puede, sin embargo, definirse de antemano. Lo extraordinario tiene la virtud de sacar lo mejor o lo peor de cada uno. Lo hemos constatado en la pandemia y ... seguimos viéndolo en la guerra. Si nos fijamos en la Unión Europea, la reacción de sus instituciones ha sido, tanto en un caso como en otro, de lo mejor que sus ciudadanos han podido presenciar desde su fundación. En la pandemia, en contraste con la inhibición que exhibió durante la crisis financiera, la Unión hizo honor a su nombre y se comprometió en su superación con la unidad y el sentido de pertenencia común que siempre debió caracterizarla. Aparte de la rápida intervención en la compra de vacunas, el programa Next Generation, con sus subsidios a fondo perdido y la práctica mutualización de la deuda, fue una iniciativa que rompió tabúes del pasado y fortaleció el sentimiento europeísta de la ciudadanía.
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Mención aparte merece la reacción de la UE frente a la invasión de Ucrania por el ejército ruso. Inédita también en su historia, ha tenido, de cara al futuro, carácter fundacional. Supuesta la voluntad del pueblo ucraniano de hacer frente a la agresión, las instituciones europeas no han dudado en ponerse de su lado, pese a las adversas consecuencias que habrán de derivarse de tal actitud en los más diversos órdenes de la vida política, económica y social. Sólo la negativa a intervenir directamente en el conflicto armado y a cerrar el espacio aéreo, bajo el chantaje de Putin de una escalada nuclear, ha podido empañar, a ojos de Ucrania, los esfuerzos en ayuda humanitaria, apoyo económico y entrega de armas que la Unión está realizando en su favor, así como la gravedad de las sanciones financieras y comerciales impuestas al invasor. Frente a la práctica del «paso a paso» que ha caracterizado la política de la Unión, su actual comportamiento supone un brusco e imponente salto del que sólo cabe esperar que sea consistente e irreversible.
Viniendo al caso de nuestro país, el balance no es tan positivo. Dejando ahora de lado lo que afecta a la pandemia y limitándonos a los efectos de carácter político que está causando la guerra, lo mejor y lo peor se han mezclado. Por de pronto, el conflicto bélico ha exacerbado la división que nuestro Gobierno venía mostrando desde sus inicios. Nada nuevo; sólo más patente e inquietante. Arrastraba ya, en efecto, el Ejecutivo muchas y notables discrepancias intestinas en los aspectos más diversos de su gestión. Sabidas eran las relativas a asuntos como el alquiler de la vivienda, la memoria histórica -ahora, democrática-, la libertad sexual, la transexualidad o la reforma laboral, por citar algunas de las que con mayor estrépito han saltado a la opinión pública. Pero la invasión de Ucrania ha acabado rasgando los últimos hilvanes que mantenían unidos a los socios. En la superficie más aparente del conflicto aparecen discrepancias sobre el envío de armas, el aumento en la aportación al sostenimiento de la OTAN o el reparto de las cargas fiscales que habrán de regularse tras los negativos efectos de nuestra implicación en la guerra. Pero, bajo esa superficie, laten las muy agrias disputas de fondo entre las posiciones ideológicas que tienen las dos tradiciones que convergen en el Ejecutivo. Las más nostálgicas y resistentes a la nueva realidad geopolítica desgarran la cohesión de un Gobierno que cada día se ve obligado a echar mano, para subsistir y no por sentido de Estado, de la llamada «geometría variable» o de fuerzas que quedaron fuera de su ámbito de apoyos a la hora de su constitución.
Nada que anuncie, en cualquier caso, el fin de legislatura. El creciente presidencialismo que está instalándose en el Gobierno, de un lado, y el irrelevante esteticismo izquierdista de UP, de otro, dejan al arbitrio e interés de Pedro Sánchez la disolución de las Cortes. Puede gobernar sin el concurso de sus socios. Y ninguna presión va a tener que soportar para suspender el actual statu quo por parte de los apoyos que aún tiene en el Parlamento ni de una oposición necesitada de tiempo para recomponerse. Por lo demás, la emergencia que ha creado el conflicto bélico, con los efectos económicos ya visibles y el malestar social que irá derramándose por las calles, augura un languideciente tramo final a cuyo ocaso llegaremos exhaustos. Buena oportunidad para poner orden en casa, cada uno en la suya, y proyectar un futuro que corrija todo lo que mal se ha hecho en este aún presente pasado.
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